jueves, 3 de noviembre de 2011

MENDELSSOHN / SINFONÍAS nº 3 «Escocesa» y nº 4 «Italiana»

Mendelssohn

El genial Felix Mendelssohn trasladó al pautado las impresiones recogidas durante sus visitas a Escocia (1829) e Italia (1830-31)


En abril de 1829 el joven Felix Mendelssohn, con veinte años recién cumplidos, fue invitado por el diplomático Carl Klingemann (17981862) a visitar Inglaterra. Para entonces, Mendelssohn había completado sus estudios en la Universidad de Berlín y ya había protagonizado un hito en la Historia de la Música reestrenando “La Pasión según San Mateo”, de Bach, tras casi un siglo de olvido. Por su parte, Klingemann, que representaba al Reino de Hannover en Londres, era también poeta y músico, e íntimo amigo del compositor. Aquel regalo en gran estilo calzaba a la perfección con las inquietudes de este último, a lo cual se sumaba el aliento brindado por su tutor musical, Carl Friedrich Zelter, a conocer el mundo personalmente. Y hasta Abraham Mendelssohn accedía al proyecto de su hijo, quien finalmente cruzó el Mar del Norte desde Hamburgo en un viaje de 11 días. Conoció sobresaltado la activa capital británica —pronto rendida ante las virtudes artísticas y personales de Mendelssohn— y luego Edimburgo, Glasgow, Perth, Inverness y Loch Lomond. Los brumosos paisajes de Escocia, sus gentes y cierta aura legendaria que se cernía sobre ellas fueron alimento inmediato para la creatividad del músico, del literato y del fino acuarelista que habitaban a la vez en el muchacho de Hamburgo. Así describía él mismo, en carta a su familia, su visita al Palacio Holyrood, donde fuera coronada María Estuardo:
Ruinas de la capilla de Holyrood - Louis Daguerre

Ruinas de la Capilla de Holyrood / óleo de Louis Daguerre

Todo aquí parece tan duro y vigoroso, envuelto a medias en neblina o humo o bruma. Además, hubo una competición de gaitas. Muchos montañeses llegaron de la iglesia vestidos con sus trajes típicos, llevaban victoriosamente a sus enamoradas con sus trajes domingueros y miraban magníficos y con aire de importancia al mundo, desde arriba. Con largas barbas rojas, mantos de tartán, gorras y plumas, las rodillas desnudas y sus gaitas en la mano, pasaron tranquilamente de largo por el castillo en ruinas que se halla en la pradera, donde María Estuardo vivió con esplendor y vio el asesinato de Rizzio. Siento como si el tiempo corriera muy velozmente cuando tengo ante mí tanto de lo que fue y tanto de lo que es... Hoy, a la hora del crepúsculo, fuimos al palacio donde vivió y amó la reina María. La capilla junto a él actualmente ha perdido su techo, está cubierta de césped y de hiedra y, en el altar roto, María fue coronada reina de Escocia. Todo está en ruinas, deteriorado y abierto al cielo. Creo que he encontrado aquí hoy el comienzo de mi Sinfonía Escocesa.
María Estuardo, grabado de 1885
La reina María Estuardo

En ese sitio tomó nota de los sonidos que acudían a su mente, los 16 compases iniciales de la futura sinfonía. Pero entonces daría comienzo una larga gestación, como si aquellas ideas germinales necesitaran madurar al sosiego del tiempo y la reflexión. En efecto, iniciada en agosto de 1829, la obra sólo sería estrenada el 3 de marzo de 1842. Tan dilatado lapso de pulimento dio como fruto una sinfonía densa, rica y apasionada que además sorprende por la fluidez de su material, disimulando del todo el trabajo llevado a cabo por su autor.

