lunes, 25 de mayo de 2009

SCHUBERT: UNA SINFONÍA INCONCLUSA

Gafas de Schubert


»No hay una sola canción de Schubert que no nos enseñe algo«
B R A H M S

Tiempo atrás esa celebridad apodada Cuervolópez me reclutó junto a otros para una idea muy inspiradora: describir nuestra relación personal con un autor clásico, concediéndonos la inaudita libertad de elegir al autor (!).

Bromas aparte, la petición me puso en aprietos. Para quien tenga la fortuna de zambullirse en el océano de la música clásica, elegir un solo favorito es un acto de infidelidad. Ningún creador es intercambiable. Época tras época los estilos se suceden unos a otros, las especias musicales se combinan, las buenas ideas se reciclan o se saquean, pero así y todo, nada es redundante; cada época es la cuna de obras propias, de una particular gama de sentimientos e ideas. Las habrá más modestas o más imponentes, más heroicas o más íntimas, más profundas o más triviales, pero todas atesoran algo parecido a un “alma”, una especie de chispa comunicada por su creador, que las hace irrepetibles y perdurables.

No tardé mucho más en decidir; si el talento de un compositor consiste en estampar su alma en sus obras, pocos pudieron hacerlo al modo de Franz Peter Schubert.

Aun así, no siempre experimenté el mismo entusiasmo.

* * *

Cuando uno es niño, el mundo sólo tiene una frontera: la que divide lo que nos gusta de lo que no. Schubert estaba en “lo que no”; había tenido la mala suerte de oír algún cuarteto suyo en la radio de casa… y aquella primera impresión no fue feliz. Hay poco feeling entre un niño latinoamericano y una abstracción germánica. Así fue como asocié el nombre “Schubert” a formalismo, adornos “rizados”, lejanía académica, en suma, artificio.

Opinión infantil que se vendría abajo con tres “golpes”.

Schubert silueta
Silueta de Schubert al piano

El primero llegó desde la misma radio, que cierta tarde liberó un piano hipnótico. Eran los impromptus. Hasta conseguí las partituras para conocerlos mejor; tanto me fascinaron. Se percibía en ellos la fluidez de un auténtico iluminado, comparable a Mozart en facilidad creativa pero con menos escuela, menos andamiaje, y por eso más espontáneo. Schubert, por fin lo entendía, no tenía el desborde imperativo de Beethoven, sino una inspiración bullente y lozana que salía en busca de los hombres para cantar con ellos.


Impromptu en Fa menor, D 935: precisamente la parte que me deslumbró.

Sus canciones fueron el segundo “golpe”. Desconfío de la popularidad pero, intrigado por la fama incombustible de los lieder schubertianos, adquirí un disco con el Schwanengesang y otros a cargo de la dupla Fischer-Dieskau & Gerry Moore. Cada lied me llegó de manera desigual, unos más y otros menos, pero la música que habitaba en ellos fue una nueva revelación.


‘Margarita en la Rueca’, una de las más admirables canciones que nunca escribiera nadie... y menos aún con escasos 17 años de edad.

Por encima de su evidente belleza, los lieder me parecieron “frutos de vida interior”; esto es, obras gestadas en el seno de una mente riquísima, concebidas de un solo plumazo, esencial e irrevocable, al modo de esos sueños que uno reconstruye claramente al despertar. De aquí proviene esa sensación de “facilidad” a que antes aludí. El esfuerzo no es un rasgo que distinga a Schubert como sí ocurre en Beethoven o Brahms, mucho más artesanos de su propia inspiración.

¿El tercer golpe? Schubert en la orquesta. La obertura de Rosamunda, prototipo sinfónico que reúne poder y delicadeza, tomó mi cabeza por asalto, junto a la trompa inaugural de la Sinfonía en Do mayor (“la Grande”); ni qué decir la Sinfonía “Inconclusa”, un prodigio que siempre superará a una larguísima lista de otras sinfonías que a falta de inspiración, acumulan movimientos.


Sinfonía Inconclusa, en versión de Szell. La famosa melodía de los cellos.

Algún musicólogo ha dicho que la instrumentación no siempre es lo mejor de Schubert, pero su sensibilidad con las maderas y los violonchelos, amén de la trompa, es innegable. Tres timbres que, curiosamente, son muy afines al registro de la voz humana, el instrumento de los lieder. Otra baza de Schubert es su maestría como constructor musical, junto a una capacidad innata para manejar el lenguaje sinfónico, adecuándolo hasta comunicar su propia identidad. Conseguir eso en la misma época y la misma ciudad de Beethoven, es doblemente admirable.

