sábado, 14 de marzo de 2009

Historia de Dos Hermanos (II)

[François Porché, 'Baudelaire - Historia de un alma', Cap.II]

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Pero entre esa multitud abigarrada, ¿dónde está el hermano espiritual, el que le aprecia a uno en su justo valor porque uno se le parece, el que no ignora que uno es un príncipe, a pesar del paletó raído, porque es todo aristocracia bajo sus vestidos?

¿Dónde está ese gemelo querido, ese doble de uno mismo, que cada artista, sin saberlo, busca locamente a través de la vida? ¿Dónde estás tú, dandy cimbreante que ocultas a todas las miradas un alma virginal? ¿Dónde estás tú, que te emborrachas con alcohol hasta caer en el arroyo, pero que sabes que entre la borrachera vulgar y tu propia borrachera hay mundos de pensamientos, montañas nevadas de delicadezas, abismos de dolor?

Tú, que conoces mis vicios, porque son los tuyos; tú que has seguido siendo puro como yo bajo la capa manchada, tú a quien aprieta la pobreza como me aprieta a mí, a quien atormenta la enfermedad como me roe a mí; tú que vas perseguido como yo en el torbellino de las calles, solo, irremediablemente solo en todos los lugares públicos, en las salas de espera de las estaciones, en las cervecerías, los teatros, los conciertos, los bailes populares, bajo el gas cegador. ¿Dónde puedo encontrarte, espejo de mí mismo? Sin duda no eres sino una criatura de mi imaginación, un sueño febril, o ese consuelo ilusorio y breve que cada vez me cuesta más encontrar en el fondo de mi frasco de láudano.

Baudelaire creyó durante mucho tiempo que su esperanza era quimérica. Quizá ni siquiera había tenido la sensación de que buscaba a través del tiempo y del espacio esa especie de equivalente de su ser, esa respuesta a su vida, esa justificación y, en fin, esa excusa. Quizá nunca había formulado ese llamamiento profundo de su alma. Pero lo cierto es que, consciente o no, deseaba con todas sus fuerzas ese encuentro, esa coincidencia inesperada, pues en toda su vida no sintió una emoción comparable con la que se apoderó de él el día en que por casualidad se alzó ante él la personalidad misteriosa de Edgar Allan Poe.

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Una noche de octubre de 1846 cayó en sus manos en un salón de lectura un artículo de la Revue de Deux Mondes que se titulaba ‘Los Cuentos de Edgar Poe’. Recordaba que sus dedos se habían puesto a temblar como la noche en que vio a Jeanne por primera vez. Pero en este caso no era el temblor vago de la carne perturbada; era una vibración superior y casi musical, una gama de correspondencias intelectuales, un canto enigmático que se elevaba sobre el mar, a tres mil millas de distancia, y que decía: ‘¡Hermano! ‘¡Hermano!’


4 comentarios:

Unknown dijo...

eres suuuper :) apenas te comprendo con ese lenguaje perfecto tuyo, por lo menos con dificultad, pero llamas mi interés a cosas nuevas...por ejemplo Bodlér... jmmm...hay que encontrar...saludos de tierra lejana

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Lo único perfecto aquí es la sorpresa que me causa descubrir tu comentario!! Esta alegría no la tuvo ni Bodlér :)

Unknown dijo...

pues...mi predilecto escritor...estoy esperando una historia mas (y como no puedo cogerte en "nuestro espacio", ja-ja, voy a invadir esa quinolandia bloggestica)

Unknown dijo...

oy, espero que no haya los errores terribles de gramatica :o

 
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