martes, 19 de septiembre de 2017

LA ÚLTIMA CIMA de Richard Strauss

Richard Strauss en los Alpes

En 1915 Richard Strauss estrenó su creación sinfónica más desmesurada, perfecta y netamente programática: la Sinfonía Alpina. Se la ha llamado “la Pastoral de Strauss”. Tras ella, nunca más su creador volvería a escribir cosa semejante.

Tal abandono fue una decisión sorpresiva.

El poema sinfónico era una de las bazas fundamentales del creador bávaro. Había firmado obras maestras como Don Juan, Till Eulenspiegel o Así Habló Zaratustra, por mencionar sólo algunos de los que siguen ejecutándose a más de un siglo de su creación. La misma Sinfonía... pese a su nombre no es otra cosa que un complejo poema sinfónico. ¿Por qué entonces el “portazo” a un nicho fecundo?

Seguramente porque Strauss había cambiado junto con su época. Quien era en ese momento el compositor más famoso del mundo occidental, adivinaba en la Primera Guerra Mundial la desintegración de “su Europa”, ese brillante conglomerado de reinos e imperios, liberalismos políticos y oronda fe en el progreso científico del cual procedía él mismo.

El Poema Sinfónico tenía mucho que ver con ese mundo brillante y presuntuoso. La inmensa orquesta del Posrromanticismo —anticipada por Berlioz, establecida por Wagner y expandida por Bruckner, Mahler y Strauss— reflejaba el lujo de una sociedad regulada con parámetros imperiales, pero herida por íntimas contradicciones.

Todo eso cedía ante el vendaval de la Historia.


Es sintomático que Strauss se decidiera a relatar una travesía a la montaña en pleno 1914, año marcado por la guerra. Hay quien vea en esta decisión un escapismo del compositor, comportándose como un “avestruz musical” que hundía la cabeza en sus partituras (actitud que le reprocharán nuevamente en el futuro, cuando se dejó manipular por el Tercer Reich).

El ascenso a un final

Esa montaña que Strauss se propone escalar con ayuda de toda una orquesta expresa, como dijimos antes, un adiós, pero también una culminación de su sabiduría como instrumentador. Faltan dedos en la mano para contar a otros músicos que, no diré ya disputen, sino solamente equiparen la genialidad straussiana al manejar los timbres orquestales; y aun así, al acabar la partitura de esta obra, el bávaro exclamaba: “¡por fin he aprendido a orquestar!”.

Las herramientas del montañista imaginario serán: el leitmotiv, empleado extensivamente para graficar los accidentes del terreno; una imaginación instrumental impresionante, que tanto sabe conjurar la masa orquestal en feroz plenitud como dispersarla en instantes mínimos, etéreos, imitando la música de cámara; el mayor realismo practicado por Strauss, que recurre al sonido de cencerros para identificar los rebaños o a la “máquina de viento” para generar el aullido de la tormenta, en vez de sugerirlo con medios puramente musicales.

Strauss dirigiendo la orquesta de la ópera de Dresde

Hablé de leitmotiv. Nietzsche elogiaba en Wagner la concisión de estos motivos fugaces, concisión que no impide en ellos un hermoso trazo melódico. Otro tanto puede pregonarse de Richard Strauss. Sus leitmotiven, más nerviosos y rápidos, “modernos”, tienen suficiente entidad para ser identificados y luego asociados a un momento particular.

Algunos ejemplos que me cautivan: Para representar el ascenso del montañista Strauss se vale de rápidos intervalos (de cuarta, tercera y segunda) dibujados de manera ascendente, generando así la sensación de impetuosa elevación; luego, para pintar la visión panorámica de las montañas en derredor, lleva esa figura musical a los metales, cuyo timbre aporta una poderosa sensación de volumen. Dado que le interesa evocar asimismo el concepto de altitud, acalla los registros más graves de la orquesta y detiene a las cuerdas en un trémolo justo a mitad de la escala, para desarrollar los intervalos de bronces hacia el registro agudo. Después, en uno de los mejores efectos de la obra, incorpora el eco de otros bronces lejanos, idealmente fuera de la sala de concierto, y así figura la amplitud del espacio alpino. Todo construido, como dije, con ese breve motivo jugando en fanfarrias.

montañas

En otras ocasiones se trata de melodías desarrolladas... ¡y qué belleza! La obra arranca con una larga escala descendente en modo menor, que representa la noche. Pero poco después el sol irrumpe con una de las mejores melodías del compositor... que no es sino el “reverso” de la anterior: casi la misma escala, pero luminosa, en modo mayor, como la luz del alba que cae desde las cumbres hacia los valles.

Al adentrarse en el bosque, la orquesta cambia bruscamente. La atmósfera se vuelve ominosa, mientras los violines realizan rápidas figuras de arpegio que simulan la verticalidad de los altos árboles; entonces recordaremos que el bosque es, para todo alemán, el escenario de los temores y las leyendas ancestrales. Momentos mínimos o visiones fugaces no escapan al pincel sonoro de Strauss, que en rápidos trazos dibuja una cascada o evoca un rebaño pastando. La ascensión, el vértigo, la llegada a la cumbre, la contemplación… nada escapa a la fantástica partitura.

