De todo, quedaron tres cosas: la certeza de que estaba siempre comenzando, la certeza de que había que seguir y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.
Hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer de la caída, un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, de la búsqueda...un encuentro.
Hay ciertas cosas que se saben, pero a medias. Hace falta verlas para “tomarles el peso”, como decimos acá. Este es un buen ejemplo. Sabíamos que la talentosa Julia Fischer no sólo es un prodigio como violinista, sino también una avezada pianista, aunque raramente cultive esa faceta en público. Claro que sabíamos eso. Pero otra cosa es ver a la Fischer tocando el piano. Así que, como esta semana no tendré tiempo para escribir lo que quisiera, hago algo mejor: los dejo admirar a esta preciosa artista germano-eslovaca interpretando el comienzo del concierto para piano de Edvard Grieg.
(fragmento)En ese antiguo bosque había más claros que caminos: había también prados redondos protegidos por altos robles; lagos de helechos inmóviles sobre los que planeaban ramajes frágiles y frescos como dedos de mujer; familias de árboles graves como pilastras, que se reunían para murmurar durante siglos las deliberaciones de sus hojas; estrechas ventanas de ramas que se abrían sobre un océano de verdor donde temblaban largas sombras perfumadas y los círculos de oro blanco del sol; islas encantadas de brezales rosas y ríos de aulagas; enrejados de resplandores y de tinieblas, grandes espacios naturales en donde surgían, todos temblorosos, los jóvenes pinos y los robles pueriles; camas de agujas rojizas en las que las horcaduras musgosas de los viejos árboles parecían hundirse a media pierna, nidos de ardillas y guaridas de víboras; mil estremecimientos de insectos y trinos de pájaros. Cuando hacía calor, zumbaba como un gigantesco hormiguero; y retenía, después de la lluvia, una lluvia propia, lenta, sombría, pertinaz, que caía de sus cimas y ahogaba sus hojas muertas. Tenía su respiración y su sueño; a veces roncaba, a veces callaba, mudo, sorprendido, vigilante, sin un roce de serpiente, sin un trino de curruca. ¿Qué esperaba? Nadie lo sabía. Tenía su voluntad y sus gustos: lanzaba rectas y veloces líneas de abedules, que caían como flechas; luego le daba miedo, y se detenía en un rincón, estremecido, bajo un bosquecillo de álamos temblones. También llegaba a poner un pie en el lindero, casi en la llanura, pero de inmediato retrocedía, y volvía al frío horror de sus más altos y profundos oquedales, a su centro nocturno. Toleraba la vida de los animales, y no parecía tomarla en cuenta; pero sus troncos inflexibles, resistentes, como relámpagos solidificados que brotaban de la tierra, eran hostiles a los hombres.
Una golosina. Así podría calificar este adelanto que hoy les entrego (el tiempo apremia). Se trata de una Obertura de concierto escrita en 1882 por el talentoso compositor ruso Sergéi Tanéyev(1856-1915). Este hombre desarrolló su actividad en la estela del Conservatorio de Moscú; fue primero alumno y luego amigo muy cercano de Chaikovsky (quien tenía en alta estima su opinión artística) y además un pianista extraordinario. El arte de Tanéyev fue criticado en más de una ocasión por “académico”. Opinión inexacta y también malevolente. Aunque es cierto que no poseyó el alado melodismo de Chaikovsky (¡qué pocos más lo han tenido!) ni la fuerza emocional de Rajmáninov, en cambio fue un genial artesano de sus partituras, en las cuales no falta originalidad, color, vivacidad y atractivo lirismo.
Esa orfebrería queda de manifiesto en una singular característica de Tanéyev: su pasión por el contrapunto, disciplina de la cual llegó a saberlo todo y en la cual fue autoridad sin igual, tal vez ni siquiera en Europa, salvo Brahms. Precisamente con este último fue comparado en la era soviética (“el Brahms ruso”) arguyendo la severidad de su estilo y su habilidad formal. Años antes Chaikovsky ya lo había calificado como “el Bach ruso”. Ya ven ustedes, por esas comparaciones, hasta dónde se alzaba la maestría de este músico, famoso en vida y hoy bastante olvidado.
La presente Obertura en Do mayor permite apreciar muchas de estas dotes arquitectónicas. Su tema lo tomó de una colección folklórica recopilada por Rimsky-Kórsakov. Y dicho sea de paso, será una de las pocas ocasiones en que Tanéyev usará elementos populares; en sus años maduros no volverá nunca más a ese cantero.
