jueves, 26 de mayo de 2011

LOS “LUTHIER”


Un luthier en su taller
La sapienza è figliola dell’esperienza “La sabiduría es hija de la experiencia”, recitaba Leonardo da Vinci. Y justamente la experiencia es la madre de los instrumentos musicales tal como hoy los conocemos. Un centenario proceso de decantación ha ido fijando medidas y proporciones (cánones) que, si nunca son del todo perpetuas, sí pueden ufanarse de haber rozado, en muchos casos, la perfección.

Por ejemplo, la familia de los violines (o para ser exacto, de los instrumentos de cuerda frotada) convirtió al mejor de sus artífices en ícono de excelencia: Stradivarius. Los instrumentos del luthier cremonés, en la actualidad reducidos a unos 650 de los 1.100 que construyó, apetecidos por los intérpretes y los coleccionistas, llevan consigo el persistente enigma de su fabricación perfecta, nunca más igualada. Algunos buscan la clave en el barniz, otros en la madera, otros en las proporciones pitagóricas... pero el “misterio de Stradivarius” sigue abierto.


Stradivarius


Es interesante citar parte de un artículo que puede leerse en la Web:
El arquitecto romano Vitrubio (siglo I a. de C.) escribió un tratado titulado Los diez libros de la Arquitectura, en el cual establecía tres características que debían reunirse en una obra arquitectónica: firmitas (solidez o estructura), utilitas (utilidad o funcionalidad) y venustas (belleza o estética). Podemos extrapolar perfectamente estos tres elementos aplicándolos en el campo de la luthería.
Estas tres cualidades distinguen ejemplarmente a los violines fabricados por los luthiers de Cremona. Pues no sólo hubo un Stradivarius; aunque parezca increíble, todos los grandes violines fueron fabricados por tres familias, los Amati, los Stradivari y los Guarnieri, en un rincón de Cremona, población del norte de Italia (fuente). Sus productos son tan irrepetibles y definitivos como una catedral gótica, una espada tradicional nipona o un huevo de Fabergé. En efecto, el sonido de cada violín difiere entre sí, como si sus artífices, a la manera del mito de Pigmalión, hubieran querido dotar con un “alma” propia sus creaciones.

Estos logros clásicos (literalmente, es decir, que constituyeron la clase, la norma de su género) siguen vigentes hasta ahí, y así seguirán en el futuro, ciertamente. Pero siglos después, cuando los compositores del Romanticismo iniciaron la experimentación sonora merced a sus intuiciones, los luthier alumbraron creaciones desconcertantes. Una de éstas será motivo de la siguiente entrada. Hasta entonces, les dejo en compañía de la perfección violinística: el Concierto en Si menor para cuatro violines (primer movimiento) de Vivaldi, en interpretación de Leonid Kogan y David Oistraj junto a sus hijos Igor (Oistraj) y Pavel (Kogan).



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