domingo, 26 de abril de 2009

BRAHMS, EL POPULAR (II)


Hace poco recordé al Brahms de mi niñez. Su música me gustaba no por exhibir una amplia melodía, de la cual carece, o una colorida paleta orquestal, que tampoco la distingue, sino por el impulso de expresarse casi a pesar de sí misma; por ser casi emoción pura, sin alardes.

Pero ahondar este examen es tarea que dejo para otro día. No tiene sentido hablar de un músico sin escuchar su música, así que compartamos primero una selección de buena música brahmsiana.

Cuando yo era más bajo, más delgado, más ingenuo y seguramente más feliz, es decir cuando tenía 13 años, compré un cassette que presentaba la imagen de Brahms y un título digno de rockstar: “Brahms - Greatest Hits”. La misma idea fue reeditada más tarde en disco compacto; sin embargo, como cierta magia se apodera de las cosas que admiramos en la niñez, prefiero reconstruir el menú de aquella selección. Lamento no disponer de las mismas versiones, pero recurrí a las mejores alternativas a mi alcance.

La plantilla original

Omitiendo la Lullaby (que ya subí al blog) reemplacé cada pieza de la lista arriba. Y también añadí un Bonus Track. Les ofrezco una breve sinopsis.
  • 1. Danza húngara n° 5. Un hit inconfundible. De esos que lo hacen a uno exclamar “¿esta música era de Brahms??”. Versión de Claudio Abbado y los Filarmónicos de Viena.
  • 2. Danza húngara n° 6. Otra de las más célebres de la serie. Versión de la Orquesta Cincinnati Pops, dirigida por Erich Kunzel. Un blockbuster...
  • 3. Movimiento final de la Primera Sinfonía, en Do menor. Música apabullante, esta pista es “culpable” de mi temprana veneración por Brahms. La versión del cassette original corría a cargo de Lenny Bernstein al mando de la Filarmónica de New York. Versión de reemplazo: Herbert von Karajan y su Filarmónica de Berlín, en la última integral que dedicó a las Cuatro Sinfonías de Brahms, en los años ochenta. A pesar de mis ocasionales reproches a Karajan, aquí le reconozco su capacidad para ofrecer espléndida belleza: noten todos los pequeños detalles que salen a relucir. En especial, y esto me convenció de incluir a Karajan, la famosa cita al Himno de la Alegría (melodía de los chelos) es entonada con fervor y entusiasmo. La coda final suena a gloria.
  • 4. Obertura Festival Académico. Otro hit. Versión de Abbado y la Filarmónica de Berlín. Vitalidad, belleza de cada familia instrumental, gran manejo de la dinámica...
  • 5. Vals n° 15. Aquí me permití un cambio: en lugar de la versión en La bemol, para solista, se incluye la versión original para piano a cuatro manos, en La mayor. Interpretan los hermanos Kontarsky.
  • 6. Tercer Movimiento de la Tercera Sinfonía. Este sentido intermezzo ha sido saqueado a más no poder... pero cómo no, con esa melodía principal arrebatadora. Magnífica versión del gran Günter Wand y la Orquesta Sinfónica de la Radio del Norte de Alemania (NDR-Sinfonieorchester).
  • 7. Bonus Track. Movimiento Final de la Segunda Sinfonía, en La mayor. Otra vez Günter Wand nos ofrece esta conclusión sinfónica esplendorosa, que una vez oída no se olvida más. Wand hace brillar los metales, y a despecho de la avanzada edad que contaba en los años de esta grabación, su dirección derrocha energía y bríos.
Descarga en 2 archivos, AQUÍ.
Que lo disfruten. Bienvenidos sean los comentarios.

sábado, 18 de abril de 2009

DIVAGACIONES SOBRE EL TECLADO



Para ser buen pianista hace falta ser más que un especialista de las notas. Conviene traer al teclado algo que se haya obtenido fuera de él. Alguna clase de “virtud”, de aptitud especial sea cual sea —hacer el jardín, practicar montañismo, saber contar una historia— que nos haya permitido encontrar intuitivamente una forma personal de desarrollar habilidades.

Ese aprendizaje “según nosotros mismos” es superior al mero dominio técnico, y aporta al acto de tocar el piano aquella “diferencia” que lo hace personal, aquel “plus” que separa al buen pianista de los digitadores de teclas.

Lo digo porque “aquella cosa que hacemos naturalmente bien”, aquello que podemos denominar “nuestro don” en cualquier ámbito, equivale a una conexión espontánea con la realidad para identificarnos con ella, de sentirnos cómodos y libres de miedo cuando aplicamos nuestra capacidad.