Hay mucho que contar sobre este singular personaje, pero lo haré al compartir el disco entero. Ahora disfruten el anticipo, esta bella obertura, en versión del excelente Thomas Sanderling dirigiendo la Orquesta Sinfónica de la Academia de Novosibirsk, de espléndida calidad musical.
De Rusia hemos recibido algunos de los mejores conciertos para piano de toda nuestra literatura. Es probable que hoy el público genérico recuerde principalmente obras rusas –los conciertos de Chaikovsky o Rajmáninov— a la par de Beethoven, tal vez Grieg y algunas otras excepciones. No obstante, el género del Concierto para Piano nació como tal en la Europa de fines del siglo XVIII, logrando su forma canónica con Mozart, recibiendo luego las aportaciones de Beethoven y de otros creadores-intérpretes quienes, asociados a grandes constructores, empujaron el instrumento hacia rápidas mejoras técnicas.
Tal vez el hecho de que los pianistas formaran legión y disputaran con los violinistas el epónimo del virtuosismo instrumental, haya concurrido en el prestigio cada vez mayor de esta modalidad concertante; todos los compositores se aseguraron de escribir al menos un concierto para piano. En la abundante literatura así surgida coexisten las obras trascendentales con otras de menor calado o incluso con meros “caballos de batalla” para los virtuosos de moda — a la manera de las viejas arias escritas para lucimiento de los castrati.
Mientras tanto, cosas nuevas se gestaban en el Este. La sociedad rusa había alcanzado un punto de madurez respecto de su identidad, que la hizo anhelar un arte propio en donde reconocerse. La vasta riqueza del mundo popular aportó infinitas ideas a los músicos eslavos, que desde mediados del siglo XIX llegan a una altura artística digna de toda alabanza, dando a luz un estilo musical con personalidad nítida y reconocible. Así, mientras Liszt se imponía como el pianista más grande de Europa (quizá de la Historia), sólo había otro virtuoso reconocido como su equivalente: Anton Rubinstein, severo director del Conservatorio de San Petersburgo y de la vertiente “occidentalizada” de la música rusa. De esta órbita, pese a las disparidades, proceden Chaikovsky, Tanéyev o Rajmáninov.
En su contra se hallaba la “Escuela Libre de Música”, creada en la misma ciudad por Mili Balákirev, otro genial pianista, gran visionario y articulador del célebre “Grupo de los Cinco” o “Poderoso Puñado”, quienes se lanzaron en pos de la autenticidad, tomando al folklore como fundamento principal aunque, como toda vanguardia pequeña, radicalizándose al punto de bastardear cualquier manifestación musical opuesta a la suya.
De este creativo círculo procede el Concierto que hoy les compartiré. Quizá se trate de la obra más breve que pueda reclamar este título y viene de un compositor que no esperaríamos ver en este apartado. Me refiero a Rimsky-Kórsakov, el genio de la fantasía orquestal.
En 1882, mientras trabajaba en los manuscritos del difunto Músorgsky, Rimsky encontró tiempo para componer un Concierto para Piano y Orquesta en Do sostenido menor. Tomó la canción “Sobiraytes’-ka, bratsi-rebyatyshki”(Reúnanse, hermanos) como tema único a partir del cual generar 3 secciones contrastantes:
Moderato—Allegretto quasi polacca
Andante mosso
Allegro
La metamorfosis temática y tímbrica —junto a técnicas contrapuntísticas como la fragmentación, la inversión y el canon— aporta variedad, y las cadenzas del piano vinculan todas las partes, ya que el concierto no tiene ninguna interrupción. Estas características denotan la influencia de Liszt, a quien Rimsky dedicó la obra.
La canción popular citada por Rimsky es uno de los 40 aires folklóricos que publicó su mentor Balákirev en 1866. Por lo mismo, éste debió sentirse agasajado cuando su discípulo le enseñó el manuscrito. Pero sobre todo se mostró muy sorprendido —Rimsky lo apunta en sus memorias— porque alguien que no era pianista supiera escribir tan adecuadamente para el instrumento. Creo yo que en esta área debió apoyarse el compositor en el talento y los conocimientos de su esposa, la dotada pianista Nadezhda Purgold.
La partitura quedó lista en 1883 y fue estrenada el 27 de febrero de 1884 en la Escuela Libre de Música, bajo la dirección de Balákirev y con el joven Nikolai Lavrov como solista.
Como señala Wikipedia, el lirismo, bravura e imaginativo uso de un tema popular sitúan al concierto en el campo del nacionalismo musical ruso. Se trata, en efecto, de una exitosa reformulación del género según los postulados del Grupo de los Cinco. La escritura musical es ingeniosa y expresiva, asumiendo el piano un frecuente rol descriptivo o casi orquestal, como en los episodios que evocan campanadas de iglesia, o los acordes arpegiados del Andante, que recuerdan un salterio. Pero ninguna de estas aplicaciones ornamentales llevan a Rimsky a rebajar su pianismo a la simple exhibición de habilidades virtuosísticas. Para quien escribe resulta impecable la bellísima entrada del piano; en un hipotético listado de las mejores entradas del solista, este breve concierto figuraría con ventaja.
La influencia que ejerció el Concierto en Do ♯ fue amplia, pudiendo rastrearse en Glazunov, Arensky y especialmente en el Primer concierto de Sergei Rajmáninov.
Oigan ustedes esta preciosa obra en el video inferior:
Para celebrar y agradecer a Dios por la salud de Fernando, ilustre caballero del León, os propongo que hagamos un recorrido imaginario-musical por el milenario camino de peregrinaje a Santiago de Compostela sobre la base de este maravilloso disco (ver referencia). Está preparado en alta densidad, con un scan completo de todo el bellísimo librito de más de 100 páginas que le acompaña...
Esta grabación es un imaginario musical del camino que millones de personas a lo largo de los últimos mil doscientos años han recorrido para buscar la Tumba del Apóstol Santiago en el occidente hispánico... El Camino de Santiago ha significado en la historia europea uno de los elementos unificadores del viejo continente en torno al credo católico. El hallazgo del sepulcro del primer apóstol mártir supuso encontrar un punto de referencia indiscutible en el cual podía converger la pluralidad de concepciones de distintos pueblos ya cristianizados, pero necesitados en aquel entonces de unidad. Conscientes de la importancia que suponía tener una reliquia como los restos de Santiago el Mayor para sus intereses militares —necesitaban guerreros y dinero en su lucha contra los moros— las monarquías españolas colaboraron activamente en el éxito del camino santo.
El apóstol que la tradición cristiana llama Santiago el Mayor era uno de los dos hijos de Zebedeo y Salomé; su hermano fue Juan el Evangelista, también apóstol. Invitado por Jesús junto a su hermano e inmediatamente después de Pedro y Andrés a hacerse “pescador de hombres”, fue uno de los apóstoles que tuvo una relación más íntima y cercana con el hijo de Dios.
La historia del Camino de Santiago se remonta a los albores del siglo IX con el descubrimiento del sepulcro de Santiago el Mayor, evangelizador de España. El hallazgo de este santo mausoleo está rodeado de una rica imaginería popular que en vez de distorsionar ha preservado y llenado de colorido la narración histórica.
Una de estas leyendas populares sitúa el extraordinario suceso en la primitiva diócesis de Iria Flavia, cuando el ermitaño Pelayo tuvo una “revelación divina”: en la espesura del bosque ve unas “luminarias” y “oye canciones de ángeles”. Los feligreses de la antigua iglesia de San Félix de Solobio, al pie del bosque, participan de esas visiones.
Es uno de mis viajes deseados e imaginados pendientes. Hay muchas referencias del “camino”, pero quizás la mayoría de los peregrinos llega a Santiago por el llamado “Camino Francés”, aunque existen otras seis rutas históricas por las cuales se puede hacer el mismo camino santo. La vía francesa es la más transitada y promocionada, entra en España por Roncesvalles y Sompot, en los Pirineos, y atraviesa las comunidades autónomas de Aragón, Navarra, La Rioja, Castilla y León y Galicia. ¡Disfruten el viaje, peregrinos!
Estoy completo de naturaleza, en plena tarde de áurea madurez, alto viento en lo verde traspasado. Rico fruto recóndito, contengo lo grande elemental en mí (la tierra, el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro, trasmito olor: la sombra huele a dios, emano son: lo amplio es honda música, filtro sabor: la mole bebe mi alma, deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido, con densa redondez de limpio iris, del seno de la acción. Y lo soy todo. Lo todo que es el colmo de la nada, el todo que se basta y que es servido de lo que todavía es ambición.