lunes, 13 de septiembre de 2010

CHAIKOVKSY / Primera Sinfonía

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Una de estas mañanas preparaba el café con que ahuyento el frío al iniciar la jornada. Ya el aroma a granos se desprendía en círculos cuando sentí como si el instante se detuviera. No era ningún aditivo del café; eran mis audífonos, o más bien Chaikovsky sonando en ellos. Era su primera sinfonía, era el segundo movimiento. ¿Lo conocen? Qué obra de belleza emocionante y, aun así, a menudo descuidada. En ella, el genio ruso emprende el viaje que lo convertiría en el mayor sinfonista de su país.

La primera sinfonía le costó a Piotr Ilich más esfuerzo que ninguna otra, según escribió su hermano Modest. La endeble resistencia nerviosa del compositor, de 26 años entonces, se curvó bajo la presión de abordar por primera vez el género sinfónico, generando en él con más intensidad la habitual avalancha de dudas e incertidumbres.

Además la obra una vez concluida no convenció al severo Antón Rubinstein, quien la reprobó. En febrero de 1867 fue ofrecida una interpretación parcial (los dos primeros movimientos) que causó buena impresión; un año más tarde le llegaría a la sinfonía su estreno definitivo, esta vez en Moscú, en donde el público la recibió con entusiasmo.

El sinfonista debutante acusa la influencia de los clásicos germanos, en particular Schumann y Mendelssohn. De este último tomó la idea de dar títulos a la obra y sus movimientos, lo cual, sin embargo, no la convierte en “música descriptiva” en sentido estricto; los títulos aluden a atmósferas, generadoras de estados anímicos y emocionales.

El primer movimiento contiene dos temas populares, refinados por Chaikovsky y organizados según esquemas clásicos. El segundo movimiento es una belleza, perfecta ilustración de las vastedades melancólicas y grandiosas de la estepa. El compositor demuestra que ya es dueño de una admirable exquisitez sonora y consumada habilidad instrumental. En el tercer movimiento vuelven los ecos de Schumann y Mendelssohn, pero en el trío encontramos un vals “típico” del compositor, siempre tan inspirado al emplear los esquemas de la danza en el nicho sinfónico. El cuarto movimiento es uno de esos finales sonoros y brillantes que al propio Chaikovsky le causaban dudas, pero al público ninguna; el tema folclórico “Flores florecidas” otorga al Finale vena melódica y brío rítmico para evocar el mundo popular.

Deléitense ustedes con esta sinfonía extraordinaria de un auténtico “Mendelssohn ruso” en versión de Kurt Masur y la Orquesta Gewandhaus de Leipzig. Completa el disco la Fantasía Sinfónica “Francesca da Rimini”.

D E S C A R G A
 
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