viernes, 18 de noviembre de 2016

prosa | MARCEL SCHWOB

Marcel Schwob

“Vidas Imaginarias”

(fragmento del Prólogo)

El arte es lo opuesto a las ideas generales, no describe sino lo individual, no desea sino lo único. No califica, descalifica. Por más que nos preocupen, nuestras ideas generales pueden ser parecidas a las que están en curso en el planeta Marte, y tres líneas que se cortan forman un triángulo en cualquier punto del universo. Pero observen la hoja de un árbol, con sus caprichosas nervaduras, sus colores que varían por efecto de la sombra y el sol, la hinchazón levantada por la caída de una gota de lluvia, la picadura que le deja un insecto, la huella plateada del pequeño caracol, el primer dorado mortal que ha marcado el otoño; y busquen una hoja exactamente igual en todos los grandes bosques de la tierra: los desafío a que lo hagan. No hay ciencia del tegumento de una hojuela, de los filamentos de una célula, de la curvatura de una vena, de la manía de una costumbre, de los rodeos de un carácter. Que tal hombre tenga la nariz torcida, un ojo más alto que el otro, la articulación del brazo anudada; que tenga la costumbre de comer a tal hora una pechuga de pollo, que prefiera un vino generoso al château-margaux, eso es lo que no tiene parangón en el mundo.

(…) Las ideas de los grandes hombres son el patrimonio común de la humanidad; lo único que cada uno de ellos posee son sus extravagancias. El libro que describa a un hombre con todas sus anomalías será una obra de arte, como esas estampas japonesas en que se ve eternamente la imagen de una pequeña oruga captada alguna vez a una hora determinada del día.

(…) El pintor Hokusai esperaba alcanzar, cuando tuviera cien años, el ideal de su arte. En ese momento, decía, toda línea y todo punto trazado por su pincel estarían vivos. Nada más parecido que los puntos y las líneas: la geometría se funda sobre este postulado. El arte perfecto de Hokusai exigía que nada fuese más diferente. Así, el ideal del biógrafo debería diferenciar ínfimamente el aspecto de dos filósofos que hayan inventado, más o menos, la misma metafísica. (...) El arte del biógrafo consiste justamente en elegir. No se debe preocupar por ser verdadero; debe crear, dentro de un caos, rasgos humanos. Leibniz dice que, para hacer el mundo, Dios eligió entre lo mejor de las cosas posibles. El biógrafo, como una divinidad inferior, sabe escoger, entre las cosas humanas posibles, aquella que es única. No debe engañarse sobre el arte, como Dios no se engañó sobre la bondad. Es necesario que el instinto de ambos sea infalible. Pacientes demiurgos han reunido para el biógrafo ideas, movimientos de fisonomía, acontecimientos. Su obra se encuentra en las crónicas, las memorias, las correspondencias y los escolios. En medio de esta grosera reunión, el biógrafo prefiere aquello con lo que ha de componer una forma que no se parezca a ninguna otra. No es útil que se asemeje a la que en el pasado fue creada por un dios superior, con tal de que sea única, como toda creación distinta.
Marcel Schwob (André Mayer)

viernes, 11 de noviembre de 2016

In Memoriam :: LEONARD COHEN

CohenLeonard Cohen, inolvidable

Una leyenda nos ha dejado: ayer 10 de noviembre supimos de la muerte del poeta, novelista y cantautor canadiense Leonard Cohen (* Montreal, 21 Sep 1934 ~ † Los Ángeles, EE.UU., 7 Nov. 2016).

No deja de ser una sorpresa. Aunque tuviera ya 82 años, Cohen no estaba retirado; es más, su último álbum lo lanzó hace menos de un mes atrás (You Want It Darker, 21 Oct. 2016). En ese álbum, el cantautor cultiva un tono especialmente oscuro y melancólico que lo dejó personalmente muy satisfecho y encontró eco entusiasta en público y crítica.

¿Con qué materiales construyó su obra artística? Este genial descendiente de rabinos lituanos sintió predilección por tres temas principales: el amor, la religión y las relaciones de pareja. Con su voz de registro grave impregnó de melancolía las reflexiones incesantes sobre dichos tópicos, resultando en letras que la Wikipedia describe como “muy emotivas y líricamente complejas”.

