martes, 18 de mayo de 2010

MEXICO, TIERRA ORGULLOSAMENTE MESTIZA

I. V.


Hablar de la Música Mexicana de Concierto es hablar de un amplio panorama de ritmos en donde expresiones aborígenes, el acervo popular, la vanguardia y las manifestaciones cultas se funden en una amalgama de alcances inimaginables. Entre un canto Seri, un bolero de Agustín Lara, una Jota Aragonesa o la obra de Stravinsky pareciera no existir nada en común más que la sensibilidad de un pueblo múltiple que ha conservado tradiciones, adoptado esquemas europeos y que ha emprendido caminos propios dentro de lenguajes musicales tan disímiles como el dodecafonismo, el vals o el danzón.

Desde este contexto, acercarse a la música de México es abrir la puerta a un maravilloso universo lleno de colores y de mensajes policromos que hacen de su escucha toda una nueva experiencia. Tal vez no tendrá los alcances de una Novena Beethoveniana, la incisividad de una Cuarta de Brahms, ni mucho menos la ambición de la Obra de arte total Wagneriana pero, si de algo puede sentirse orgulloso el pueblo Mexicano es que su música sintetiza sin el menor problema los acervos culturales europeos, indígenas, negros, árabes y, por qué no, hasta las corrientes provenientes de Norteamérica, otorgándole una identidad que ya le es propia y una variedad de ritmos en verdad impresionante.


Una primera etapa de existencia de la música mexicana de concierto la podemos situar tras la Conquista y el establecimiento del Virreinato de la Nueva España.


Durante ése período, la parte más importante de la vida cultural mexicana se desarrolló dentro de los centros religiosos, siendo los miembros del clero los principales promotores musicales durante la Colonia y siendo Fray Pedro de Gante el que funda en 1524 la primera escuela de música en donde se adiestraba a los indios y mestizos para servir de músicos en las Iglesias.

Como era de esperarse, el clero utilizaba la música fundamentalmente para la evangelización. No obstante, esto trajo consigo un gran desarrollo de la música coral sacra heredada de los grandes maestros del renacimiento como Victoria, Palestrina y Orlando Lasso.

Xicochi Conetzintle, Villancico Colonial

Pero a su vez, la tradición musical precolombina, así como el constante tráfico con Europa y África, habrían de aportar el elemento profano que derivó en ritmos y sones que, al arraigarse en ciertas zonas de tan vasto territorio, fueron dando lugar a idiosincrasias cada vez más definidas pero no por ello menos ricas en cuanto a gusto y variedad. Y así, en el siglo XVIII, el público novohispano tuvo sus primeros contactos con Haydn, Mozart, Beethoven, pero sobre todo con la Ópera Italiana, cuya influencia fue determinante en los primeros años del México ya independiente, no obstante de que hoy en día no se le otorgue gran reconocimiento como forjadora del presente musical nacional.


Una segunda etapa la ubicamos durante el denominado Porfiriato (finales del Siglo XIX y primeros años del XX), en donde los afanes cosmopolitas de una nación en pleno auge y desarrollo se reflejaron en un paulatino cambio tanto en la manera de componer música como de difundirla. Si bien es cierto que se dejó de lado la corriente italianizante para abrir paso a otra centroeuropea, también lo es que sur, centro y norte del País ya contaban con sólidas bases que les permitieron sintetizar y asimilarla de una manera distinta: Polkas Norteñas en regiones como Nuevo León, Bandas Sinaloenses, Valses y Czardas Mexicanos en el Centro de la República, Ritmos Veracruzanos de clara ascendencia cubano-africana en la Costa, Sones Tamaulipecos en donde el sonido borracho del violín podría confundirse con la música de Transilvania y los Balcanes y, en fin, reminiscencias morohispanas e indígenas como sustento a todo este mosaico policromo.

Así pues, nombres como Juventino Rosas (en la foto), Gustavo Elorduy, pero sobre todo Ricardo Castro, representaron los primeros intentos de adoptar como modelo el lenguaje principal del romanticismo tardío para a su vez forjar las bases técnicas y el alto nivel cultural imprescindibles para que, en condiciones sociales diferentes, pudiera surgir una escuela auténticamente nacional de música de concierto.

Este anhelo se vio coronado tras la Revolución Mexicana, que cambió por completo y para siempre la vida social, económica y política del país, ya que sacudió las conciencias y derribó las estructuras socioeconómicas imperantes. En el arte en general se eliminaron los modelos decimonónicos y la búsqueda de una identidad cultural nacional se convirtió en la preocupación principal.



Esto dio inicio a una tercera etapa fundamental para la música de concierto mexicana: el nacionalismo, que en opinión de estudiosos mejor documentados que la que escribe, tuvo dos estilos principales: uno de ellos, denominado Nacionalismo Romántico en el cual se recurre a melodías y temas tomados del vasto folclore para incorporarlos a piezas de concierto cuya forma y estilo son herencia del romanticismo tardío; y otro, el Nacionalismo Indigenista, que se sumerge en el México precolombino, en su música vernácula y mestiza, y que busca en los estilos modernistas el camino de regreso a lo elemental tal y como, con otros patrones, lenguajes y técnicas, habrían de hacerlo Stravinsky, Orff y Varese.

