viernes, 24 de octubre de 2008

Obsesiones

Todos tenemos nuestras rarezas (o “peculiaridades”) y en un blog caben por derecho propio. Entre las mías hay una que se conecta a la música —mi vicio— y que podría denominar “períodos de obsesión”.

Son mis gustos musicales: algo hace que de tiempo en tiempo sean “magnetizados” por una fascinación. Ya se trate de un compositor, un(a) vocalista, un grupo, da igual; puedo haberlo oído mil veces, como se oye sin oír la música del supermercado, pero un día algo sucede en mi cabeza. Se produce como una “revelación”.

¿Por qué algo así ocurre en un momento dado, y no en otro? La razón, creo, es simple: debemos madurar un poco para sintonizar con ciertas músicas, recopilar un “vocabulario de experiencias” para comprender a qué se refiere la música que tanto habíamos oído antes sin entender.

Ése es el punto. Siento que “entiendo” lo que esa música “dice”. Su “voz” se impone, induciendo un diálogo que persuade, convence, arrastra. Así se inicia un período de obsesión. El nuevo gusto será como un centro de gravedad que concentrará mi interés y todos mis pensamientos. No se puede predecir cuánto tiempo seguiré en esa órbita , pero mientras dure oiré sin tregua los mismos temas, o la misma voz, o la misma inflexión en el mismo pasaje, o la misma obra en varias versiones, varias orquestas, examinando la variedad de los matices casi con el embeleso de un niño que no se aburre de su juego.

(Hay un buen amigo al que casi agoté la paciencia cuando me vino obsesión con Evanescence y la voz de Amy Lee; yo también, remontándome más atrás, podría enumerar otros episodios centrados en la Novena Sinfonía de Beethoven, Weber y su “Freischütz”, Sibelius, la música rusa...)

Esta hipnosis, sin embargo, terminará un día tan bruscamente como apareció. Recuperaré la “normalidad”... o casi, porque he aprendido un nuevo idioma y será parte de mí.

Raro, ¿no? ¡Toda una forma de apasionamiento! Viene de ese día cuando niño, cuando mi madre me llevó con reverencia a cierta escuela. Entramos a una salita pequeña, pacífica, donde había un instrumento de madera negra; un piano. Sobre él reinaba el busto de un desconocido llamado Beethoven. Luego una amable mujer se acercó al instrumento conmigo, llevó sus manos al teclado y lo que sonó entonces cambió para siempre mi enfoque de la belleza. Era música clásica.

Por ende, no me quejo de mis obsesiones: sólo son consecuencia lógica del camino que elegí ese día. Digo más: me alegra ser capaz de conectarme tan íntimamente con la música. Pero no deja de ser una rareza. Una más de esas que todos tenemos.

sábado, 18 de octubre de 2008

Conjuro

Me ocurrió algo curiosísimo. Repasando, como de costumbre, algunas partituras desenterradas de la montaña que ha ido creciendo al lado del piano, llegué a una sonata de Beethoven —Los Adioses—. Me llamó la atención. Cuando empecé a revisar el movimiento final con dedos oxidados, sentí como si algo se desperezara en la memoria ... Van y vienen los compases de introducción, y llego al tema en la página siguiente... ¡zas!

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Como un antiguo rostro amigo que comenzara a emerger de a poco desde la bruma ( «¿tú ... aquí??» ), así empezaron esas notas a volverse familiares. ¡Y tanto! Pero no logro recordar dónde, dónde las escuché tan claramente, que sin aviso se acomodaron entre mis recuerdos. Cada compás era un golpe de sorpresa. Casi podía predecir la siguiente combinación (“increíble, exacto, justo así ...”). ¿Qué era eso?

La melodía siguió tomando cuerpo, como algo que se conoce previamente, algo que se recuerda. Tiene la consistencia de un recuerdo de infancia, fragante de familiaridad. Para colmo de travesura, esa parte de la sonata se llama: El Regreso.

¿Tendrá algo que ver en el asunto su creador, Beethoven? ¿Le habrá comunicado a su obra esa aptitud? ¿O será una alquimia en que yo tengo que ver?

Sumergido en una vibración íntima, que nace en la memoria y se comunica a toda una serie de minucias, estuve largo rato tocando acordes, prisionero de ese raro ensueño, inundado en sensaciones de cosas lejanas que se hacían presentes, en aromas perdidos, en ese brillo dorado que rodea a las memorias de infancia.

