por Ernesto Nosthas y Elgatosierra
Trate el lector por un momento de recrear dos escenarios: primero, en pleno siglo XXI un amante de la música tiene el repentino deseo de escuchar el Réquiem de Mozart. Como primera opción, revisa su Ipod y encuentra que allí tiene la versión de 1974 de Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlín. Luego revisa su estante de discos; allí esta la versión de 1984 del mismo Karajan pero ahora con la Filarmónica de Viena, más la lectura de Norrington de 1991, pero no basada en la “terminación” de Franz Xavier Süssmayr sino en el arreglo hecho por Duncan Druce y del cual el flemático maestro inglés, en esa grabación, daba la primicia.
Luego, nuestro melómano encuentra en su ordenador que ha descargado de la web tres grabaciones más que aún no ha incorporado a la Ipod: Herreweghe, Böhm y Jochum. Como nuestro melómano vive en una ciudad con cultura musical, rápidamente identifica que en un par de semanas se ofrecerá un concierto en vivo en el Teatro de la Ciudad, en la cual el gran maestro holandés Edo de Waart estará dirigiendo dicha obra… Y esperen: en su próximo viaje de negocios, en ruta a las ciudades visitadas, Ingo Metzmacher estará dirigiéndola en el Concertgebouw de Ámsterdam… y suerte… hay boletos disponibles en la Web.Ahora retrocedamos los calendarios unos cuantos decenios y ubiquemos a nuestro melómano en cualquier día de abril de 1837 en Linz, una importante ciudad austríaca muy cercana a Viena. Nuestro melómano recién ha descubierto la belleza del Réquiem en una cena en casa de un importante empresario local, quien ha contratado a un Cuarteto de Cuerdas vienés para ofrecer un concierto durante la velada. Como es un tipo muy curioso, esa hermosa música que escuchó por primera vez fue objeto de su estudio las siguientes semanas. Dedicó todo un fin de semana para viajar en carruaje a Viena e investigar en la casa que publicó la partitura usada por el Cuarteto… y se dio cuenta que no había escuchado la obra original, sino un “arreglo” —de un músico apellidado Lichtenthal— de una obra más monumental creada por un compositor relativamente poco conocido en esos días, de apellido Mozart.
Sorprendido, se dio cuenta que el Réquiem es una obra para gran orquesta, coro y solistas. En los siguientes meses viajó varias veces a Viena para buscar alguna pista de cuando esa obra iba a ser interpretada sin grandes resultados, hasta que el hijo del dueño de la imprenta vienesa, que casualmente había regresado de un viaje de estudios a Leipzig, trajo consigo un original de la partitura completa que le había obsequiado su Maestro con las referencias a que, próximamente, el gran director de orquesta y compositor Felix Mendelssohn había programado la pieza para el día de Todos los Santos (1 de noviembre) en el augusto Gewandhaus de Leipzig ese mismo año.
Pacientemente, ahorró lo que pudo y gracias al dueño de la imprenta (con quien cultivó una gran amistad a partir de estas circunstancias) y su hijo, viajó a Leipzig, alojando en el apartamento de estudiante del hijo, para la gran noche del concierto. Desafortunadamente, ese día cayó una inesperada nevada en la ciudad y el concierto fue aplazado. Con mucha tristeza, nuestro melómano vio frustrados sus deseos de escuchar el Réquiem. Sin embargo, un inesperado golpe de suerte le hizo conocer en la ciudad al Doctor Lichtenthal, arreglista del Réquiem para Cuarteto de Cuerdas, quien se había convertido en amigo cercano de la familia Mozart, y gracias a un nieto del compositor, pudo enterarse que el Réquiem sería interpretado, con especial dedicatoria a Mozart, el Día de los Santos Inocentes en la Iglesia de Cothen. En esta oportunidad, nuestro melómano tuvo suerte y pudo por fin escuchar su amado Réquiem en Concierto…
Jejeje… Ahora díganme, amigos lectores, si no somos afortunados de vivir en estos días. ¿Tienen idea de lo que significaba la oportunidad de escuchar un concierto en el Siglo XIX? Ahora, nosotros en un tris podemos no sólo escucharlo una y otra vez, sino que disponemos de una miríada de alternativas. No en balde Celibidache renegaba de grabar sus interpretaciones; odiaba el hecho de que la sacrosanta impronta de un concierto se vulgarizara (según su idea) en una cinta magnetofónica.
Hasta principios de siglo XX, con la llegada de los medios de reproducción fonográficos, esta anécdota ficticia de una obra adaptada a un conjunto instrumental más modesto era la costumbre usual. Los arreglos de las grandes sinfonías, conciertos, óperas, etc., fueran para piano o pequeños conjuntos de cámara, eran el medio para dar a conocer masivamente una obra. Sólo la iglesia y la nobleza podían permitirse el lujo de mantener una orquesta o una compañía de ópera. Los propios compositores (Mozart, Beethoven, Brahms…) a petición de sus editores se prestaban a estas reducciones, ya que les permitía una mayor difusión de sus obras y una entrada de dinero adicional, que nunca era mal recibida. ¡A nadie le amarga un dulce!