Como de costumbre, Mendelssohn nos regala su exquisita y luminosa orquestación, esa que tanto admiró Sibelius, elogiando la oportunidad con que suena cada instrumento y la sabiduría para “dotar de pedales a la orquesta” colocando esas notas largas en el segundo plano, normalmente en la voz fundamental o en el intervalo de quinta, prolongando los acordes o reforzando la melodía principal. Vale la pena reparar en este mágico truco mendelssohniano, gracias al cual integra orgánicamente los sonidos de la orquesta en una “túnica inconsútil”, o si se quiere, en una delicada fusión de colores instrumentales que evoca su capacidad como acuarelista. También reparemos en esas hermosas frases largas, en su tremenda capacidad evocadora —la tempestad que aparece hacia el final del primer movimiento, el clarinete sustituyendo a las gaitas en el segundo, las fanfarrias guerreras del final, sobre todo la sugerencia de paisajes y atmósferas—, el sentido rítmico y la fluidez entre un movimiento y otro. De hecho, Mendelssohn personalmente abreviaba las pausas cuando dirigía conciertos, para así otorgar mayor cohesión al discurso sinfónico. Antes, el público aplaudía, comentaba, incluso fumaba entre cada parte...

Dibujo de Mendelssohn tomado del natural durante su visita a Escocia

Conviene recordar en este punto lo dicho por José Luis Comellas:
La Sinfonía Escocesa no sólo refleja los paisajes verdes y lluviosos del norte de la Gran Bretaña, sino una muy especial melancolía que sintió el artista al visitar las ruinas de la capilla de Holyrood. [...] El sentido de la «oportunidad» con que suena, en el momento adecuado, cada instrumento o cada grupo de instrumentos posiblemente no lo tuvo, aparte de Mozart, nadie más que Mendelssohn. Qué bien combina las maderas: la flauta, el oboe, el clarinete, el fagot. Sin ir más lejos, en esa introducción de la Sinfonía Escocesa en que se recuerda la capilla de Holyrood, la duplicación de las maderas en la segunda frase hace el tema más profundo hasta meterse en el alma del oyente. Y el empleo de las trompas es por lo menos tan acertado como lo fue en el Weber de Der Freischütz. Quizá uno de sus recursos más bellos sea el uso que hace de las cuerdas en su región más aguda, pero en pianissimo; lo que parece que va a ser chillón se convierte en sonido penetrante que suspende los ánimos.
Al cabo de un año de su visita a Inglaterra, Mendelssohn emprendió un nuevo viaje. Esta vez el destino fue la luminosa Italia, donde permaneció entre mayo de 1830 y julio de 1831. La correspondencia familiar y las acuarelas dan cuenta del impacto causado en el joven por el mundo latino. Aunque por entonces seguía corrigiendo sus borradores de la Sinfonía Escocesa, el nuevo entorno pudo más y le infundió ideas musicales muy ajenas a las brumas septentrionales. Florencia, acuarela de Mendelssohn

El Duomo de Florencia en una acuarela de Mendelssohn

Así nacería su sinfonía más célebre —no necesariamente la mejor— que llevaría como apodo “Italiana”. Otra vez el músico muestra su asombroso talento para reformular sus impresiones en términos puramente musicales: desde el mismísimo comienzo la obra contagia efervescencia y colorido. Subrayo al pasar que este motivo inicial, contundente, merece figurar entre esos “grandes comienzos sinfónicos” que se apoderan para siempre de nuestra memoria —la Quinta de Beethoven, la Cuarenta y uno de Mozart, la Tercera de Schumann...—. Comparen ambas obras: lo que en la “Escocesa” es bruma, lejanía y evanescencia, acá se vuelve nitidez y afirmación vital. Tomo prestadas algunas palabras de Juan Carlos Moreno:
La Italiana es fruto de un feliz equilibrio entre fértil imaginación melódica y ciencia musical, representada por el dominio de la forma y el contrapunto. En cuatro movimientos, el primero de ellos es un Allegro vivace que desde las primeras notas comunica una energía danzable a la que es imposible quedar indiferente. [...] El segundo movimiento es un Andante con moto, todo él construido sobe un tema que se repite de forma obstinada en la cuerda grave. El carácter aquí es el de una procesión religiosa, un espectáculo que sobrecogió al compositor durante su estancia en Roma por Semana Santa. [...] El tema principal es una libre adaptación de un lied de Zelter, Es war ein König in Thule, escrito sobre un poema de Goethe [...] Quizá con ello el músico quiso rendir un homenaje a un poeta que le había ayudado [...] y a su viejo maestro, que le había transmitido su pasión por la tradición, y en especial por Bach. Y es que, ¿acaso esa línea de bajo no tiene un aire barroco? [...] El Scherzo, sorprendentemente, es una página amable y contenida, algo indolente y de un refinamiento instrumental que tiene algo de mozartiano [...]. La amabilidad de esta bellísima página contrasta efectivamente con el vigor rítmico del Presto final, un impetuoso saltarello (o más bien una tarantella napolitana) en el que el discurso musical es llevado a un ritmo endiablado y vertiginoso.
La composición de esta sinfonía ocupó a Mendelssohn hasta 1833, año también del estreno en Londres, el 13 de mayo, bajo su dirección. Tarantella

