martes, 18 de octubre de 2011

El problema de la Sinfonía y la solución de SCHUMANN

El castillo de Stolzenfels, a orillas del Rin, ilustra el espíritu
de la Tercera Sinfonía de Schumann

Beethoven Volvamos a esa época de entusiasmos y osadías como fue el temprano Romanticismo germano, y en particular el capítulo sinfónico. A la muerte de Beethoven, la forma sinfónica no encontró un continuador de parecida altura. O para hilar más fino, sí descubrió uno en el inspiradísimo Schubert, que reverenciaba al gran sordo pero había sabido emprender su propia senda; sin embargo, ocurrió con Schubert que la suerte no lo favoreció, y su grandeza, apenas evidente fuera de su círculo íntimo, permaneció inexplorada durante casi medio siglo tras su muerte y por ende, no logró influir a la generación inmediata.

La sinfonía pareció caducar como vehículo de expresión a falta de músicos capaces de medirse frente a ella —o frente a los nueve monumentos de Beethoven— y en gran parte también por los requerimientos técnicos de su lenguaje específico (el allegro de sonata). No es casual que uno de los verdaderos sinfonistas de tal período incierto fuese Mendelssohn, artista abierto a la influencia de los creadores pasados como Bach, despojado de prejuicios contra las estructuras musicales y así, capaz de equilibrar las ideas con una forma de expresión adecuada. Desde Francia, Berlioz ensayaba una solución novedosa con su Sinfonía Fantástica, dotándola con un programa implícito y así, anticipando el gran logro creativo de Liszt, el Poema Sinfónico.

Schumann

Mientras tanto, Schumann exploraba el territorio orquestal. Hombre de intuiciones geniales, vislumbró en seguida que la capacidad arquitectónica no era enemiga de la poesía ni de la frescura de ideas, antes bien, podía ser su mejor aliada. Escribió cuatro sinfonías en las cuales ensayó el difícil equilibrio entre forma y fondo, y echó mano a su originalidad para obtener el ansiado propósito. Entre tales recursos figuraba la reiteración de un tema a lo largo de la sinfonía entera, como elemento unificador, o la disolución de los límites entre los movimientos para dar la impresión de fluencia sin interrupciones. Además, supo aquilatar antes que nadie el legado sinfónico de Schubert y se benefició con el análisis de las obras escritas por el vienés, que como decíamos al comienzo, había abierto un camino destinado no a superar, sino a “contornear” la obra beethoveniana.

Con esto en vista, creo que Schumann se erige como eslabón fundamental en el desarrollo histórico de la sinfonía, la gran forma por excelencia; y no sólo por recapitular los logros de los creadores post-beethovenianos a fin de crear sus propias obras, sino también por apostar a la sinfonía en una coyuntura histórica donde el prestigio parecía deslizarse hacia las novedades —interesantísimas, por supuesto— de Liszt o Wagner. Esta elección valiente permitirá, a la postre, los logros de Brahms, quien consumará las ideas sinfónicas que esperaban, desde la Novena Sinfonía, un heredero.

Les comparto hoy las Sinfonías nº 2, en Do mayor, y nº 3, en Mi bemol mayor, de Robert Schumann, interpretadas por Kurt Masur y la Filarmónica de Londres. Valga destacar la jerarquía de este director alemán en su lectura del repertorio romántico, como destaca leiter en este artículo.
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Stolzenfels

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente trabajo, maestro Joaquín. Masur posee esa tradición propia de los directores de la Alemania más profunda y cuyos resultados en Schumann son particularmente satisfactorios. Es un caso, salvando las distancias, parecido al de Sawallisch. Los directores de la antigua DDR tenían una chispa especial para transmitir la complejidad de Schumann. Aunque ya sabes que a mí me tira mucho Sinopoli con la segunda...

Un abrazo, amigo, desde el paciente Ford T.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Gracias por el comentario, leiter! Sé la paciencia que demanda el Ford T cuando da un giro por estos derroteros. El dato de la antigua Alemania del Este me parece esclarecedor, muchas gracias! Un abrazo, amigo

Luna dijo...

Buena entrada. Me parece muy interesante la apreciación de la importancia de Schumann en el desarrollo de la sinfonía, y de cómo se relaciona su obra sinfónica con la de Schubert y la de Brahms. Un saludo.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Luna, ese aspecto de Schumann a menudo queda olvidado porque repasamos la historia de la música linealmente, cuando lo cierto es que los conocimientos que hoy poseemos se asentaron de forma desigual, y por ende, las relaciones mutuas no son estrictamente cronológicas. Muchos figurones de la música del siglo XIX hoy languidecen al pie de página en los libros (Dittersdorf, Spontini, Nicolai...) mientras que otros nombres de primera importancia pasaron décadas menospreciados u olvidados, hasta que alguien les devolvió al sitial que merecían ocupar (Schubert, Bach, incluso Haydn...). Schumann tuvo el invaluable mérito de “unir los puntos” y restablecer corrientes de influencia que se hallaban interrumpidas. En varios sentidos Brahms realizó con maestría consumada lo que antes Schumann se había atrevido a soñar.

 
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