Schubert tiene un sello: su melodía. Ella es “la sangre” que circula en sus obras, la llave maestra que resuelve la composición. Arrau dijo (y otros también) que todo canta en Schubert. Es perfectamente cierto. Pero hay más que sólo melodía; creo que estamos tan acostumbrados al “cromatismo” que se abrió paso desde Chopin hasta los últimos límites del posrromanticismo, que solemos advertir poco la capacidad schubertiana en estas faenas, cuando precisamente junto a la melodía, su sello más personal es su manejo armónico, lleno de geniales modulaciones (=el movimiento entre armonías afines) que se aventuran a veces más allá de las siguientes dos generaciones en Alemania (salvo Beethoven, claro, que con la “Gran Fuga” se saltó todo el resto del siglo XIX).

Me falta añadir todavía algo más. Algo que en mis oídos lo distingue a él, a Mozart o a Mahler. Estos tres —cada uno a su modo— lograron representar la presencia simultánea del dolor y la alegría. Una duplicidad tan sutil como la definición de la ópera Don Giovanni (dramma giocoso) y que, al final, retrata las ambigüedades de la vida misma. Schubert deambula del modo mayor al modo menor y viceversa; sus músicas, aunque sean tristes, en algún momento ríen, y si son alegres, en algún momento se entristecen; pero lo hacen de forma natural, orgánica, en un perfecto “sfumato” de emociones integradas y en continuo movimiento. Vivificó la esencia de la melodía, y en eso dejó impreso el sello de su genio. Se dirá que todos los compositores se deslizan entre el modo mayor y el menor. Es verdad, pero Schubert sabe hacerlo de manera imprevisible. Y sin desintegrar el canto.

Curiosamente, Schubert fue un genio de numerosas obras inacabadas, que pese a todo resultan coherentes y perfectas. La Sinfonía apodada “Inconclusa” es la más clara muestra: quizás una de las mejores sinfonías jamás compuestas, le bastan sus dos únicos movimientos para plantarle cara a la eternidad. Pues bien, la propia vida de este gran artista se incluiría en la lista de obras magníficas sin acabar... y sólo después nos daríamos cuenta que sí estaban completas. A ese gran bohemio, amigo de la noche vienesa, le bastaron sólo 31 años para lograr la inmortalidad. Eso es una vida plena.

Schubert y amigos
Franz retratado junto a dos buenos amigos

* * *

Si Beethoven murió escribiendo cuartetos, Schubert lo hizo escribiendo canciones. Nada mejor que homenajearlo con ellas… y con un guiño al mundo mahleriano que caracterizó al difunto destinatario original de estas líneas, Elcuervolopez. La “estrella” para compartir en este “post” es el disco de canciones schubertianas con acompañamiento orquestal, al estilo del Lied Sinfónico que Mahler consagraría. Thomas Quasthoff y Anne Sophie von Otter deleitan con grandes interpretaciones, “arropados” por la Orquesta de Cámara Europea bajo la batuta de Claudio Abbado. Dejémonos llevar a las cimas de la belleza, en las alas de Franz Schubert.

pinchar en la tapa del disco, al costado.

4 comentarios:

mara dijo...

Querido Quinoff,

El cuarto golpe y directo al plexo nos llega de tu lado, con este excelente trabajo.
Mis felicitaciones y gracias por compartir toda la "alegría y el dolor" que él trasunta.

Elgatosierra dijo...

Elgatosierra al aparato.
Y llegó el esperado artículo.
¡Ah Schubert! Ese beodo, gordezuelo, miope y rizado angelote, al que cada vez que dirigimos nuestra atención nos envasa una flecha de dos varas que nos atraviesa por el lado izquierdo, pasándonos el corazón de parte a parte, para dejarnos en la gloria.
Siempre humillado ante Beethoven, al que idolatraba, y al que no se atrevía a dirigir la palabra para no molestar. Por eso siempre será doblemente ensalzado, y su más directo e inmediato romántico heredero.
Estoy tan enamorado de algunos de sus lieder que no puedo pasar mucho tiempo sin volver recurrentemente a ellos, para administrarme algunas dosis con Ameling, Auger, Baker, Fischer-Dieskau, Schwarzkopf, Wunderlich...
Amigo Quinoff gracias por la lección, porque sí, Schubert tiene “la fluidez de un auténtico iluminado”, es maravillosa y milagrosamente “espontáneo”, posee una “inspiración bullente y lozana que sale en busca de los hombres para cantar con ellos”, sus composiciones parecen “frutos de vida interior”, se nos antoja modélica “su melodía”, nos revela de forma transparente “la presencia simultánea del dolor y la alegría”, y sobre todo nos ayuda a vivir y a cantar regalándonos trozos de su propia vida, trascendiéndose a sí mismo.
Dejo aquí, en el mausoleo que le has construido, un inmenso ramo de suaves y puras rosas blancas, ambrosía para sus musas y su alma pura y generosa.
Dra. Mara, quedo a sus pies.
Salud, paz y una sonrisa por favor.
Elgatosierra

mara dijo...

buaaaa........qué fondo!!!
Ahora, sí. Me encantó.
Gato, a mis pies no, me gustan más los abrazos.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Mmm... tal vez muy ‘pastel’. Haré una prueba final con una versión en un verde ligero y ya me dirás. Con eso acabo mi cuota de experimentos.

 
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