Como un antiguo rostro amigo que comenzara a emerger de a poco desde la bruma ( «¿tú ... aquí??» ), así empezaron esas notas a volverse familiares. ¡Y tanto! Pero no logro recordar dónde, dónde las escuché tan claramente, que sin aviso se acomodaron entre mis recuerdos. Cada compás era un golpe de sorpresa. Casi podía predecir la siguiente combinación (“increíble, exacto, justo así ...”). ¿Qué era eso?
La melodía siguió tomando cuerpo, como algo que se conoce previamente, algo que se recuerda. Tiene la consistencia de un recuerdo de infancia, fragante de familiaridad. Para colmo de travesura, esa parte de la sonata se llama: El Regreso.
¿Tendrá algo que ver en el asunto su creador, Beethoven? ¿Le habrá comunicado a su obra esa aptitud? ¿O será una alquimia en que yo tengo que ver?
Sumergido en una vibración íntima, que nace en la memoria y se comunica a toda una serie de minucias, estuve largo rato tocando acordes, prisionero de ese raro ensueño, inundado en sensaciones de cosas lejanas que se hacían presentes, en aromas perdidos, en ese brillo dorado que rodea a las memorias de infancia.
Pero sigo intrigado (siempre ando tras la razón de las cosas). Ha sido el remezón del día. Ahora, acecharé los posibles recuerdos que haya por ahí, acurrucados en un objeto simple, o dormidos en una hoja desechada, como muñecos de arcilla esperando el aliento que los inunde de vida...
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