sábado, 12 de septiembre de 2009

ESO DE LOS PRODIGIOS...

Imaginando al pequeño Mozart sentado ante su teclado sin que sus pies tocaran el suelo, me viene la sensación de que su arte se diluía un poco ante el conflicto que provocaba: comprobar las acciones de un adulto (además avezado) en las proporciones de un niño. Hay algo de incredulidad, de extrañeza en la presentación de un niño prodigio, que desorienta un poco la admiración.

Aun así, es una sorpresa gratificante. El “genio” es enemigo de lo estándar, esa demasiado abundante categoría moderna. Aquí les dejo un notable caso: Leila Josefowicz en 1991, equilibrando su estampa infantil con una destreza estremecedora.

3 comentarios:

Elgatosierra dijo...

Creo que esta niña preciosa tenía en esos momentos 14 añitos, y llevaba tocando el violín desde los 3.
Creo que para tocar así no es suficiente con una hora diaria de ensayo. Me temo que detrás hay bastante más trabajo.
Me pregunto si estos prodigios tienen infancia, por ejemplo, si tienen tiempo para jugar todos los días con sus amigos. El caso de Wolfi es el mejor ejemplo.
No me vale la respuesta manida de que ya juegan con el instrumento (flauta, guitarra, piano, violín...)
Todo esto de la música está muy bien, pero quién está al servicio de quién, la música al de las personas o las personas al de la música.
Salud, paz y una sonrisa por favor.
Elgatosierra

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Precisamente ése es el fondo de mi comentario, Gato clarividente. ¿Quién gana con estos prodigios? Son admirables, qué duda cabe, ¿pero son felices? Desarrollar las propias capacidades siempre genera bienestar, pero un niño-prodigio es primero un niño y sólo después un prodigio. Si Mozart murió a los 35, estoy seguro de que fue porque su círculo no entendió esa diferencia fundamental. No por nada estuvo en estado de COMA durante esa prodigiosa infancia...

mara dijo...

Eso de los prodigios....lo primero que me evoca es presión.
¿Quién gana con estos prodigios? dice Quinoff. Yo diría que gana el narcisismo del adulto -en general una figura parental- que deposita sobre alguna habilidad del futuro niño prodigio todas sus frustraciones.
Es casi una regla que el "niño prodigio" desarrolle una sóla habilidad y Mozart es un buen ejemplo, lamentablemente.
No cabe duda, como bien dice El Gato, lo que hay detrás de esos niños no es infancia. Es trabajo, forzado, a presión y para nada lúdico.

 
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