El virtuosístico Saltarello que cierra la Sinfonía Italiana es en realidad una tarantella napolitana de proporciones sinfónicas

Les comparto hoy la Sinfonía nº 3 en La menor, «Escocesa» y la Sinfonía nº 4 en La mayor, «Italiana», de Felix Mendelssohn-Bartholdy, en dos interpretaciones que permiten un variado acercamiento. En primer lugar, Kurt Masur y la Orquesta Gewandhaus de Leipzig. Esta versión incorpora un fuerte vínculo con el compositor, quien fuera kapellmeister de esta famosa orquesta germana desde 1835 hasta su muerte, en 1847. Por otra parte, Masur propició el «redescubrimiento» de Mendelssohn al frente de esta agrupación, a partir de los años 70 del siglo pasado. Recordemos —avergonzados— que su música fue menospreciada paulatinamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la «música del porvenir» —el bando renovador al cual se había opuesto nuestro compositor— se elevó en prestigio junto con el ascenso imperial de la Alemania unificada. Las versiones de Masur ofrecen esa chispa y lucidez que caracterizan sus lecturas del repertorio romántico.

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En segundo término, Sir Roger Norrington y sus London Classical Players nos ofrecen lecturas históricamente informadas de ambas sinfonías. El rigor de este flemático director inglés lo lleva a cuidar con exactitud la proporción de la orquesta, distribuida según el uso del propio Mendelssohn, así como la elección de tempi ligeros. Es refrescante la limpieza de los timbres y la vivacidad del colorido instrumental. ¡Disfrútenlo!
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8 comentarios:

Anónimo dijo...

A pesar de que todo el artículo está muy inspirado,el último párrafo en donde aludes al menosprecio que llegó a sufrir la música de Mendelssohn es clarificador. En tiempos muy recientes, tenía uno que pedir hasta disculpas por confesar su atracción por la música de Mendelssohn.

Muy buenas las versiones de Masur (todo un especialista) que pongo al mismo nivel que las alegres y ya clásicas de Abbado con la London Symphony. La Italiana es una sinfonía que me encanta por su variedad melódica y rítmica. Y, aunque parezca lo contrario, no es fácil dirigirla ya que presenta pasajes de alta traición (el último movimiento suele delatar al mal director)

Pues sí, no me da vergüenza decir que a mí me encanta Mendelssohn. Aunque con dicho compositor se de un curioso caso. En vez de madurar, pareció perder chispa inventiva conforme iba cumpliendo años. Y creo que ello fue debido a sus múltiples compromisos.

Un abrazo, maestro Joaquín

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Qué bueno que lo comentas, querido amigo, porque abrevié este artículo para evitar más demoras en su publicación —hoy le añadí una cita de Comellas—; pero ese recorte aludía al duro contexto que significó el siglo XX para la música de Mendelssohn. La “felicidad de Félix” fue maltratada, tachándolo de superficial y facilón. Para colmo, su cuna hebrea le atrajo el desprecio del antisemitismo en alza; el Banco Mendelssohn, fundado por el padre y el tío del compositor, fue empujado a la bancarrota por el régimen nazi, y el popular Concierto para violín en Mi menor fue defenestrado, por poco “teutón”, a favor del Concierto en Re menor de Schumann (una obra menor, afectada por la última y definitiva crisis mental de su creador el cual, irónicamente, afirmó que el espíritu de Mendelssohn le había dictado los temas...).

Las versiones de Masur que coloqué aquí corresponden al año 1987. Las mismas obras fueron registradas antes por el director y la orquesta, allá por 1970; más adelante subiré también estas grabaciones, porque tienen interesantes diferencias con las ahora compartidas.

