jueves, 8 de agosto de 2013

Las SINFONÍAS 8 y 9 de SCHUBERT –ó cuando un Condenado celebra la Vida–

Busto de SchubertRetrato en bronce de Schubert / crédito: Siemen Bolhuis

Pocas cosas debe haber más difíciles que asumir el término brusco de la propia vida. Y más cuando se ha vivido poco. Las puertas del alma se astillarán a golpes de frustración, rebeldía, agobio, incertidumbre.

Aun así, pienso que esta fatalidad resulta psicológicamente más dura para nosotros, hijos de un Occidente horrorizado con la muerte y enemigo del dolor, que para nuestros bisabuelos. Antaño la muerte, aun siendo la misma tragedia, no provocaba el mismo escándalo. La reacción estaba moderada por la costumbre, y es que la medicina no tenía entonces tanto poder sobre enfermedades hoy consignadas en los tratados como cosa antigua; antes al contrario, existir era toda una proeza al amparo de la Providencia.

Quizá ese palpar la propia fragilidad hacía de la vida un milagro evidente, celebrado, como diría Borges, “con minucioso fervor”. Hasta los lánguidos decenios del Romanticismo sabían abandonar sus nostalgias para embriagarse con esta pletórica alegría de vivir, carpe diem que, no nos engañemos, tenía mucho de trascendental.

Gafas de SchubertLas inseparables gafas de Franz Peter Schubert
Esa amalgama contradictoria entre dicha y fatalidad ocupa un espacio central en el arte de Franz Peter SCHUBERT, uno de los grandes músicos de todos los tiempos y ciertamente el más grande nacido en Viena. La capital austríaca se constituyó durante mucho tiempo en “meca” europea de la Música, atrayendo a quien quisiera labrarse una gran carrera. Allí llegaban y se quedaban los creadores de fama mundial, agasajados por teatros, salones y palacios. No obstante, para Schubert casi no hubo alfombras rojas. Nacido duodécimo hijo de una humilde familia, manifestó talento soberano desde tierna edad. Sus profesores fueron declarando sucesivamente que nada más podían enseñarle al tímido chiquillo de rizos abundantes. Poseyó una preciosa voz infantil que le abrió las puertas del Coro de niños de la Capilla de la Corte, institución predecesora de los “Niños Cantores de Viena”. Eso le dio derecho a entrar en el “Stadtkonvikt”, colegio destinado únicamente a los pequeños miembros del coro imperial. Allí recibió una esmerada formación general, participó con ventaja en la pequeña orquesta organizada con miembros del recinto y fue alumno del mismísimo Antonio Salieri. Aunque nunca se avino con el régimen del establecimiento, fueron cinco años fructíferos para Schubert: de esta época datan sus primeras obras vocales e instrumentales y el contacto con la obra sinfónica de Mozart, Haydn y Beethoven.

SchubertiadeStadtkonvikt de Viena / acuarela de Franz Gerasch

Dueño de esas raras facultades que son el oído absoluto y el oído interno (vale decir, identificar de inmediato cualquier sonido atribuyéndole la nota correspondiente, y generar dentro de la propia cabeza los sonidos leídos en una partitura), Schubert tuvo también una inspiración musical tan arrebatadora como su genio para la melodía. Sabía ser espontáneo y profundo a la vez, y nunca padeció falta de ideas frente a una página de papel pautado. Podríamos decir que su condición innata, su mismo propósito existencial, era crear música.

Y así fue. Pese a las presiones de su padre, quien quería verlo como maestro de escuela, se dedicó a la vida del artista, la cual era su auténtica vocación. No disminuyó nunca su timidez pero tampoco su fenomenal talento, y si no tuvo el carácter jupiterino de su idolatrado Beethoven, bien podía enseñarle a hacer amigos. Fueron éstos los primeros testigos (o causantes o dedicatarios) de composiciones inmortales como el “Ave María” o la “Serenata”.

SchubertiadeSchubertíada (1868) / Moritz von Schwind Schubert tenía un don para escribir canciones. Era capaz de inventar una melodía que capturara la frase poética, sostenerla en armonías que acompañaran el sentido expresivo y en el proceso no perder una sola gota de naturalidad ni frescura, de manera que muy a menudo, oyendo sus canciones, sentimos imposible otra posibilidad de plasmarlas en música salvo aquélla. (Tiempo atrás, mi querido amigo Fernando de León nos ofreció un repaso de varias versiones musicales del lied Erlkönig, y habíamos de admitir que ni las más meritorias podían hacer sombra a la genial propuesta de Schubert para tal poema de Goethe).

Hizo denodados intentos de triunfar en el escena lírica —lo cual aseguraba entonces la carrera de un músico— y no conseguirlo fue su mayor frustración. Hoy sabemos que la culpa recae en los pésimos libretistas y no en la enorme calidad de su música. Los verdaderos dramas musicales schubertianos están contenidos en sus prodigiosos lieder.