Cerca del final somos testigos de un súmmum de sabiduría instrumental: Strauss representa vívidamente la furia de los elementos en una tempestad. Rayos, truenos, lluvia o viento se describen de modo cinematográfico. Al fin, el montañista imaginario logra volver a la seguridad de valle mientras la noche vueve a caer, dando una sensación de arco argumental simétrico que concluye tras 22 episodios.

También hay quien perciba en esta simetría una metáfora de la vida misma. Qué duda cabe: Strauss visitaba su “última cima” en el apartado del Poema Sinfónico. Pero, al mismo tiempo, dejaba en pie un monumento sonoro que sigue marcando un hito, a la espera de quienes se animen a desafiarlo.

carátula

Eso es, precisamente, lo que hoy les invito a realizar, llevados por la magnífica versión de Vladimir Ashkenazy dirigiendo a la Filarmónica Checa el año 1999. El mismo director cuenta un registro previo de la obra al frente de la Orquesta de Cleveland, pero la mayoría de las opiniones que puede uno consultar en foros, páginas y otros medios internáuticos coinciden en que el intérprete ruso se superó a sí mismo en esta nueva versión. Puedo añadir que concuerdo con ese entusiasmo: es una de las mejores versiones en mi poder.

El registro es una de esas sorpresas con que nos sorprende a menudo la globalización de la industria musical: un pianista ruso devenido en director, admirador confeso de Karajan, aborda (y borda) una partitura alemana con el auxilio de la mejor orquesta checa bajo los auspicios de un sello de Finlandia. No se acaba ahí: consultando los créditos nos enteramos que tanto el ingeniero de sonido (merecedor de aplausos por su impecable labor), el asistente de dirección y el productor son japoneses. Todos ellos confluyen en el mítico Rudolfinum de Praga, cuya excepcional acústica vale por todo un instrumento.

Por fin, y ya que hablé de grabaciones, la Sinfonía Alpina fue la primera obra grabada en un disco compacto, en interpretación de la Filarmónica de Berlín con Herbert von Karajan. Un mito.

El disco cierra con una selección de los valses escritos por Richard Strauss para su ópera «El Caballero de la Rosa». ¡Disfruten!:

» D E S C A R G A

MP3 | 23 pistas | ABR 256 kbps 48 kHz | .7z 134,1 mb | Yandex

 
Strauss en su vejez, podando las rosas de su jardín

sábado, 2 de septiembre de 2017

Shostakovich :: TAHITI TROT Op. 16

…y todo por 100 rublos

Leningrado, 1º de Octubre del año 1927. Dos amigos se han reunido. Uno es afamado director de orquesta, el otro, genial compositor: Nikolai Malko y Dmitri Shostakovich. Son figuras señeras de la élite artística y han logrado sobrevivir los duros años posteriores a la revolución.

Por entonces Rusia es soviética, pero no del todo estalinista. Lenin ha muerto hace poco, en 1924, y en su testamento manifiesta la voluntad —inútil— de trabar el ascenso de Stalin; pero este último se entera del documento, lo esconde, vence a su antiguo aliado Trotsky y afianza nuevos apoyos, calculando violentas e inminentes purgas. Mientras la política sangra, los ciudadanos conocen todavía ciertas libertades sin costo.

Té para dos rusos

En esa relativa tranquilidad sucede el encuentro de nuestros dos artistas, Malko y Shostakovich. Conociendo el primero las privilegiadas dotes musicales del segundo (capaz de retener todo lo que oye, de identificar cualquier combinación de sonidos o de reconstruirlos mentalmente) y sintiendo necesidad de alguna propina para un concierto con música de Shostakovich el 25 de Noviembre de 1928 en el Conservatorio de Moscú, lanza un desafío amistoso.

nikolai malko
Nikolai Malko

Habían escuchado un viejo disco de 78 revoluciones con el fox-trot “Té para Dos” de Vincent Youman. Malko apuesta 100 rublos al compositor a que no podría crear una versión orquestada de esa canción, totalmente de memoria, en menos de una hora. Shostakovich acepta y se encierra en una habitación contigua, para regresar 45 minutos después con una instrumentación de su autoría, lista para interpretar, ganando la apuesta. El título de la nueva pieza de circunstancia será Tahiti Trot, como se conocía la versión rusa de la canción norteamericana. La dedicatoria reza “al querido Nikolai Andreyevich Malko como muestra de mi alta estima”.

El buen olfato de Malko no falló: esa transcripción será en adelante infaliblemente popular.

Disfrútenla ustedes, amigos míos, en la versión que cuelgo en el video de más abajo. ¡Buen fin de semana!


 
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