A fines del siglo XIX, la música rusa se hallaba dividida en dos corrientes: el así llamado nacionalismo propugnado por Balákirev junto al “Grupo de los Cinco”, y en contrapartida la escuela “académica”, de orientación centroeuropea (germana), desarrollada en los Conservatorios de Moscú y San Petersburgo bajo la dirección de los hermanos Anton y Nikolai Rubistein. En un bando militaban Músorgsky, Rimsky-Kórsakov, Borodín y varios más; en el otro, Chaikovsky, Kalinnikov (el de vida fugaz) o, avanzado el tiempo, Arensky y Rachmáninoff. Al alero de esta última vertiente vivió también el compositor Sergei Ivanovich Tanéyev (1856-1915), discípulo de Chaikovsky, maestro de Rachmáninoff, Scriabin, Medtner y Glière, y encarnación de los aspectos más intelectuales de la música. No obstante lo anterior, Tanéyev pretendió también un arte nacional ruso, aunque adoptando una original perspectiva: fusionar los aires populares con la madurada técnica occidental:
“La labor de cada compositor ruso consiste en fomentar la creación de música nacional. La historia de la música de Occidente nos enseña qué hacer para lograrlo: hay que aplicar a la canción rusa el mismo procedimiento intelectual que las naciones occidentales aplicaron a sus canciones, y ya tendremos nuestra propia música. Se debe empezar con las formas elementales del contrapunto, pasar después a otras más avanzadas, elaborar la forma rusa de la fuga, y entonces sólo faltará un paso hasta los tipos instrumentales complejos. A los europeos les tomó siglos llegar allí; nosotros necesitamos mucho menos. Conocemos el camino, la meta, podemos sacar provecho de su experiencia.”
Estas palabras fueron escritas por Tanéyev y resultan un auténtico credo estilístico. Con ellas como trasfondo se puede entender mejor a este hombre, denostado y a la vez respetado por su rotunda maestría en el contrapunto, temido por la franqueza de sus opiniones, admirado por su formidable capacidad pianística, solterón empedernido, erudito de amplísimos intereses... y compositor hoy casi olvidado.
Nació en 1856 en el seno de una cultivada familia de la nobleza rusa, que se trasladó a Moscú en 1865. Al año siguiente el futuro compositor, con 9 años, ingresó al Conservatorio de la ciudad. Ahí le aguardaba una brillante carrera: pupilo de Langer, Hubert, Chaikovsky y Rubinstein, Tanéyev se graduó en 1875 como el primer estudiante en la historia de la institución en obtener doble Medalla de Oro (piano y composición). Fue asimismo el primero en recibir la Gran Medalla de Oro del Conservatorio, selecto galardón que sólo obtendrán más tarde Arseny Koreshchenko y Sergei Rachmáninoff.
Taneyev en 1907 / extraordinario retoque de color al original por Michael Olshansky Aquel mismo año de 1875 debutó en Moscú como concertista con el Primer Concierto para piano de Brahms, nada menos, mientras crecía su nombre como intérprete de Bach, Mozart y Beethoven. La influencia germánica queda en clara evidencia... Pero también ese año fue solista en el Primer Concierto para piano de Chaikovsky, en su debut moscovita. El compositor quedó claramente impresionado con la interpretación de su ex-alumno; le encargó el estreno de todas sus siguientes obras para piano y orquesta, y tras su lamentable muerte, Tanéyev completó y estrenó el Tercer Concierto para piano y el Andante y Finale.
En 1878 Tanéyev reemplazó a Chaikovsky en el conservatorio, impartiendo clases de armonía, piano, orquestación y composición. Llegaría a ser considerado uno de los mejores pedagogos de su tiempo, opinión respaldada por la trascendencia de varios alumnos suyos: Alexander Scriabin, Sergei Rachmaninoff, Reinhold Glière y Nikolai Medtner.
En
1895 y
1896 ocurrió un episodio muy singular en la biografía del compositor.
Tanéyev pasó aquellos veranos en
Yasnaya Polyana, hogar de la familia
Tolstoi. Lo que comenzó como gesto de aprecio mutuo entre dos grandes artistas derivó en un extraño caso de infidelidad:
Sofía, la esposa del escritor, se encaprichó con el músico aunque éste, solterón de toda la vida, se mantuvo indiferente. Cundió el desconcierto entre los hijos y los celos en el marido, aunque también la chispa creadora:
Tolstoi convirtió el incidente en material para su novela
La Sonata a Kreutzer, donde examina las relaciones conyugales.
Tanéyev fue director del Conservatorio entre
1885 y
1889, y siguió enseñando hasta
1905. Los sucesos revolucionarios de este año llevaron al compositor a abandonar el plantel, retomando su carrera como pianista de concierto y dándose a la composición de obras de cámara con añadidura de piano, la cual interpretaba él mismo. En
1915 asistió al funeral de
Scriabin, su antiguo alumno, y contrajo neumonía. Cuando se recuperaba, sufrió un ataque cardíaco que acabó con su vida.
Tanéyev siempre fue un cosmopolita, atraído por las más diversas disciplinas: estudió ciencias naturales y sociales, leyó por placer a Platón y Spinoza, aprendió
esperanto e incluso creó obras cantadas en esta lengua artificial, estudió a fondo la cultura grecolatina, fue un enamorado de la polifonía renacentista y de los maestros flamencos, etc. Esa apabullante capacidad intelectual sustituyó en él la falta de una inspiración comparable a la de
Chaikovsky, Músorgsky o
Rachmáninoff, falta que impidió un estilo característico, perfilado con nitidez. En lugar de un inspirado creador, encontramos en
Tanéyev a un gran artesano, dueño de una técnica imponente. Su curioso método de trabajo lo retrata bien: bosquejaba primero la composición entera, tomaba después cada tema por separado, lo llevaba a un cuaderno y lo sometía a toda suerte de procedimientos contrapuntísticos. Sólo tras esta labor volvía al bosquejo para darle forma definitiva. Aun así,
Tanéyev no era un cerebro y nada más: su arte posee calidez, notables cualidades líricas, combinando el sabor eslavo con la ciencia del contrapunto, tal como era su aspiración. Por eso quizá, hablando personalmente, mientras más veces escucho sus obras, más puertas siento abrirse dentro de ellas, dando cabida a matices que pasamos por alto en las primeras audiciones.
Tanéyev tiene su magia...
Para ilustrar esta semblanza de Sergei Tanéyev les comparto un disco que reúne varias de sus Obras Orquestales. En primer lugar —y quizá lo mejor del registro— la Obertura y el Interludio del Acto III de su ópera “Orestíada”, basada en la tragedia de Esquilo. ¡Qué impresionante comienzo de la obertura, con toda la fuerza de las cuerdas graves exhalando el tema generador! Esta pieza tuvo una vida independiente en las salas de concierto, de la misma manera que el brillante Interludio del Acto III (“El Templo de Apolo en Delfos”). El disco lo completan dos oberturas más, un Adagio en Do mayor, una obra coral de circunstancias (“Para el Monumento a Pushkin”) y una preciosa Canzona para Clarinete y Orquesta. Interpretan Thomas Sanderling y la sorprendente Orquesta Sinfónica de la Academia de Novosibirsk.Tapas escaneadas y ripeo en WMA de alta calidad: