por Fernando de León y Elgatosierra
“Jorge: el dios de la música, Apolo, ha escuchado tus súplicas, y por medio de sus dos más humildes servidores te envía este regalo”
Según parece Victoria nació en Ávila (España) alrededor de 1548. Con diez años entró como niño cantor a la catedral de Ávila, donde permanecería hasta los dieciocho. Allí comenzó sus estudios musicales, ejercitándose además, como era costumbre en la época, en el teclado, sobre todo en el órgano. Hay quienes creen que allí llegó a conocer al gran compositor y organista Antonio de Cabezón.Al finalizar su etapa como niño cantor, y debido a sus grandes cualidades, Victoria fue enviado en 1567 al Collegium Germanicum de los jesuitas en Roma. En 1571 sucedió a Palestrina como maestro de capilla del Seminario Romano.
En 1578 se retira como capellán a San Girolamo della Carità. En este periodo verán la luz diversas colecciones de motetes y misas. En 1585 se publica la más ambiciosa y magistral creación de Victoria: el “Officium Hebdomadae Sanctae”, una colección que incluye 18 Responsorios, 9 Lamentaciones, dos coros de pasiones, un Miserere, Improperios, Motetes, Himnos y Salmos para la celebración de toda la Semana Santa.
En 1587 Victoria regresó a España, y hasta 1603 fue capellán y maestro de coro del Real Convento de las Clarisas Descalzas en Madrid, luego permaneció allí como simple organista, hasta morir, casi en el más absoluto olvido, el 27 de agosto de 1611.
El Expolio, cuadro de El Greco
Tomás Luis de Victoria es considerado el compositor español más ilustre del Renacimiento. Su música, 20 misas y 44 motetes, combina a la perfección la continuidad en el perfecto empleo del contrapunto y una hermosa textura polifónica, con una innovadora expresión profunda del texto en sintonía con la intensa mística española del momento, representada ejemplarmente en arquitectura por Juan de Herrera, en escultura por Alonso Berruguete, Alonso Cano y Juan de Juni, en literatura por Sta. Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, y en pintura por El Greco.
Todas sus obras y en especial sus misas alcanzaron gran fama, y caso único en su tiempo, fueron todas ellas publicadas en vida del compositor, lo que acredita irrefutablemente su fama.
Los Tenebrae Responsories (Responsorios en la oscuridad) se publicaron por primera vez en Roma en 1585 bajo el título Officium Hebdomadae Sanctae. Esta grandiosa obra encierra y sintetiza lo que siempre caracterizó a Victoria, a saber, la perfecta amalgama en la absoluta sencillez y el estilo más directo. Los Tenebræ Responsories y el Réquiem a seis voces, con el que vendremos más adelante, cimentaron la actual fama de nuestro admirado compositor.
La obra consta de dieciocho salmos, titulados sucesivamente:
1. Amicus meus
2. Judas mercator pessimus
3. Una hora
4. Unus ex discipulis meis
5. Eram quasi agnus
6. Seniores populi
7. Tamquam ad latronem
8. Tenebræ factæ sunt
9. Animam meam dilectam
10. Tradiderunt me
11. Jesum tradidit impius
12. Caligaverunt oculi mei
13. Recessit pastor noster
14. O vos omnes
15. Ecce quomodo moritur
16. Astiterunt reges
17. Æstimatus sum
18. Sepulto Domino
En un principio, en los días de Semana Santa, los responsorios se cantaban por la mañana temprano, durante los Maitines. Más tarde, estos oficios se celebraron durante la tarde y casi a oscuras, con la única luz en la iglesia de quince cirios (que representaban los once apóstoles, las tres Marías y Cristo), situados en una plataforma triangular, más las seis velas en el altar. Al concluir el canto de cada salmo se apagaba una vela, para que después del salmo decimocuarto sólo la más alta vela (que representaba a Cristo) siguiera ardiendo.
Durante las recitaciones finales del Cántico de Zacarías, las seis velas del altar también se iban apagando una a una hasta que el único cirio que continuaba encendido quedaba oculto tras del altar, por lo que la iglesia quedaba en tinieblas, en la oscuridad. El rito simboliza, tanto la oscuridad que cubrió la tierra cuando Cristo fue crucificado, como su entierro. Después de la última oración los fieles hacían ruido para remedar el estado de agitación de la naturaleza por la muerte de Jesús. Una vez cesaba el ruido, el cirio que quedaba encendido se sacaba de detrás del altar, en signo de resurrección, luego se colocaba en el estrado y, finalmente se apagaba, con lo que el rito se daba por terminado.
La versión que aquí traemos, de parte de Apolo, para nuestro gusto excepcional, es del año 1990, y está a cargo de Peter Philips con The Tallis Scholars para el sello GIMELL, una absoluta referencia.
Para los curiosos amantes de la pintura, les informaremos que el precioso cuadro que aparece en la portada del disco (y este post) fue pintado por el gran Francisco de Zurbarán en 1635, llevando el título de El velo de Santa Verónica, y se encuentra en el Museo Nacional de Estocolmo, en Suecia.
3 comentarios:
Un millón de gracias a ambos por tan esperada música de este maestro!
Muchísimas gracias. ¡Maravillosas obras, y una gran interpretación!
R.
Enlace actualizado.
Publicar un comentario