domingo, 21 de marzo de 2010

TÍO ALBERTO



Yo tuve un tío inolvidable. Fue uno de los hermanos de mi abuela; se llamaba Antonio Fuenzalida, aunque debió llamarse Antonio Giusto. Que llevara un apellido diferente al de sus hermanos era el resultado de una triste historia que ya no importa; para mí simplemente era “mi tío Alberto”.

A este hombre lo distinguía de inmediato un atributo: su inteligencia aguda, ágil y sin titubeos. Me incitaba a la admiración oírlo exponer sus opiniones, o resolver sin mucho ajetreo asuntos que para los demás habían sido penosos durante horas. Tío Alberto se tomaba con buen humor esos pequeños triunfos, y además se complacía en ayudar… aunque tenía poquísima paciencia si alguien le pidiera repetir lo recién explicado.

Ese intelecto era responsable de una falta de calor emocional muy característica. La objeción provenía de las mujeres de la familia, quienes criticaban su estilo tachándolo de demasiado cerebral. A mí, en cambio, me agotaban ellas con sus comentarios. En mi propia experiencia, tío Alberto era siempre cariñoso, aunque ciertamente no excedía la medida. Con las emociones no tenía la misma pericia que con las ideas, pero se trataba de una forma de ser como hay tantas otras, y punto.

El afecto creció entre nosotros —fue mi tío favorito— gracias a 88 razones blancas y negras: el teclado del piano. Ahí, en la música, estaba nuestro verdadero lugar de encuentro, de comunicación y de entendimiento. Yo como alumno y él como maestro a la antigua usanza, involucrado personalmente para brindar a su pupilo una formación tan amplia como fuera posible.

Pues mi tío Alberto era pianista. El piano fue su instrumento y su sustento, pero no en la tradición clásica sino “popular”… a la manera de aquellos tiempos. Era pianista de salón. Quienes hayan visto la película “El Pianista” recordarán que el protagonista, Szpilman, se vio obligado a tocar en salones de té; de aquellos elegantes espacios les hablo, donde la fingida ligereza de la música exigía un serio dominio técnico.

Hubo una verdadera tropa de pianistas sobresalientes que ejercieron su arte sin que casi ninguno legara registros a la posteridad. El repertorio “albertino” lo formaban abundantes piezas pensadas para estos artistas (ritmos de baile, rapsodias, notables arreglos de música operática, sinfónica, etc.). Yo estudié esas partituras, y su calidad no desmerecía en nada frente a una buena música de piano “clásico”.

Tío Alberto llegó a tener banda propia, bautizada, claro, “Orquesta Don Alberto”. En su casa había un cuadro que enmarcaba un afiche de juventud, donde él aparecía en un óvalo central rodeado por los rostros de sus colegas, entre los cuales el más recordado era el clarinetista (hasta hoy recuerdo su apellido: Astorquiza). También conocí las partituras, impresas en la Alemania de Entre Guerras, con reducciones para “orquesta de salón”. Borodin, Weber, Glinka, Mendelssohn, Mozart, los infaltables valses de Strauss… todos ellos efectivos “resúmenes” para deleitar en esos brillantes salones.

Pero no sólo hubo salones. Tío Alberto fue un músico aventurero que había conocido la emoción y el calor que otros le supusieron ausente. Recorrió las noches de Valparaíso, enseñó música en la Armada, formó parte de una comisión que revisó el Himno Nacional chileno para ajustar mejor la letra a la música, fue pianista acompañante en clases de ballet de un colegio, o en bandas mayores… y aquí lucía otra capacidad extraordinaria: su lectura musical a primera vista. Podía leer instantáneamente todas las piezas que yo colocaba frente a sus ojos. Con ese atributo sorprendía a aficionados y entendidos. Intentó traspasármelo con poco éxito (en música soy un memorizador, no un lector).

Estas aventuras existenciales ya habían quedado atrás cuando aparecí en su vida para tomar mis primeras lecciones. Para entonces tío Alberto tenía unos 70 años, aunque seguía muy vital, siempre lleno de ideas, de opiniones. Vivía solo, separado. Su mujer, sus hijas y sus nietos vivían en el sur, en Concepción, y mantenían una fluida y cordial relación, seguramente gracias a la distancia.

Junto a mi tío, interpretando un dueto.
Si no engaño, era algo de Bellini.