Buena observación la que haces sobre el “agostamiento” de la inventiva mendelssohniana. Comparto esa impresión, creo que él habría ganado mucho retirándose un tiempo de su activa vida pública, que lo encorsetaba, para desarrollar libremente sus propias ideas.

Un ingrediente que no explicité en el artículo es la impresionante memoria que tuvo Mendelssohn; no sólo para recuperar datos sino para revivir sensaciones y estados creativos. La dilatada escritura de la Sinfonía Escocesa, por ejemplo, no ensució nada de la inspiración inicial, como si el compositor hubiera permanecido siempre en la contemplación de sus primeras impresiones. Genial.

Gracias por tu visita, admirado amigo.

Elgatosierra dijo...

Me gustan más las sólidas, aunque por momentos pesadas, versiones de Masur que las pulcras e insípidas versiones de Norrington.
La escocesa me parece una obra monumental.
Mi admiración por Felix Mendelssohn no tiene límites, y solo una sombra, el que permitiera que se le atribuyeran obras de su hermana Fanny.
Su labor como compositor, director y restaurador fue fundamental para la historia de la música. Sin él posiblemente ni Bach ni nosotros estaríamos como estamos en esto de la música.
Salud, paz, sonrisas y cordiales saluditos para todo el fogón.
Elgatosierra

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Me adhiero de corazón a tu comentario, que le hace plena justicia al bueno de Felix. Y lo dicho por Fernando en el correo también es fundamental: la envidia hacia su acomodada condición social contaminó durante dos siglos el juicio que muchos hicieron de su calidad artística. Y mira que como millonario fue un ejemplo de generosidad y sencillez... en lo cual también quedó por arriba de muchos de cuantos lo envidiaron (¿o no era envidia, Wilhelm Richard?).

Las versiones de Norrington me agradan por su sonido, pero Masur se queda con la palma. Por cierto, las anteriores de Masur con la misma Gewandhaus (año 70) lucen más transparencia con igual inspiración y contundencia. Valdrá la pena traerlas acá un día de estos...

Abrazo!

Anónimo dijo...

Ya que citáis posibles versiones prefiero con mucho la de toda la vida de Klemperer. No menosprecio la muy admirable versión de Abbado, pero me gustan menos las de Masur y mucho menos de la Norrington (en ese plan prefiero la de Bruggen. Un saludo a todos.

Elgatosierra dijo...

Estimado amigo anónimo, creo haberle comentado ya a QUINOFF en algún momento que esa grabación que mencionas, supongo será la de 1961 con la Orquesta Philarmonia para EMI, siempre ha sido una de mis favoritas. Y todavía conservo el LP en perfecto estado, por cierto el disco comienza con una gozosa versión de la Obertura Las Hebridas (La Gruta de Fingal), Op. 26.
Creo que tampoco deberíamos de olvidarnos de la de Karajan con la Filarmónica de Berlín para DG.
Stokowski, Kempe y Munch también hicieron maravillas con la Escocesa de Don Felix.
Salud, paz, sonrisas y cordiales saluditos para todo el fogón.
Elgatosierra

Migtor dijo...

Efectivamente, Gatosierra, la versión que comentas es de Emi del año 1961, aunque yo la tengo en un CD que contiene las dos sinfonías comentadas
(3ª y 4ª). La chispeante version de la Hebridas (coincido contigo) salio junto con El sueño de una noche de verano.
Por otro lado, imperdonable olvido, felicitar a quinoff tanto por los comentarios a esta audicion, como por su magnifico blog.
Saludos

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Gracias por el saludo, Migtor, bienvenido. Coincido con las preferencias que expones para las sinfonías de Mendelssohn. Elegí las versiones que ilustran el artículo como mero punto de partida, lo más didáctico posible: Masur, por su autoridad en este repertorio, y Norrington por el sonido que desarrolla, permitiéndonos imaginar cómo sonaba Mendelssohn. Ahora bien, hay mejores interpretaciones, claro que sí, y eso es algo de agradecer. La de Klemperer, la de Karajan, la de Kempe y muchas otras que espero poder colocar a vuestro alcance.
Saludos!
Q.

 
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