Motivos laborales habían llevado a la larga ausencia de un gran amigo y colaborador de esta página, Ernesto Nosthas. Pero “no hay plazo que no se cumpla...”, como dice el refrán, y ahora Ernesto regresa con nosotros para hacer lo que tanto se le agradece: descubrir novedades musicales. Para esta ocasión trae un as bajo la manga. Vamos, pues, a un artículo en varias entregas sobre el primer compositor europeo que creó música desde el Nuevo Mundo. Cuidado; no es el que todos creemos...
¿Qué es lo primero que viene a la cabeza del apreciado lector cuando lee este encabezado? Para muchos será la bellísima “Novena Sinfonía” de Dvořák. Y no es para menos: este sobrenombre quizás sea una de las denominaciones más exitosas del marketing de la música clásica de todos los tiempos.
Sin embargo, amigos lectores, este artículo no estará centrado en esta maravillosa sinfonía, sino que más bien hará justicia al señalar que no fue la primera obra “desde el nuevo mundo” debida a un compositor europeo en tierras americanas durante el siglo XIX.
Con todo, para establecer el precedente de contexto es necesario dedicar algunas líneas a esta maravillosa pieza musical, que surgió en medio de una visita profesional de Dvořák a suelo americano, la cual se originó a partir de una invitación realizada en junio de 1891 por Jeanette Thurber, fundadora del Conservatorio Nacional de Música de Nueva York, quien ofreció a Dvořák la dirección de este centro de formación musical en condiciones muy atractivas, tal como ahora exportamos al revés nuestros mejores jugadores de fútbol a las ligas europeas.
La casa neoyorkina, hoy demolida,
donde Dvořák vivió entre 1892 y 1895.
Con la clara perspectiva económica y de reconocimiento que el ofrecimiento suponía, Dvořák se asentó tres años en Nueva York entre 1892 hasta 1895. Durante su estancia en el Estados Unidos compuso varias obras inspiradas en el ambiente de su país de acogida, entre ellas la famosa Novena Sinfonía, el Tercer Quinteto para Cuerdas y el Duodécimo Cuarteto para cuerdas titulado el “Cuarteto Americano”. La Novena Sinfonía fue bautizada por su autor, por consejo de sus editores, como la “Sinfonía escrita desde el Nuevo Mundo” y fue recibida con una atronadora ovación el día de su estreno, el 15 de diciembre del mismo año en el Carnegie Hall de Nueva York, para la cual Anton Seidl condujo a la Orquesta Filarmónica de la ciudad.
Dvořák materializó en su “Novena Sinfonía”, así como en las otras obras de cámara mencionadas previamente, su notable interés en la música de los nativos americanos y en la de las comunidades afroamericanas que escuchó en sus viajes al interior de los Estados Unidos. A propósito de estas melodías, Dvořák tuvo una afirmación temeraria (y a la vez profética) en medio de una sociedad profundamente racista y segregacionista:
(pintura de Jelka Rosen, su esposa)
Sin embargo, amigos lectores, este artículo no estará centrado en esta maravillosa sinfonía, sino que más bien hará justicia al señalar que no fue la primera obra “desde el nuevo mundo” debida a un compositor europeo en tierras americanas durante el siglo XIX.
Con todo, para establecer el precedente de contexto es necesario dedicar algunas líneas a esta maravillosa pieza musical, que surgió en medio de una visita profesional de Dvořák a suelo americano, la cual se originó a partir de una invitación realizada en junio de 1891 por Jeanette Thurber, fundadora del Conservatorio Nacional de Música de Nueva York, quien ofreció a Dvořák la dirección de este centro de formación musical en condiciones muy atractivas, tal como ahora exportamos al revés nuestros mejores jugadores de fútbol a las ligas europeas.
La casa neoyorkina, hoy demolida,
donde Dvořák vivió entre 1892 y 1895.
