lunes, 1 de junio de 2009

DE COLMENAS Y JACARANDÁS



En la misma calle donde está mi trabajo existe un Instituto Neuropsiquiátrico. Es uno de esos lugares que inspiran contradicciones: realizan una labor que sabemos necesaria, pero ojalá no la tuvieran que hacer.

Santiago no facilita las cosas para nada, al contrario, las precipita. Es una ciudad desintegradora, una urbe extendida sin control ni piedad, como una plaga gris.

El estallido en las proporciones de las ciudades creó monstruosas colmenas de cemento; pero a diferencia de las que construyen las abejas, no existe en las nuestras un propósito compartido. Vivimos en una especie de colmena desmesurada y contradictoria, llena de ocupantes obsesionados con su propio y exclusivo alvéolo. Pequeñas criaturas desvinculadas entre sí y para quienes la “colmena” se ha vuelto ajena e inhóspita.

Además, las “ciudades de cera” en que viven aquellos insectos se amoldan a la colonia que albergan. Cada integrante puede recorrerla entera. Cuando hay demasiada miel o demasiados habitantes, la colonia se dividirá para formar un nuevo hogar. Las abejas “entienden” que la colmena no debe estorbar, sino favorecer la existencia.


* * *


Santiago, en cambio, hace rato que es un archipiélago de individuos dispersos, no una comunidad integrada. Lo que llamamos “nuestra ciudad” no suele ser más que “nuestro barrio”, porque el resto no cuenta en la vida diaria. La ciudad total es sólo un mapa en nuestras mentes, una figura abstracta que nunca podríamos rellenar con nuestra propia experiencia. Nos excede. Si al menos fuera un mosaico de lugares humanizados tendríamos el placer del descubrimiento, pero la belleza, a no ser gratas excepciones, parece haberse mudado a otro sitio.

Así, ¿cómo perderá el neuropsiquiátrico su abrumada clientela?

Una vez me contaron que para cierto filósofo, la medida ideal de las ciudades consistía en que desde su centro todavía pudieran verse los árboles de sus confines. Ni decir tengo que estoy absolutamente de acuerdo, pero subrayo el detalle de los árboles. Me basta recorrer un parque, aunque sea pequeño, para confirmar que la gente se siente a gusto allí, que han recuperado cierta ilusión de pertenencia y cierta noción de orden, que se complacen en otros ritmos, muy distintos al frenético pulso citadino. El neuropsiquiátrico, de hecho, en su breve jardín ha colocado un par de asientos rústicos sobre piedrecitas blancas, en compañía de arbustos amables donde el viento, por ejemplo, no pasa inadvertido.

Sobre estos espacios sencillos mecía sus colores un imponente jacarandá. Las ramas gruesas que se separaban desde el tronco esculpían formas armoniosas hasta multiplicarse en una copa llena de pájaros, y en primavera llena de flores lilas. No sé cuántos años habrá tardado en alcanzar su porte, pero el gran árbol era un restaurador de espíritus cansados. Más aún, era un desafío, una rebeldía contemplativa.

Y lo tumbaron.

Las autoridades del Neuropsiquiátrico quisieron ampliar su estacionamiento y como se sabe, el hombre que planifica para sí mismo ignora la delicadeza. Un lunes que parecía otro más alcé la vista para reconfortarme un poco… y sólo descubrí un vacío en el paisaje, a medio ocupar con cables eléctricos. Otro jacarandá más pequeño y mal cortado había sido perdonado, sí, pero ya no esparcía la silenciosa bondad de su predecesor. ¿Cómo un instituto destinado a sanar mentes heridas pudo ignorar al más poderoso de sus benefactores? Deprimente.

Todavía están allí las sillas, pero no el bienestar. Los clientes y los funcionarios, siempre apurados y de cabeza gacha, entran y salen; los automóviles siguen cruzando pomposos el portón, mientras el muro exhibe sus condenas a quienes estacionen frente a él... La dureza de la ciudad vino a ensuciar la esquina, y todo por cuestión de progreso.

Será por cosas como éstas que alguien escribió: “El progreso es enemigo de los árboles”.


Q.

2 comentarios:

Elgatosierra dijo...

Elgatosierra al aparato.
Por favor, si alguien encuentra por algún sitio al filósofo de marras que le pida, de mi parte, que nos explique qué es eso de “EL PROGRESO”, y cuáles son los criterios para su caracterización.
¡Más filosofía y más árboles, y menos coches!
Salud, paz y una sonrisa por favor.
Elgatosierra

mara dijo...

Desconozco el filósofo al que alude Quinoff, pero la lectura del artículo me recordó una novela de Houellebecq (Michel)- Ampliación del campo de batalla- donde el narrador describe "el campo de batalla" de la sociedad actual.
Todos hiperjóvenes, hipercomunicados, hiperinformados, hiperocupados y terriblemente solos.
una optimista.

 
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