También compuso para la orquesta, y esa faceta la ilustraremos hoy. Dicen algunos que sus dotes como orquestador no siempre brillan a la altura de su genio; incluso Brahms, actuando como supervisor de la edición oficial a fines del siglo XIX, se permitió “corregir” los “cientos de errores” que a su modo de ver contenían esas partituras, principalmente en materia de acentos y dinámica instrumental. Injusto. Schubert fue un maestro consumado del difícil género sinfónico, y curiosamente en este apartado se muestra más conservador, tomando como modelos a Haydn y Mozart tanto o más que a Beethoven. Así forjó un eslabón nítido entre el Clasicismo y el Romanticismo. (Un iluminador análisis al respecto fue publicado por mi buen amigo Carlos Sala Ballester en su blog Entre Notas, enfocando los lazos entre Schubert y Mozart).

Mencioné con el título a un condenado que celebra la vida. Ocurre que a fines de 1822 el compositor contrajo sífilis, enfermedad vergonzante y rápidamente escondida para evitar el desprecio social.

Muchas biografías de Schubert acallaron esta dolencia y atribuyeron su temprana muerte a la fiebre tifoidea, lo cual no es del todo falso: fue la causa determinante de su fallecimiento, pero hizo presa de un hombre de 31 años debilitado por la sífilis y las curas altamente tóxicas basadas en mercurio. En 1823 pasó temporadas en el Hospital General de Viena —afortunadamente pionero de Europa en aquel momento— para tratar las etapas tempranas de su mal. Debió usar peluca cuando sufrió la caída temporal del cabello. Su sensibilidad y bonhomía fueron paulatinamente trastornadas llevándolo a períodos de fatiga y depresión (“melancolía severa” en el decir de sus cercanos) con otros de expansividad social y ebullición creativa. En los últimos años de su vida el alcolohismo (válvula de escape ante una enfermedad sin cura) había hecho mella en su carácter, disparando episodios de agresividad y haciéndolo descuidar su aspecto e higiene. Por su parte, la enfermedad venérea incubada en su organismo le causaba fuertes cefaleas y dolores articulares que a veces le impedían tocar el piano.

Pero nuestro creador nunca claudicó. Cuando pasaban las horas amargas reanudaba sus labores y partía al encuentro de la vida. A poco de concluir el último año de su existencia, 1828, decidió tomar clases de contrapunto con el propósito de ampliar sus recursos musicales, lo cual sugiere planes para el futuro. Por entonces su ánimo había recuperado el optimismo que supo plasmar en su última sinfonía, había presenciado un concierto público dedicado exclusivamente a sus obras y llevaba un vigoroso ritmo de trabajo. Pero su salud se deterioró tras probar pescado en un restorán el último día de octubre. Asistió a la primera clase de contrapunto el 4 de noviembre, pero ya no acudió a ninguna más. Su fatiga aumentó, cayó en cama y perdió el apetito. El 14 de noviembre todavía tiene energía para solicitar libros con que distraerse y retoca el ciclo Viaje de invierno. El día 17 se agrava, el 18 recibe la extremaunción y el 19, sucumbe. El repentino desenlace sorprende a todos. Pero Schubert atravesaba entonces la fase terciaria de la sífilis, y es probable que la muerte prematura le haya ahorrado el deterioro cerebral que padecieron otros, como Nietzsche, Lenin o Baudelaire.


  • Schubert Blomstedt
    SINFONÍA nº 8 en Si menor, »INCONCLUSA« & SINFONÍA nº 9 en Do mayor, »LA GRANDE«, por HERBERT BLOMSTEDT y la STAATSKAPELLE DRESDEN — La célebre Sinfonía Inconclusa procede del año 1823. A sólo un mes de empezada, el compositor se entera de que padece el mal incurable. Ello podría explicar el abandono de la obra con dos movimientos completos y apenas esbozos de un tercero. No obstante, el verdadero motivo de este abandono queda abierto a la especulación; lo cierto es que esos dos únicos movimientos son tan geniales y complementarios que bastan y sobran para erigir esta sinfonía en obra maestra. Cuesta creer que casi nadie supo de su existencia por décadas hasta su estreno en 1865. No me cabe la menor duda que si hubiera recibido difusión en su momento, habría acelerado el desarrollo sinfónico de la segunda generación romántica.