Despido a este músico y a la vez poeta consumado con una de sus grandes canciones —de hecho, mi favorita— que lo muestra en su esplendor, “Dance Me to the End of Love”. Obedece a la estructura de una canción de amor pero el violín acompañante asume el estilo característico del klezmer. No es por capricho, pues la canción está inspirada en el Holocausto. El propio autor comentó su significado:

“Es curioso cómo nacen las canciones. El origen de cada una está en una especie de grano o semilla que alguien te entrega, o que el mundo te da, y por eso el proceso de escribirlas es tan misterioso. Esta canción en particular nació tras escuchar o leer o saber que en algunos campos de concentración, al lado de los crematorios, un cuarteto de cuerdas era presionado a tocar mientras sucedía aquel horror. Tocaban música clásica mientras sus compañeros de prisión eran asesinados y quemados. Por tanto, esa frase «llévame bailando hasta tu belleza con un violín ardiente» significa la belleza como consumación de la vida, el final de la existencia y el elemento pasional presente en esa consumación. Pero utiliza el lenguaje con que nos entregamos a la persona amada. Por eso no importa conocer el origen de la canción: si su lenguaje proviene de ese recurso apasionado, será capaz de abarcar toda acción apasionada”.

martes, 8 de noviembre de 2016

In Memoriam :: ZOLTÁN KOCSIS (1952-2016)

KocsisZoltán Kocsis, maestro húngaro del piano

El 6 de noviembre pasado no sólo fue la fecha en que murió Chaikovsky, sino desde ahora también será el día en que nos dejó Zoltán Kocsis (Budapest, * 30 Mayo 1952 ~ † 6 Nov. 2016).

Kocsis tenía 64 años, edad aún temprana para una carrera como la musical, que puede extenderse largamente... pero su salud cardíaca venía decayendo desde hace algunos años. Genial maestro del piano y músico de inmensa versatilidad, fue compañero de generación del reconocido director Iván Fischer, con quien fundara en 1983 la Orquesta Festival de Budapest. Precisamente ayer Fischer utilizó las redes sociales para enaltecer a su colega y amigo: Kocsis, escribió, “era un gigante de la música, uno de los pocos genios. Su influencia en su generación fue inmensa”.

Zoltán Kocsis se sentó ante un piano con sólo tres años de edad, llegando a dominar el instrumento con las virtudes de un gran maestro. No por nada, aquella legendaria colección de discos aparecida a fines de la centuria pasada bajo el título “Grandes Pianistas del siglo XX” incluye al pianista húngaro en el volumen 59. Ahí fue donde yo pude escucharlo conscientemente por primera vez, y me impresionó el control extraordinario del color gracias a una pulsación magistral. No sólo resolvía las dificultades técnicas sin mayor alarde, sino era capaz de imbuir su interpretación con inmensas dosis de variedad tímbrica y mucha introspección, algo que me hacía relacionarlo con su paisano András Schiff.

Así pues, hoy recordaré al premiado maestro húngaro con Debussy, primero, en su delicadísimo Clair de Lune de la Suite Bergamasque. Y luego Schubert, en el primer movimiento (Molto moderato) de la monumental Sonata en Si bemol, D. 960.

domingo, 6 de noviembre de 2016

CHAIKOVSKY :: Sinfonía # 5 en Mi menor

Tchaikovsky


Fragmento del Andante - Allegro con anima que abre la 5ª Sinfonía

Hay acuerdo en considerar a Chaikovsky como el mayor sinfonista ruso del siglo XIX, cuando menos en la vertiente occidentalizada de la Escuela Rusa (esa vertiente ligada a los centros de instrucción formal establecidos en Moscú y San Petersburgo, donde la enseñanza impartida tomaba muy en cuenta el modelo de Europa central). En la otra vereda, la de la vertiente nacionalista, refractaria a toda influencia extranjera, la sinfonía también encontró maestros: Mili Balakirev y sobre todo Aleksandr Borodín. Pero, aun con los hallazgos creativos de estos últimos, Chaikovsky fue el mejor de todos. El veredicto del tiempo ha sido claro.