Candelario Huízar, Carlos Chávez, Blas Galindo, Miguel Bernal Jiménez, José Pablo Moncayo, pero sobre todo Silvestre Revueltas (en la imagen), darán la pauta a seguir en este retorno que encuentra su punto de culminación en Sensemayá, obra capital en la literatura musical del Siglo XX y que además, paradójicamente, indicaría que el camino a seguir tenía ya que ser otro y trascender de lo nacional a lo universal, entendiendo éste último concepto en el sentido de que los pueblos mestizos de América representan la raza cósmica y, por lo tanto, la esperanza y posibilidad de un nuevo orden social y cultural. No será en vano entonces la frase de José Vasconcelos, lema de la (mi) Universidad Nacional Autónoma de México, cuando exclama: “Por mi Raza Hablará el Espíritu...”

Iztaccíhuatl y Popocatépetl


Como un sincero homenaje a los pueblos americanos que en éste año cumplen doscientos años de independencia, me he permitido seleccionar un CD representativo del nacionalismo mexicano interpretado por la Orquesta Sinfónica Carlos Chávez bajo la dirección de Eduardo Diazmuñoz. Está conformado por las siguientes obras:
  • Huapango y Sinfonietta, ambas de José Pablo Moncayo
  • Chacona en mi menor y Sinfonía India, de Carlos Chávez
  • Sones de Mariachi, de Blas Galindo
  • Concertino para Órgano y Orquesta, de Miguel Bernal Jiménez
  • Sensemayá, de Silvestre Revueltas
Esperando como siempre que lo disfruten, dejo a Ustedes amables lectores y escuchas el enlace AQUÍ

Sensemayá (Silvestre Revueltas)

3 comentarios:

Elgatosierra dijo...

¡¡¡QUE VIVA MÉXICO MIS CUATES!!!
Precioso post Itzel, felicidades.
El pueblo mexicano tiene unas preciosas músicas culta, popular y tradicional, y como muy sabio siempre supo aquello que cantaba Jarabe de Palo:
“En lo puro no hay futuro
la pureza está en la mezcla
en la mezcla de lo puro
que antes que puro fue mezcla.”
Este disco nos demuestra la riqueza y variedad de la primera, posiblemente otro día podamos volver sobre las otras.
Y qué paisaje y qué paisanaje, de primera.
Y por cierto Itzel, quizá podrías ofrecernos una serie sobre lo más importante de la historia de la música culta mexicana. Yo sería el primero en apuntarme a ese maravilloso viaje por el tiempo.
Gabriel, felicidades por la dedicatoria.
Quinoff, como siempre qué lujo de edición. Muchas gracias.
Salud, paz, sonrisas y cordiales saludos.
Elgatosierra

Anónimo dijo...

Hola Gatosierra!!!

Gracias por tus palabras, y sí... en cuanto haya oportunidad hare un recorrido por la música de México... Ahorita no esta en mis posibilidades porque he tenido problemas con el internet y la compu, pero espero pronto solucionarlos.
Recibe un gran abrazo y pronto estaremos de nuevo en contacto!!!

Gabriel de la Concha dijo...

Estimado Quinoff.

Deseo felicitarlo sinceramente por tan excelente espacio para la
cultura, pero de igual manera hacer algunas reflexiones dedicadas
muy especialmente para una mutua amiga magyar que lleva a México en su
piel.
Ilsi, amiga mía. ¿Qué puedo decirte que no sepas ya? Nuestro México
es un país de amalgamas culturales inmenso. Lo mismo combina la orgu-
llosa piel morena indígena -la raza cósmica que dignamente mencionas-
con la blancura europea hoy evolucionada. Los sones de nuestro Mariachi
con esas "polkas" norteñas y los huapangos huastecos que hacen vibrar
al que los escucha. Frescos de Orozco con murales de Siqueiros y Rivera
que incomodan a mas de uno; pero que maravillan a todos. Ideologías
políticas que siempre tendran libertad de expresión a pesar de lo radicales
que puedan sonar y a pesar de que no gusten a todos.
En fín. Millones de habitantes y un solo corazón del cual tú participas
con un orgullo que muchos quisieramos para amar a ésta tierra que nos
vió nacer y crecer. Un amor por nuestra Universidad de México que se
refleja en cada palabra que escribes y que se resume en la frase de
Vasconcelos que citas.
Pero tu compromiso tiene que ir más allá.
De hecho tiene que invadirte y tocar tus mas sensibles fibras hasta
lograr que seas excelente en todo lo que emprendas; sea un proyecto de
investigación o el proyecto más importante que eres tú misma.
O dicho de otra manera: como tu formador, siempre te exigiré lo mejor en todos
los rubros de tu vida porque lo puedes dar. Compromiso muy complejo
¿no lo crees?; pero del cual no tienes ya escapatoria porque solo la
excelencia te acompañará todos los días de tu vida a pesar de lo
oscuros que puedan parecer.
Como quiera que sea deseo felicitarte por tan excelente entrada. Y al
amigo Quinoff agradecer una bocanada de aire fresco en tan denso mundo.
Asimismo gracias por la dedicatoria, aunque voy a decirte un secreto:
te lo debías a ti misma porque México es de quien lo ama. Es tuyo...

A T E N T A M E N T E

"POR MI RAZA HABLARA EL ESPIRITU"

Dr. Gabriel de la Concha
Facultad de Psicología
UNIVERSIDAD NACIONAL AUNTONOMA DE MEXICO

 
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