Pero sigo intrigado (siempre ando tras la razón de las cosas). Ha sido el remezón del día. Ahora, acecharé los posibles recuerdos que haya por ahí, acurrucados en un objeto simple, o dormidos en una hoja desechada, como muñecos de arcilla esperando el aliento que los inunde de vida...

miércoles, 8 de octubre de 2008

Norte y Sur (III)



Glenn Gould concebía el Norte como un ethos cultural (“The Idea of North”) y afirmaba que sólo esta región tenía cualidades para crear un arte apreciable. Según Gould, pues, el arte genuino sería una joya nórdica. Discrepo. El Norte o el Sur no están completos en sí mismos ni lo dicen todo por separado. Aunque tengan hijos geniales que retratan su esencia tal como es, la obra universal, ese acierto que atrapa a la naturaleza humana en su totalidad, es un cruce de ambos caminos. El Arte es como una sola catedral que reúne en sí piedras de muchas canteras; pues la belleza, como la verdad, es la armonía entre diferencias que se complementan. Es una paradoja realizable.

Entendámonos: existen genios típicamente nórdicos o típicamente mediterráneos; pero los creadores culminantes, los que llegan o se acercan a la perfección, tienen lo mejor de ambos mundos. En esos hombres el Norte y el Sur se completan. La seriedad y concentración del Norte aportan profundidad y solidez, evitando la dispersión, la superficialidad; a su vez la intuición, fantasía y comunicatividad del Sur evitan la “cuadradura”, dando calidez, vivacidad y un sano realismo.

Mozart está ahí para demostrarlo. Tomen los movimientos lentos de sus conciertos finales (el de Clarinete, por ejemplo). Es música alemana, claro que sí; respira un aire italiano, es innegable; y supera ambas fuentes para ser música intemporal, dando voz a las penas y alegrías que reclaman, han reclamado y reclamarán siempre el corazón humano.

Algo parecido sucede en las grandes músicas de Händel (“Messiah”), de Heinrich Schütz (“Weihnachtshistorie”), de Schubert (los Lieder), en las aventuras sonoras de Berlioz, en el “Himno a la Alegría” de Beethoven, en los mejores motetes de la era polifónica, en los dramas de Shakespeare o Goethe, en la amplitud humanista de Alberto Magno o Tomás de Aquino, en las intuiciones poéticas de Novalis, en la “Lukasbund” de Friedrich Overbeck, en el sinfonismo herido de Gustav Mahler...



Como sabemos (y aquí estoy demostrándolo) todo enunciado es una simplificación, y toda simplificación es imprecisa; para ello existen las “excepciones a la regla”, que devuelven los enunciados al contacto con la realidad.

Por un curioso juego de las circunstancias, a veces nacen “mentalidades nórdicas” a mitad del Sur; por su parte, desde el Norte llegan al Sur miles de “hijos adoptivos”, para apreciarlo más fervorosamente que los propios lugareños. Ambos polos conviven también en cada país, cada región y cada persona, con gradaciones de interminable variedad. Es que Norte y Sur son opuestos, pero no contradictorios; el patrimonio de uno no anula ni elimina al del otro, antes bien, ambos confluyen en ese logro llamado plenitud.

Así, las desigualdades que se complementan devienen en riqueza. Y entre estas paradojas, la música europea ha atravesado los siglos con movimientos de péndulo. . .

martes, 7 de octubre de 2008

Norte y Sur (II)



Creo que las temperaturas físicas tienen una curiosa relación con los “modos” expresivos del Norte y el Sur. Aunque el termómetro suba y baje en todos lados, el frío domina más el norte y el calor campea más en el sur. Esa preponderancia climática deja huellas en la psicología de sus habitantes, quienes a su vez traspasan esos rasgos a sus culturas y a su descendencia. Generaciones después tales descendientes podrán mudarse de territorio, pero en los pliegues de su personalidad llevarán, cual más cual menos, los fríos o calores de sus ancestros.