Mahler decía que en la partitura está todo, menos lo esencial. Esa esencia proviene de nosotros, somos nosotros. Debiéramos acercarnos al piano con ávido entusiasmo: mirar el teclado con cariño, tocar por el gusto de hacerlo, traspasarnos personalmente a los códigos de la música, libres de moldes inútiles; en resumen, que al tocar el piano no tenga cabida ninguna indiferencia.

Esa es “la gracia” de los niños prodigio: hacen lo que hacen como una prolongación del juego. Un juego que ellos mismos perfeccionan mientras lo realizan por gusto y con gusto. Se hacen “dueños” de su habilidad, de su arte. Sin duda que recibieron el talento natural para derribar escollos técnicos, pero creo que si pudiéramos enseñar a la gente de cualquier edad a recuperar esa sabiduría intuitiva y lúdica que tienen los niños para hacer las cosas, pidiéndoles emplear el acercamiento al juego en el aprendizaje de un instrumento, en fin, si convirtiéramos el “gusto” en “método”, lograríamos mucho.
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Quizás no haya sido del todo claro. Es que ahora mismo escuchaba tocar a Arrau, y todo esto se me vino a la mente de sopetón, como si fuera evidente.

Arrau toca un Impromptu de Schubert (...fragmento) (descarga de la pista entera)

sábado, 11 de abril de 2009

SCHUBERTÍADA

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Una schubertíada
(dibujo de Moritz von Schwind)

Habrán visto
en la ventana de '4shared', al costado izquierdo, más abajo, otra carpeta llamada 'Schubertiada'. Contiene una recopilación bastante personal, que acompañaba originalmente un artículo sobre el creador vienés solicitado por elcuervolopez, nuestro imponente blogger ahora enfermo.

Como el documento en cuestión registraba mis vínculos de afecto con la música de Schubert, elegí condimentarlo con varias de las piezas y los intérpretes que prefiero. Nada más.

El artículo queda por ahora 'en veremos', pero la carpeta está a disposición pública; ojo con la versión para orquesta de cuerdas del cuarteto 'La Muerte y la Doncella', y los arreglos orquestales de los Lieder schubertianos a cargo de otros conocidos compositores. Para llegar a la carpeta, basta pinchar AQUÍ — o la imagen superior.

viernes, 10 de abril de 2009

LAS SIETE PALABRAS


La música sacra y especialmente la que se orienta a la muerte de Cristo, asombra. Hay en ella una forma superior de lamentación —un llanto de integridad, si se pudiera decir así— que no aplasta ni rebaja a quien lo demuestra, sino que lo enaltece y hasta lo corona con cierta grandeza. Este logro único acabó convertido en modelo ejemplar del dolor humanizado; un dolor ajeno a toda desesperación, que brota de motivos serios, que padece razones trágicas pero también dimana paz e incluso ternura, siendo capaz de conmover tanto como de reconfortar.
Si el dolor es la expresión más indesmentible de nuestra precariedad, esta mirada nueva, que en vez de repudiarlo le otorgaba sentido, movió el corazón de los artistas inspirando un largo caudal de obras maestras. Diría más: el propio arte occidental procede en gran medida de este manantial.

SchützTodos oyeron hablar de la Pasión según San Mateo, de Bach. Pocos conocen en cambio Las Siete Palabras, de Schütz. Obra más antigua, con cierto sabor arcaico pero de cuya línea nacerían después las pasiones bachianas, este oratorio viene de un tiempo en que los estilos “modernos” eran incipientes, los grandes polifonistas todavía caminaban sobre la tierra y los códigos armónicos no alcanzaban el grado de organización rigurosa que les daría Rameau. El aliento medieval y aun más antiguo del gregoriano, las novedades venecianas de su maestro Gabrieli, la tradición flamenca y, en fin, la forja de la adversidad en una Alemania azotada por la Guerra de los Treinta Años, llevaron a Schütz a un genial punto de síntesis. Sería, sin embargo, un gran genio solitario, sin discípulos ni equivalentes inmediatos. Su voz intemporal sería olvidada en el siglo de Bach, para volver a levantarse a mediados del siglo XIX.

Cuando alguien me puso frente a esta creación de Schütz en años adolescentes, se limitó a presentármela así: “Si quieres oír lo sublime, escucha esta música”. Hoy, mucho tiempo después, no tengo nada mejor que añadir.

Comparto mi versión favorita: la del Dresdner Kreuzchor, dirigidos por el gran Rudolf Mauersberger. Su versión ilumina la noche como un relámpago — schütz, en alemán.



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S C H Ü T Z


Die Sieben Worte Jesu Christi am Kreuz


Peter Schreier, Theo Adam y otros

Dresdner Kreuzchor

Rudolf Mauersberger

Registro de 1967


MP3 320 Kbps (LAME 3.92) • 52,1 MB


> D O W N L O A D <

 
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