Una de las dos únicas fotos de Alkan... y ni siquiera le interesó mirar de frente
Charles-Valentin, niño prodigio, ingresó al Conservatorio de París a los seis años de edad para estudiar piano y órgano bajo la tutela de Pierre-Joseph-Guillaume ZIMMERMANN, músico y maestro extraordinario que tuvo por alumnos a nombres clave de la música francesa como Bizet, Franck o Gounod. A los siete años ya fue capaz de ganar el primer premio en solfeo y otros más en piano, órgano y armonía. A los siete años y medio se presentó en público como violinista (!), y a los doce hizo su debut como pianista con sus propias composiciones. A los veinte años ocupaba ya un sitio bien ganado en la primera fila de los grandes virtuosos instrumentales del Romanticismo, deambulando en los brillantes salones parisinos que aplaudían a Paganini, a Chopin o a Liszt. En efecto, ALKAN fue quizá el mayor virtuoso francés del piano en su época, llegando a merecer sinceros elogios del genial pianista húngaro, con quien trabó una sólida amistad.
Hacia 1838 ALKAN, por entonces con 25 años, está en el apogeo de su carrera. Su amistad con los citados Chopin y Liszt se traduce en frecuentes conciertos conjuntos. Fétis, el crítico musical más influyente de París, lo alaba en sus artículos. El temperamento de ALKAN se mostraba más equilibrado que el del polaco, con su melancólica introversión, o el del húngaro, extrovertido apasionado. Pero ocurre entonces un primer período de inflexión: el joven músico francés decide retirarse a pulir su técnica (ya alabada por el severo Cherubini) y a componer. Volvió a los escenarios en 1844, pero entre abril de 1846 hasta fines de 1848 desaparece nuevamente, abocándose a su faceta de compositor.
A fines del año revolucionario de 1848, ALKAN decidió mejorar su situación económica y artística postulando a la titularidad de la cátedra de piano en el Conservatorio, vacante tras el retiro de su antiguo maestro Zimmermann. Pero Francia atravesaba entonces un período de gris monotonía, y el nuevo director del establecimiento, Daniel Auber, favoreció la candidatura de un ex discípulo del propio ALKAN, Antoine Marmontel, cuyas mejores habilidades para el puesto fueron las maniobras que realizó para conseguirlo.
Este revés marcó la despedida social del compositor. Aparte de dos conciertos ofrecidos en 1853, abandonó su antigua vida para recluirse en su casa por casi veinticinco años. De este ostracismo sabemos muy poco, salvo lo que consta en su epistolario, el cual siguió cultivando con viejos amigos como Ferdinand Hiller. Brotó también en ALKAN una religiosidad que evoca a Liszt o a Gounod, dedicándose al estudio de la Biblia y del Talmud, incluso elaborando una traducción al francés para uso personal, que acabó destruyendo. En terrenos más humanos, el misántropo no se libró del aguijón de la soledad, que el paso de los años volvía dolorosa. Se presume que tuvo un hijo en su juventud con una de sus elegantes alumnas; este hombre, Élie-Miriam Delaborde, llegó a ser un gran pianista y también pintor, atleta y músico de nutrida vida social, a diferencia de su padre.
En su última década de vida ALKAN reapareció brindando una serie de conciertos, que lo pusieron en contacto con una generación nueva de músicos franceses. Había seguido publicando sus obras, pero el retiro social infundió en él una independencia de las convenciones artísticas entonces en boga. Por ejemplo, la música francesa se había decantado por un estilo melódico y dulzón, la “romanza”. ALKAN, en cambio, no teme la expresión vehemente, violenta, frecuentemente ligada a una viva fantasía de tono macabro o incluso sombrío. Me recuerda un poco a Beethoven en sus últimos años y sus “malos modales” expresivos, su rudeza, su causticidad, sus días negros alternados con días soleados. Por supuesto que ALKAN no llegó a poseer la garra expresiva, el genio, en fin, del alemán, pero sí creó una obra originalísima que, sin duda a causa de su extrema dificultad, ha sido descuidada.