“Paisaje invernal con iglesia”
Caspar David Friedrich (1811)
Schumann escribió a un cantante holandés apellidado Strackerjan, en 1852, una carta donde expresaba:
“El fin supremo de un artista consiste en consagrar toda su energía a la música sacra. En la juventud estamos firmemente arraigados a la tierra, con sus penas y alegrías, pero a medida que envejecemos nuestras ramas aspiran a cosas más grandes. Confío en que pronto se cumpla esto conmigo.”
El mismo año de esta misiva, el compositor había dado muestras claras de su interés en la música sacra cuando preparó, en largos ensayos junto al coro de Düsseldorf, varios fragmentos de la Misa en Si menor y la Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach. Pero el ideal religioso en Schumann estaba profundamente alineado con su tiempo. Como siempre ocurría en este alquimista de formas y conceptos, su inventiva ya lo había llevado a comunicar impresiones muy vecinas de lo religioso a través de medios innovadores. Tal ocurrió en el 4º movimiento de la Tercera Sinfonía (“Renana”), donde plasma su deslumbramiento ante la gótica Catedral de Colonia en una maravillosa sucesión de acordes de sabor arcaico encomendados a los trombones, fijando una solución orquestal que volveremos a encontrar en la Cuarta Sinfonía de Brahms.
El director Kent Nagano ha dicho al respecto:
“Yo me llego a sentir profundamente espiritual [en este cuarto movimiento], es como una transfiguración. Pero, para decir que es religioso tendríamos que pensar en su forma más abstracta, porque Schumann trataba las ideas religiosas de manera muy moderna. Así, transmite ideas espirituales a través del carácter de la música, a través de armonías o timbres.”
Aquel año de 1852 el compositor firmará su Misa en Do menor, obra organizada según el esquema de una misa católica, emocionante en la honestidad de su expresión y la belleza de las relaciones entre el coro, los solistas y la orquesta. La dolida intimidad de su comienzo, Kyrie, parece mezclar ternura y mal augurio, lo cual se suaviza en las vivaces notas del Gloria o el Credo. El Ofertorio consiste en un himno mariano (“Tota Pulchra es Maria”) que evoca al gran liederista que un día fuera Schumann. El Sanctus y el Agnus Dei concluyen esta obra donde el compositor se despide antes de caer en la larga noche de la locura. Clara, su esposa, temerosa de que aquella demencia pudiera haberse infiltrado en la Misa, pensó en destruir el manuscrito, pero Brahms la disuadió de ello. Gracias al tino y al afecto de Johannes, hoy puedo compartirles esta obra —muy característica de la visión religiosa del Romanticismo alemán, y donde cabe registrar la influencia de las misas beethovenianas— en versión de solistas vocales, el Coro y Orquesta de la Fundación Gulbenkian de Lisboa, todos bajo la dirección de Michel Corboz...
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1 comentario:
¡Qué interesante! Es una obra muy poco conocida, la oí hace años en un concierto radiado y estoy deseando repetir.
Muchas gracias por el enlace y por el artículo, y enhorabuena por el blog.
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