Se cumplió días atrás un nuevo aniversario del deceso de un creador fundamental para entender la música contemporánea, el ruso Ígor Fiódorovich Stravinsky (* Oranienbaum, 17 Jun. 1882 — † New York, 6 Abr. 1971). Fallecido con 88 años de edad, su dilatada existencia abarcó la mayor parte del siglo XX, sobre el cual influyó activamente.
Aunque Stravinsky tuvo una capacidad proteica de adaptación y asimilación que le permitió cultivar los más variados estilos musicales, y aunque su currículum lo acredite como autor de numerosas obras maestras, su nombre se hallará siempre ligado a una de sus genialidades tempranas: la irrepetible música escrita en París para La Consagración de la Primavera —1913— por encargo de los Ballets Rusos de Sergéi Diagilev.
Sería demasiado extenso comentar la siembra de novedades que el ruso prodigó en su partitura. Basta decir que fue una genuina revolución, violenta y escandalosa. Una andanada de artillería pesada lanzada contra la mojigatería cultural de los snob para, como el mismo Stravinsky espetó, “mandarlo todo al diablo”. Nunca antes la orquesta se había convertido en una máquina de ritmos salvajes, de urgencia visceral. Me ciño en esto a la síntesis de Malcolm Hayes [revista Audioclásica nº 22, pp. 52-53]:
“Como convenía al tema étnico, no clásico de La Consagración de la primavera, su lenguaje rítmico era diferente: pesado, sin descanso, sísmico y subversivo.
Lo más interesante de la partitura, sin embargo, es cómo consigue esta cualidad sísmica. El uso de la percusión como tal por Stravinsky es bastante parco, aparte de una batería de timbales (en una compleja disposición que requería dos músicos). En vez de eso, despliega a toda la orquesta como una sola unidad percusiva. Cuando trabajaba en la partitura con el piano (como siempre hacía), se encontró a sí mismo explorando el efecto de los acordes superpuestos en diferentes claves; literalmente, con una clave en la mano derecha y otra en la izquierda.
Estas combinaciones de acordes, según pudo darse cuenta, eran unidades de material musical en bruto que podían impulsar complejos ritmos irregulares que estaba buscando de forma instintiva. [...] Los acordes superpuestos de la coral Zvezdoliki (El rey de las estrellas), compuesta justo antes de La consagración..., son un antecedente directo de la idea, pero evocan una quietud mágica y visionaria. Stravinsky se dio cuenta de que se podía utilizar el mismo artificio con un fin completamente opuesto: el desencadenamiento natural del ritmo. Ése fue su toque genial.”
El estreno de la obra provocó el mayor escándalo de la historia musical reciente (el segundo de esa lista también sucedió en París, cuando Wagner estrenara allí su Tannhäuser). La provocativa coreografía ideada por Nijinsky concentró repudios y fervores, lo mismo que la propuesta musical inaudita que acompañaba la escena. Estoico, el joven director Pierre Monteux dirigió con absoluto compromiso y sin importar la trifulca que campeaba a sus espaldas, con pugilatos, gritos, silbidos y asistencia de la fuerza pública. Stravinsky debió abandonar el teatro por la puerta trasera... pero acababa de entrar en la historia de la Música por la puerta principal.
Vayamos a la música, que les dejo en tres versiones de YouTube. Son tres versiones que resumen un entretenido intercambio con Elgatosierra y Mahlerite-Shosta, dos amigos que saben dar siempre las mejores recomendaciones:
—Primero, la versión de Evgeny Svetlanov con la Orquesta Sinfónica de la URSS (1966) en la primera grabación de la obra de Stravinsky en Rusia soviética, tras ser levantado el veto gubernamental en su contra. Aunque el maestro Svetlanov pudiera parecer fuera de su territorio con este compositor, lo cierto es que logra un acierto espléndido, en parte gracias a la muy eslava mezcla de tosquedad, energía, lirismo y color instrumental:
—En seguida, la versión legendaria de Pierre Boulez con la Orquesta de Cleveland (1969). Está considerada con justicia una de las mejores grabaciones de la obra. Boulez dirigió (y grabó) varias veces La Consagración..., con distintos voltajes según sus años y según la orquesta que lo acompañara en la aventura. Siempre resalta la fenomenal precisión y claridad de Boulez para desenmadejar las combinaciones rítmicas y permitir que la música aflore con sus propias emociones:
—Y por fin, dejando varias alternativas que no encontré disponibles, la interpretación extraordinaria de Karel Ancerl con la Orquesta Filarmónica Checa (1964). El nivel y la inspiración de esta combinación artística nos legaron una referencia:
¡Disfruten, amigos!
1 comentario:
Gracias Quinoff, las grandes obras en manos de los grandes Maestros...
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