El 21 de junio de 1908 falleció Nikolai Rimsky-Korsakov. Es uno de los grandes de la Escuela Rusa del siglo XIX, conocidísimo gracias al tríptico de obras donde consuma una orquestación asombrosa (Scheherazade, Capricho Español, Obertura La Gran Pascua Rusa).
Esta sabiduría instrumental fue la marca de fábrica del autor ruso y tal vez su creación más trascendente, descollando incluso en un medio como aquél, donde prácticamente todos los músicos “parecen tener una orquesta en la cabeza”, como decía mi amigo Leiter. Auténtico maestro, Rimsky no era prisionero de sus habilidades sino al contrario, las manejaba acorde a la necesidad expresiva de cada obra. Tampoco tuvo tras de sí una tradición fuerte que le impusiera pautas —situación que, arriesgando ser una falencia, operó a menudo como una ventaja— pero poseyó en cambio personalidad e inteligencia para seleccionar influencias ajenas según las necesitara.
Es conocida su afiliación temprana al «Grupo de los Cinco», ese puñado visionario que fue a buscar la música rusa en el pueblo ruso, en sus tradiciones y diversidad inmensa. Pero el tiempo modificó su postura. Valoró el saber acumulado en Occidente, estudió con disciplina —aprendida a fuerza de varillazos en la Marina imperial— y así dominó las destrezas que precisaba. Su estatura artística creció, reunió admiradores, atrajo discípulos y también mecenas. En 1882 tomó contacto con el magnate maderero Mitrofán Beliáyev, todo un campeón para la música de corte más nacionalista. Beliáyev encontró en Rimsky el consejero idóneo para sus iniciativas en pro de la música, y el compositor agradeció el soplo de aire fresco que el nuevo patronazgo alentó en sus ideas.Fruto de la larga asociación entre ambos hombres fue nada menos que el trípico de piezas más célebres del compositor, mencionadas al principio, y también algunos arreglos extraordinarios sobre música de sus colegas, como «Una Noche en el Monte Pelado».
Ver también: Rimsky-Korsakov y la Síntesis del Impresionismo Ruso
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