El frío cohíbe y el calor expande. El Norte tiene los rasgos de la austeridad, de la economía exterior tras la cual se alberga una gran riqueza interior; emplea palabras precisas más que abundantes, tiende a la actitud seria antes que al relajo superficial; tiene poca inclinación al alarde, a la efusión, al exceso; su tono general es más comedido, más circunspecto y más honesto. Estas cualidades, por lo demás, imponiendo control a los arrebatos “crudos” (falsa espontaneidad), facilitan el señorío de sí mismo; o como un buen amigo decía, “el frío civiliza”.



El Sur es el viceversa. Su psicología es comunicativa, abierta, con el corazón asomado al balcón; le interesa crear y compartir múltiples lazos (cultivarlos con perseverancia ya es más propio del Norte); la efusividad y el alarde sí son típicos del Sur, en palabras u obras, como también el alegre desembarazo con que reacciona frente a la contención excesiva. Quizás por esa disposición a la apertura (vida de puertas abiertas, versus la vida interior y hogareña del Norte) sus gentes tienen cierta facilidad para las visiones de conjunto, de amplia envergadura.

Las líneas gruesas del Norte son completadas con los colores brillantes del Sur. Si de canciones se trata, en el Norte importa lo que suena en la canción, y en el Sur, que la canción suene...

Lo que el Norte tiene de Abstracción Racional, el Sur lo tiene de Intuición Realista. Para unos, la vida requiere una cuota de control, que la oriente bajo el lúcido mando de la razón en la conquista de sus potencialidades; para otros, la misma vida supera nuestros pronósticos, trayéndonos asombro e inspiración a cambio de soltar un poco la rienda a su dinamismo impredecible.

Norte y Sur (I)

Luthier
LA MÚSICA EUROPEA ha atravesado los siglos con movimientos de péndulo entre el Norte y el Sur. Ese vaivén, una búsqueda intuitiva de plenitud, va tomando de un lugar los elementos que faltan en el otro para formar un panorama completo, una cosmovisión donde se recogen las vidas y los avatares de nuestra especie, dándoles alcance universal.

Al decir “Norte y Sur”, más que puntos cardinales, quisiera significar la cuna de dos formas de ser muy típicas (y tópicas). Trazando una “geografía de los temperamentos” —con fronteras físicas necesariamente imprecisas— podríamos distinguir dos cauces de expresividad que funcionan como opuestos complementarios. El equilibrio de ambos, o la primacía de uno sobre el otro, genera el “tono emocional” que anima las obras artísticas (musicales, en este caso). Así, entre el Norte y el Sur se abre el amplio abanico del arte occidental.

viernes, 3 de octubre de 2008

El Único Anillo

Por así decir, esta semana entendí a Gólum. La criatura de Tolkien se ve envuelta en un mareo de sensaciones frente al Anillo Único, símbolo para él de una plenitud perdida y vuelta a encontrar.

Yo, a mi vez, recorriendo una galería del Metro, llevé la mirada hacia una disquera. Había un disco marginado en la estantería. “Wagner without Words”. Luego, dos nombres me atraparon los ojos: Richard Wagner y George Szell. Silencio. Por fin, después de dos décadas, ahí estaba MI ANILLO.

A los 14 años me regalaron un cassette. Una tal Cleveland Orchestra, comandada por un tal Georg Szell, interpretaba episodios orquestales de “El Anillo del Nibelungo”. Al tal Richard Wagner ya lo conocía, pero los otros nombres eran novedades para mí. Mejor así: la versión de Szell me conmocionó.

Desde aquella audición hasta este post, un largo etcétera ha dado a mi vida giros de montaña rusa. Pero... el Anillo Wagner-Szell sigue siendo para mí el Anillo Único. Sin desmerecer, por supuesto, a las alternativas, que con frecuencia suponen una competencia formidable: Georg Solti y Otto Klemperer son milagrosos; Klaus Tennstedt entrega versiones muy notables; y Karajan, por una vez, adecúa absolutamente su sonido al estilo y carácter de la música.

Cuesta ser objetivo cuando se toma cariño a una versión ... pero no he oído Cabalgata de las Valquirias tan emocionante como ésta. Cada elemento ocupa su lugar con la potencia necesaria. Y valga el mismo elogio para cada pieza en esta grabación.

Comparto aquí mi Anillo”, este disco esquivo y poderoso (ripeado maniáticamente a 320 kbps, volumen nivelado, etc).

Vale oro. Sólo escuchen la música.

 
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