Son afamadas y frecuentemente interpretadas las versiones para piano que Liszt hizo de las Sinfonías de Beethoven, de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, de muchos lieder de Schubert, Schumann, Chopin, arias de ópera de Rossini, Donizetti y Verdi, e incluso de obras sacras como el Ave María de Arcadelt o el Miserere de Allegri.
Hace unos días los autores, en uno de sus frecuentes diálogos cibernéticos, se compartieron la escucha de un disco notable, correspondiente a una de esas “transcripciones” de una obra maestra a un pequeño conjunto instrumental: el venerable Réquiem de Mozart adaptado para Cuarteto de Cuerdas. Ambos melómanos acordaron que su disfrute hedónico debe ocurrir con la mente limpia, tratando de aislarse de la obra original.
La muerte de Mozart, por Ch. E. Chambers (1919)
Este magnífico regalo era acompañado de un sustancioso artículo de Peter Vermeersch aparecido en “Andante”, ‘Sounds to Cherish — Down Here and Up in Heaven’, y que parece ser una reseña crítica al concierto celebrado el viernes 16 de noviembre de 2001, en el Teatro Real de la Moneda de Bruselas, donde el Cuarteto de Cuerdas Kuijken (Sigiswald Kuijken y François Fernandez [violines], Marleen Thiers [viola] y Wieland Kuijken [violonchelo]) interpretaban la versión para cuarteto de cuerda del Réquiem hecha por Peter Lichtenthal. Este médico croata fue un músico aficionado que llegó a trabar amistad con la familia Mozart y a firmar un buen ensayo en dos volúmenes sobre el compositor, además de componer algunas obras.
Los autores han tomado el citado artículo como una referencia de base para las presentes notas. Todos conocemos el Réquiem de Mozart en su versión original, y no diremos aquí nada de él, excepto que, en puridad, se trata de la decimonovena y última misa escrita por el compositor, quien murió antes de terminarla, y que la versión más tradicionalmente interpretada es la que terminó su alumno Süssmayr, aunque en los últimos años se está imponiendo con fuerza la del reputado musicólogo, director de orquesta y violista Kurt Beyer.En 1982 Sigiswald Kuijken con Matthias Holle, Ingrid Schmithusen y Neil Mackie y La Petite Bande ya habían grabado el Réquiem original para ACCENT, en nuestra modesta opinión, con un buen resultado. A primera vista pareciera que esta obra no fuera la mejor música para hacer precisamente una reducción para cuarteto de cuerdas, pero Lichtenthal, a partir de la edición de Süssmayr, lo intentó, y el resultado nos parece altamente satisfactorio. En 1997 el Cuarteto Aglàia había grabado esta versión para el sello STRADIVARIUS DULCIMER; a partir de este trabajo Sigiswald Kuijken hizo su propia revisión, utilizando los últimos hallazgos musicológicos. A nosotros nos parece que el resultado obtenido es espléndido.
El Réquiem en esta versión para cuarteto de cuerdas toma una nueva y propia vida. Su enfoque no puede ser más clásico, sobrio y humanista. Sólo ha quedado música, la que a nosotros nos gusta llamar música purísima, tan difícil de encontrar. No haremos aquí un análisis pormenorizado de esta versión por dos cuestiones fundamentales: no queremos contaminar la audición de esta maravillosa versión con nuestros criterios y perspectivas, cada uno que saque sus propias conclusiones desde su propia escucha; y a los interesados en el mismo les remitimos al artículo de Vermeersch antes citado, mucho más documentado y versado que nosotros.
En cambio, sí diremos que la interpretación se levanta como una potente y segura cabeza jánica, que mira tanto hacia atrás, hacia el Bach de El Clave Bien Temperado, El Arte de la Fuga o La Pasión según San Mateo; como hacia adelante, hacia el Beethoven de las últimas Sonatas para Piano, la Misa Solemnis, la Novena Sinfonía o los últimos Cuartetos de Cuerda.
Y ahora simplemente queda cumplir con el consejo… ¡A DISFRUTAR!
4 comentarios:
Estupendo ensayo.
Mil gracias!
Muchas gracias por el ensayo. Concido en que la versión revisada por Franz Beyer en 1972, es la que intenta recuperar la más auténtica pureza mozartiana, aunque, tiene también sus críticos.
Mirtha Facundo
Me sumo a los aplausos al estupendo dúo de articulistas, que otra vez se han lucido. Mirtha e Ipromesisposi, gracias por la visita, se les saluda con aprecio!
Doblemente interesante. El cuarteto dignifica muchos pasajes de la partitura original. Especialmente la polifonía se vuelve exquisita. En segundo lugar,la introducción del artículo me parece genial y no tengo más que felicitarlos
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