sábado, 7 de marzo de 2009

Historia de Dos Hermanos (I)

[François Porché, 'Baudelaire - Historia de un alma', Cap. II]

Entre los seres que rodean a una vida, ¿cuáles son los reales y cuáles los fantasmas? ¿Acaso los seres humanos con los que nos codeamos a diario no son a veces sombras para nosotros?
Apenas había en Francia un autor célebre que Baudelaire no conociera personalmente o al que no se hubiese acercado alguna vez. Balzac había muerto, pero el poeta había conocido en la calle al gran novelista en la época en que era todavía un adolescente, y luego se vio con él muchas veces. Víctor Hugo estaba desterrado, pero anteriormente le visitaba Baudelaire en el número 6 de la Place Royale. Conocía a Théophile Gautier desde hacía mucho tiempo. Sainte-Beuve, a quien enviaba versos desde 1844, le trataba con benevolencia, por lo menos verbalmente. Baudelaire lo llamaba “el tío Beuve”. Delacroix, en cuyo estudio de la calle Notre-Dame-de-Lorette le introducía con frecuencia Jenny, el ama de casa, tomaba en consideración sus consejos. Sin duda se trataba de hombres cuyo talento, y hasta cuyo genio en lo que se refería a algunos de ellos, era indiscutible.

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Además contaba con camaradas, con colegas que eran verdaderos poetas o verdaderos escritores. [. . .] Y junto a los jefes de fila que Baudelaire admiraba, junto a los compañeros que estimaba, se apretaba el tropel confuso de las relaciones literarias: cronistas, folletinistas, críticos de arte, asistentes habituales a las comidas de Philoxene, el pequeño lírico cruel; a los viernes de Mürger y al café Tabourey, la cervecería Des Martyrs, el Divan Le Peletier, el café de la Régence, adonde Musset iba algunas veces a jugar al ajedrez; el fumadero de Valois; el restaurant Cousinet de la calle Du Bac. En esos lugares se estrechaban las manos, se cambiaban saludos y sonrisas convenidas, se compartían algunos entusiasmos y sobre todo algunas enemistades y había mucho ruido, muchos gestos.


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