Con la clara perspectiva económica y de reconocimiento que el ofrecimiento suponía, Dvořák se asentó tres años en Nueva York entre 1892 hasta 1895. Durante su estancia en el Estados Unidos compuso varias obras inspiradas en el ambiente de su país de acogida, entre ellas la famosa Novena Sinfonía, el Tercer Quinteto para Cuerdas y el Duodécimo Cuarteto para cuerdas titulado el “Cuarteto Americano”. La Novena Sinfonía fue bautizada por su autor, por consejo de sus editores, como la “Sinfonía escrita desde el Nuevo Mundo” y fue recibida con una atronadora ovación el día de su estreno, el 15 de diciembre del mismo año en el Carnegie Hall de Nueva York, para la cual Anton Seidl condujo a la Orquesta Filarmónica de la ciudad.
Dvořák materializó en su “Novena Sinfonía”, así como en las otras obras de cámara mencionadas previamente, su notable interés en la música de los nativos americanos y en la de las comunidades afroamericanas que escuchó en sus viajes al interior de los Estados Unidos. A propósito de estas melodías, Dvořák tuvo una afirmación temeraria (y a la vez profética) en medio de una sociedad profundamente racista y segregacionista:
«Estoy convencido de que el futuro de la música de este país debe estar basado en lo que se suele llamar melodías negras. Estas pueden ser la base para una seria y original escuela de compositores que se puede desarrollar en los Estados Unidos. Estos bellos y variados temas son el fruto de la tierra. Son las canciones populares de vuestra tierra, y vuestros compositores deben centrarse en ellas.»Específicamente como preámbulo al día del estreno, en un artículo publicado en el New York Herald, Dvořák explicaba cómo la música de los nativos americanos había influido en su sinfonía:
«No he usado ninguna de las melodías de los nativos americanos. Simplemente he escrito temas originales que incorporan las peculiaridades de la música india y, usando estos temas, los he desarrollado con todos los recursos de los ritmos modernos, contrapunto y color orquestal.»Temeraria y visionaria afirmación… ¡Dónde estarían Gershwin y los grandes jazzistas del siglo XX sin este precedente! Pero hoy, cuando el genio y la premonición de Dvořák son aclamados, y la sociedad estadounidense ha asimilado la integración racial en pleno, ¿es justo seguir asegurando que él fue el pionero en esta visión? Amigos y amigas lectores, la respuesta es NO. Cinco años antes que esta maravillosa obra, otra igualmente bella composición avanzó más allá en esta materia que la “Novena Sinfonía” de Dvořák, y otro compositor europeo estableció cátedra usando las melodías afroamericanas del sur de Estados Unidos en una obra sinfónica. Su nombre: Frederick Delius. ¿Cuál fue el problema? ¿Por qué hoy este hecho no es tan conocido? Porque amigos, como siempre afirman los expertos en marketing, “location, location, location”: Delius no concibió y estrenó la obra en Nueva York, sino que la concibió en medio de los pantanos de la Florida y la escribió y publicó en Leipzig (Alemania) en 1887, y, además, no contrató al mismo asesor de marketing de Dvořák, y la bautizó sencillamente “Suite Florida”. ¿Cómo me di cuenta de esta historia? En la siguiente entrega se describirán los hechos… Frederick Delius
(pintura de Jelka Rosen, su esposa)
6 comentarios:
Se torna interesante esta historia... más, más... De Delius he escuchado algo, pero no me sorprendíó su música. Veremos de que trata esta sinfonía.
Como siempre, excelente imágenes, ejemplos musicales y diagramación.
Gracias Carlitos! Esta promenade por la obra de Delius promete muchas sorpresas...
Un abrazo!
J
Seguro que esto no quedará así, lo más probable es que se hinche... JAJAJA
Y qué dos versiones de la “Novena” de Dvorák han enseñado la patita en este post, para perder el sentido, si tienen ocasión no se las pierdan. ¡Verdadera ambrosía!
Salud, paz, sonrisas y cordiales saludos para todo el fogón.
Elgatosierra
Sí Gatito, esas dos versiones de la Novena del checo merecen un post específico. A ver cómo le hacemos... te escribo después para ingeniar alguna cosa!
Un abrazo y gracias por tus visitas siempre gratas!
J
Estimado amigo QUINOFF creo que me ha confundido usted con mi hermano mayor.
En cualquier caso aprovecho la ocasión para mandar un cordial saludo para todo su fogón.
Elgatitosierra
Cierto, Gatito, hay que distinguir! ;-)
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