Durante años yo fui su visitante casi diario. Compartimos muchas tardes junto al piano. Él me obsequió no sólo su conocimiento, sino su experiencia y, lo que es más, su historia, que explicaba en pequeñas “rapsodias verbales” que me deleitaba oír mientras tomábamos té o analizábamos algún partido de fútbol en la pantalla blanco y negro de su televisor... aunque él se ofuscaba más y más a medida que el partido avanzaba en torpeza y en varias ocasiones apagó el televisor por la “estupidez táctica” de los jugadores locales.

Cuando salí del colegio disminuí mi frecuencia en las visitas. Él seguía apareciendo en casa de mi abuela, pues vivíamos cerca. Aun así, yo me fui concentrando en los estudios y las nuevas vivencias de la juventud… y no me di cuenta que lo estaba dejando solo.

Él nunca me dijo nada, sino que se enorgullecía de mis logros. Cuando enfermó alcancé a visitarlo al hospital. Todavía recuerdo la alegría que demostró al verme aparecer junto a su cama y mi propia dicha de verlo nuevamente. Los enfermeros habían atado sus muñecas, porque la noche anterior, en un arranque de independencia muy típica de él, había concluido que no tenía nada más que hacer en el hospital y se levantó para irse a casa. Lo detuvieron en otro piso del edificio y lo devolvieron a su cama entre protestas. Ahí estaba esa tarde, “castigado”. Pero los enfermeros no sabían que él tenía la razón otra vez. Murió sólo días después. Quería tener, como todos, el último consuelo de morir rodeado por los rostros y espacios que eran suyos, no en un aséptica habitación comunitaria que nada dice de nosotros. Lo doloroso para mí no fue sólo su muerte, sino enterarme dos días más tarde que tío Alberto se había lamentado cierta vez de mi “abandono”, luego de aprender tanto de él. Es mi culpa que haya tenido esa impresión equivocada. Y hasta hoy me atraganto conmigo mismo en este asunto. Pasan los años y siempre ronda en mi conciencia esa falta de delicadeza mía hacia alguien que era tan, tan importante en mi vida. Pues detrás de esa “distancia cerebral”, él tenía un corazón magnífico.

Lamento no haber tenido tiempo suficiente para enmendar mi alejamiento, salvo esa visita de hospital que nos reconfortó a ambos. Quiero creer que, en esas circunstancias finales, él pudo entender que nunca lo había olvidado. Bien sabe que hasta hoy lo recuerdo con cariño. Por eso, y por tantas cosas más, le dedico estas líneas de homenaje. Gracias por todo, querido tío Alberto.

9 comentarios:

Adriana Alba dijo...

Estoy segura que tu tío Alberto ya sabe lo que escribiste aquí, ya leyó con vos ésta bella historia y no te culpa absolutamente de nada.
Me encantó ésta entrada, es bueno saber más de nuestros amigos, y saliste muy buen mozo en la foto!

Te dejo un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

¡Preciosa historia!

Un abrazo

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Muchas gracias por sus palabras... la figura de este tío jamás abandona mi corazón ni mi memoria.

Vladimircarlos dijo...

Magnífica historia. La huella de tu tío Alberto está, entre otras cosas, en tu bolg Quinoff.

Hosting Economico dijo...

Excelente blog y muy buen post, realmente llegué a tú blog por coincidencia, pero he leído un par de artículos y me han parecido muy interesantes, espero sigas así.

Un saludo.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Hosting Económico, gracias por tus palabras y bienvenido.

Descuida, pretendo "seguir así".

Saludos!

afterbach dijo...

Leyendo tu hermosa crónica, Quinoff, me vino a la memoria una lapidaria frase de Macedonio Fernández: "No creo en la muerte de los que aman, ni en la vida de los que no aman"

Con toda seguridad este hermoso recuerdo sobrevivirá no sólo a tu tío, sino a tí y a tus descendientes

Por otra parte, creo que la gratitud es uno de los sentimientos humanos más nobles y esos sentimientos de gratitud para con tu tío te ennoblece (¿recuerdas a Beethoven?:"No creo en otra nobleza que la del espíritu")

Un abrazo!

Anónimo dijo...

tranquilo, quinoff.
tu tío alberto hizo bien las cosas y vos también.
tu blog es excelente.
saludos cordiales

ricardo

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Muchas gracias Ricardo!

 
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