Chaikovsky ante su piano
El pasado 7 de mayo, cuando celebré a Brahms, hice caso omiso de otros dos onomásticos relevantes: en esa misma fecha se estrenó la Novena Sinfonía de Beethoven en Viena (1824) y nació un creador tan extraordinario como Piotr Illich Chaikovsky (1840).
Aunque en lo personal considero a Brahms un peldaño más arriba en lo que atañe a creación musical, lo cierto es que el gran compositor ruso le aventaja en varios aspectos: Chaikovsky fue mejor melodista, poseía un instinto natural para manejar los timbres instrumentales y alcanzar aciertos extraordinarios, y abordó con éxito un área en la que Brahms se mantuvo siempre ajeno, como es la ópera.
Se le daba tan bien el complejo arte dramático-vocal, que algunos analistas defienden incluso que Chaikovsky concibió sus grandes ballets con mentalidad de operista; así, habría escrito las escenas de una ópera reemplazando arias, dúos y coros por bailarines realizando solos, dúos y coreografías.
Carecía Chaikovsky de la reciedumbre de carácter del alemán, a quien admiraba de manera reticente (en sus cartas lo describe como “una fuerza de la naturaleza” tras conocerlo, pero también espetó aquella famosa crítica en su Diario personal: “He tocado la música de ese patán [bastardo] de Brahms. ¡No tiene nada de talento el muy desgraciado!”).
En cambio, Piotr Illich sufría una melancolía corrosiva que lo atormentaba dolorosamente, si bien se esforzaba por disimular en sociedad y sólo confiaba a sus más allegados estas oscuridades. ¿Serían producto de su imaginación, un trastorno psíquico, o sería una necesidad creativa, un “personaje” que lo impulsaba a la creación? No lo sabemos, pero sí es cierto que la música fue donde transmutó ese arrebato emocional en obras maestras.
Chaikovsky fue el primer artista ruso de éxito internacional, vitoreado en Europa y América. Sus grandes ballets, sinfonías, conciertos y óperas no han perdido nada de su fascinación hoy, a 180 años desde que naciera su creador. De hecho, hoy por hoy su nombre se mide en pie de igualdad con clásicos occidentales como Beethoven y Mozart.
Chaikovsky se prodigó en la composición de óperas. Aunque la más famosa entre ellas es
Eugenio Oneguin, existen otras rara vez oídas en nuestros escenarios sudamericanos:
La dama de picas, La doncella de Orleáns, Iolanta, La hechicera, Los caprichos de Oksana, Mazepa, Vakula el herrero, El Opríchnik, El voivoda (esta última destruida por Chaikovsky y luego reconstruida a partir de borradores).
Toda esta parcela de su producción contiene momentos orquestales de potencia arrolladora que el maestro
Evgeni Svetlanov nos descubre en este disco del sello Melodiya,
«Chaikovsky: Fragmentos orquestales de sus óperas». Seguro que esta selección de 25 piezas les resultará una audición inolvidable.
(Dedicado con afecto a mi amigo
Mahlerite-Shosta, gran fan de Chaikovsky, y a mi madre que tanto gustaba de esta música)