    Cito a Arturo Reverter:
    Los dos únicos movimientos que componen la «Incompleta» poseen una unidad y una condensación musical extraordinarias […]. Se pone de manifiesto en esta obra la extraña atracción que sobre el músico ejercía el modo menor en estos años […]. La orquestación es muy rica, uniéndose al conjunto habitual un trío de trombones […]. El carácter de la melodía y el colorido orquestal otorgan a la Octava Sinfonía una apariencia específicamente schubertiana que se aprecia asimismo en el segundo tema expuesto por los violoncelos en una amplia y bellísima frase de neto sabor liederístico […]. Dulzura, serenidad, rasgos de íntima felicidad, lirismo son carácteres propios de la obra […], pero están salpicadas de detalles de intenso valor dramático que rompen y proporcionan extraña e irisada luz al conjunto. […] Alfred Einstein, refiriéndose al Allegro moderato [primer movimiento], dice que posee una gran concentración, sólo comparable a la del primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven.
    El pesar del movimiento inicial y la esperanzada dulzura del segundo crean un binomio irrepetible. Escuchen esta gran obra junto a la monumental Sinfonía número 9 en la reposada, vigorosa y bien planificada interpretación de Herbert Blomstedt dirigiendo a la Orquesta Estatal de Dresden. Los músicos abordan estas partituras imbuidos de “espíritu germánico” en la elección de tempos y volumen orquestal. Hermosísimo sonido orquestal el conseguido por los profesores de Dresden y sabia dirección la de Blomstedt, que podrán encontrar en el link más abajo:
» D E S C A R G A

MP3 ABR ~ 220 kbps 48 kHz | 6 tracks | RAR 141 MB


  • Schubert MackerrasSINFONÍA nº 8 en Si menor, »INCONCLUSA« & SINFONÍA nº 9 en Do mayor, »LA GRANDE«, por CHARLES MACKERRAS y la ORQUESTA DE CÁMARA ESCOCESA — Las mismas obras, pero bajo un enfoque bastante diferente. Allí donde el director precedente aplicaba la, digamos, gran tradición centroeuropea en su enfoque romántico, empastado y poderoso, el maestro Mackerras prefiere innovar cuestionando la misma tradición, a fin de recuperar un sonido históricamente informado. Es una elección válida y prometedora. El sonido suena tal vez más rudo pero también más vivo y claro, sin que las cuerdas absorban los timbres variados de las maderas, por ejemplo. Tal vez sintamos la falta de ese subjetivismo romántico que caracteriza a Furtwängler y otros más, pero lo que aquí nos ofrece el director inglés son versiones “desintoxicadas” de convenciones estilísticas nacidas bastante después de Schubert. Pero no olvidemos que Mackerras fue un gran músico y sabía hacer música. Aquí está el compositor vienés con su vitalidad, sus aristas, sus melodías y su genio. De las varias aproximaciones historicistas a las sinfonías schubertianas, ésta es una de las mejores, quizá porque su norte es la música y no la inflexibilidad estilística.

    Sobre la Sinfonía en Do Mayor, cito de nuevo a Arturo Reverter:
    La Novena Sinfonía en do mayor, denominada «La Grande», según parece, para distinguirla de la Sexta Sinfonía escrita en la misma tonalidad, es sin duda la obra maestra de Schubert en este campo. Con ella quiso realizar una afirmación de personalidad, de saber y de capacidad […]. La elección de la tonalidad mayor, algo extraña conociendo sus métodos, resulta lógica si pensamos que por entonces la identificaba con una percepción optimista del mundo. La Octava Sinfonía intentaba traducir sobre un plano sinfónico el trasfondo de un pensamiento introvertido. La Novena Sinfonía resuelve, según la certera opinión de Brigitte Massin, la contradicción que Schubert había tenido como irreconciliable en aquella obra: traducir, una vez acostumbrado al ascetismo y refinamiento psicológico del lied, el misterio de la interioridad en un lenguaje sinfónico. […].
    Aprecien ambas obras en el link inferior:
» D E S C A R G A

MP3 ABR ~ 220 kbps 48 kHz | 6 tracks | RAR 125 MB

Busto de SchubertWaldmüller: Joven campesina con tres niños en la ventana

6 comentarios:

Julio Salvador Belda Vaguer dijo...

Precioso artículo querido Quinoff. Un abrazo.

Laura Schwartz dijo...

momento de poner una flor en
http://www.findagrave.com/cgi-bin/fg.cgi?page=gr&GRid=931

Anónimo dijo...

Inspiradora como siempre tu escritura. Felicitaciones. Schubert merece artículos como este para comprenderlo mejor.
C.S.B.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Muchas gracias Carlos! Viniendo de un profundo conocedor de Schubert como tú, aprecio aun más el comentario.
Abrazo,
Joaquín

Unknown dijo...

Felicidades por el artículo, me parece fantástico. Precisamente hoy, 19 de noviembre, es la efeméride de la muerte de este grande entre los grandes. Desgraciadamente, murió más pobre que una rata, no hay más que ver la lista de bienes que dejó:

http://topclasica.com/el-pobre-schubert-no-dejo-ni-deudas/

q u i n o ƒ ƒ dijo...

¡Qué triste inventario sobre todo cuando vemos la repercusión histórica que habría de tener aquel músico pobretón! Gracias por tu comentario, no tenía idea de ese detalle. Vuelve siempre, estás en casa.

 
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