De las seis obras firmadas por el ruso, las últimas tres son las que han acaparado siempre más prestigio y mayor número de interpretaciones. Stravinsky lo resumió en su estilo cáustico: «Chaikovsky sólo tiene tres sinfonías: la cuarta, la quinta y la sexta».

En su Sinfonía nº 5 —en Mi menor, Op. 64— el maestro evocará esa sensación de fatalidad que parece rasgo común del mundo eslavo en general, explotando la idea del Destino tal como hiciera antes Beethoven en su propia quinta sinfonía. Pero, si el alemán se declara triunfador al cabo de sus cuatro movimientos, el ruso no culmina su manifiesto sonoro con igual convicción. En su lugar asoma la atemorizada resignación que la sinfonía siguiente —su famosa Patética— dejará en evidencia.

La Quinta, que algunos siguen considerando su mejor sinfonía pese a las ácidas críticas que recibió en Rusia el día de su estreno y la poca estimación del propio compositor, concentra lo más elevado de su inspiración en los primeros tres movimientos.

  • El fantástico primer movimiento inicia en Mi menor con la voz de los clarinetes bajos, los que cantan el tema del Destino con oscura melancolía. Este tema regresará una y otra vez durante toda la sinfonía para generar un efecto de cohesión estructural y psicológica. Eso delata el cuidado puesto en la construcción formal —detalle que siempre causaba inseguridad en el de por sí dubitativo Chaikovsky—.

  • El lírico segundo movimiento regala uno de los solos de trompa más hipnóticos de toda la literatura musical, una larga melodía cuya inspiración nunca decae, marca de genio de este «maestro de momentos inolvidables». Marcado como Andante cantabile, con alcuna licenza, el movimiento constituye por sí solo una obra maestra aparte.


Fragmento del Andante cantabile

  • El tercer movimiento es un Vals —refinado, perfectamente adecuado a la trama sinfoníca como los minuetos de Haydn y Mozart— que ofrece una alternativa al scherzo patentado por Beethoven.

  • Y llegamos entonces al Finale. Esta parte de la sinfonía no tiene el magistral acabado de los movimientos precedentes... pero aun así, un maestro sigue siéndolo en todo momento. Chaikovsky imita la ocurrencia de Beethoven en su 5ª (el final en tonalidad mayor) y lleva su propio Tema del Destino a un luminoso Mi mayor, despejando las penumbras del principio y lanzándose pronto a una desbocada secuencia donde la orquesta exhibe combinaciones tímbricas extraordinarias y un empuje vehemente. En los acordes finales Chaikovsky se permite juegos rítmicos y tímbricos que regocijan al oyente y lo empujan al aplauso.

El compositor plasmó buena parte de su alma en las páginas efervescentes, dramáticas, soñadoras y anhelantes de esta Sinfonía extraordinaria, cuya suerte no fue la mejor en Rusia al estrenarse, como ya dijimos, pero en cambio fue acogida con asombro y fervor en Europa y Norteamérica.

carátula

La Quinta de Chaikovsky es una de mis sinfonías favoritas. Y aquí la comparto con ustedes en una versión que le hace total justicia: Herbert von Karajan, que fue un GRAN intérprete de Chaikovsky, al frente de la Filarmónica de Berlín en la década del 60 del siglo pasado, cuando enriqueció la historia del disco con interpretaciones de calidad sin igual (dicen las malas lenguas que ni siquiera él mismo volvió a visitar las mismas cumbres en las décadas que vinieron).

La orquesta se comporta como una máquina de virtuosismo estremecedor. Los bronces, en particular trompetas y trombones, desgarran las texturas de las cuerdas —nervio mismo de la filarmónica— o bien se desvanecen en las voces graves de las maderas, que tienen importancia tímbrica en esta sinfonía. El temperamental genio ruso encontró un traductor en el gran director austríaco. Por fin, y a modo de bonus, completa el disco el famoso Capricho Italiano, en Mi mayor, de cuya interpretación aquí puedo celebrar las mismas virtudes instrumentales.

» D E S C A R G A

MP3 ABR ~ 320 kbps · 48 kHz | 5 tracks | .7z 138,8 MB | Yandex.ru


 
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