En el repertorio de frases lamentables que suelen frecuentar las conversaciones, existe una particularmente odiosa para mí. Son sólo dos palabras: “este país”, muletilla demostrativa que abre o cierra tantos comentarios. Dos palabras que provocan distancia entre quien las emplea y el objeto de su comentario... cuando en la amplia mayoría de los casos el comentarista es tan chileno como la falta que acusa. “Este país” no es sino nuestro país, el lugar donde vivimos nuestros días, el lugar adonde pertenecemos y en suma, el único lugar del cual somos verdaderamente responsables.
Supongo que se trata, otra vez, de esa urgencia tan nacional por vivir al margen del compromiso. Cuando alguien arremete con esa frase, recuerdo a Poncio Pilato. El usuario de la brillante fórmula parece lavar sus manos en ella, disculpando su responsabilidad con el mero hecho de lanzar una crítica... Las críticas, amigos míos, por sí mismas son sólo palabras; buenas palabras quizás, pero que no bastan, mucho menos si el visionario que hace la denuncia habita precisamente el lugar donde ocurren los hechos. ¿Para qué eludir el compromiso, tratando a nuestro país como si fuera tierra ajena?
Supongo que se trata, otra vez, de esa urgencia tan nacional por vivir al margen del compromiso. Cuando alguien arremete con esa frase, recuerdo a Poncio Pilato. El usuario de la brillante fórmula parece lavar sus manos en ella, disculpando su responsabilidad con el mero hecho de lanzar una crítica... Las críticas, amigos míos, por sí mismas son sólo palabras; buenas palabras quizás, pero que no bastan, mucho menos si el visionario que hace la denuncia habita precisamente el lugar donde ocurren los hechos. ¿Para qué eludir el compromiso, tratando a nuestro país como si fuera tierra ajena?
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