Entrada de los dioses al Valhalla / El Oro del Rin (1854)
Bastantes años atrás conocí a un alemán con el cual trabé cierto grado de amistad. Oriundo del Sur de Chile, en donde existe una pujante colonia alemana instalada desde el siglo XIX, había encontrado su futuro en el país de sus antepasados, pero de vez en cuando volvía al terruño. Eran notables su vitalidad, su sentido de responsabilidad y su seriedad, aunque esta última a veces parecía excesiva: la mayor parte del tiempo, Matías era una muralla lisa y sin adornos. Pasar por alto que esta América es también Latina lo exponía a frecuentes malentendidos sociales, de los cuales no tenía culpa. Era —conviene insistir en ello— la imagen misma de un hombre inalterable, exento de toda turbulencia emocional. Y ahí está la cuestión. La única vez que vi a este monolito lanzando chispas de entusiasmo... fue al relatar su visita a Bayreuth para presenciar “El Anillo del Nibelungo”. Esa simple observación me convenció de la “magia” de Richard Wagner. Su música afecta a niveles profundos. Y aunque naturalmente el auditor germánico congenia más con esa Weltanschauung que invoca arquetipos recibidos con la leche materna, nadie está libre. Claro ejemplo lo ofrece Charles Baudelaire. El escritor genial que apenas conocía algo de música, se convirtió de golpe a la causa artística de Wagner luego de asistir a un concierto de obras suyas. La conmoción emocional experimentada entonces supo expresarla con elocuencia en una carta al compositor:“El carácter que me impactó principalmente en su música fue su grandeza, […] la solemnidad de los sonidos grandiosos, de los aspectos grandiosos de la naturaleza, y la solemnidad de las pasiones grandiosas del hombre. Y uno se siente al instante arrebatado y subyugado. “Entre los fragmentos más peculiares y que me aportaron una sensación musical nueva, está el dedicado a pintar el éxtasis religioso. Sentí toda la majestuosidad de una vida más amplia que la nuestra. […] Y la música, al mismo tiempo, respiraba orgullo por la vida. “Por todas partes hay algo de arrebatado y de arrebatador, algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y de superlativo. “Por ejemplo, y sirviéndome de un símil tomado de la pintura, supongo que tengo ante mis ojos una vasta extensión de un rojo oscuro. Si este rojo representa la pasión, lo veo llegar gradualmente, mediante todas las transiciones de los colores rojo y rosado, a la incandescencia del horno. Parecerá difícil y hasta imposible llegar a algo más ardiente, y sin embargo, un último cohete traza un surco más blanco sobre el blanco que le sirve de fondo. Éste será, si así lo quiere, el grito supremo del alma llegada a su paroxismo”.
La vívida descripción de Baudelaire corresponde a las propias aspiraciones de Wagner. Éste ambicionó un arte capaz de expresar emociones e ideas trascendentales, no sólo por medio de la música sino combinando las demás disciplinas del arte, en un esfuerzo común que estremeciera al espectador de forma no muy lejana al ritual religioso. Era él —como dijera el crítico español Ángel-Fernando Mayo— una rara especie de “dramaturgo-compositor”. Su música no debía adaptarse a otra imaginación diferente, la de un libretista, sino que brotaba con la misma inspiración que la palabra, animadas ambas por un enorme instinto dramático y una elevada capacidad de reflexión y comunicación. A ello se sumaba una fuerza de voluntad arrasadora, capaz de realizar en el transcurso de una sola vida humana una concepción ambiciosa como pocos han llegado a perseguir.Bajo este punto de vista, fue Wagner el legítimo heredero de Beethoven, tomando el cariz revolucionario, iconoclasta y voluntarioso del gran Sordo. (Las otras virtudes de Beethoven, como su absoluta maestría en la música pura, su concisión temática o su artesanato instrumental, fueron reflejadas con mayor propiedad por Brahms). Alberico se abalanza sobre el Anillo / ilustración de Konstantin VasilievOTTO KLEMPERER figura entre los supremos directores orquestales del siglo pasado. En su juventud fogoso adalid de las vanguardias, una sucesión de desgracias produjo al cabo de los años una gran variación tanto del repertorio elegido como de su estilo interpretativo. Cuando Karajan dejó vacante el podio de la Orquesta Philharmonia en 1954 para iniciar su leyenda al frente de la Filarmónica de Berlín, vino Klemperer a empuñar la batuta en su lugar por invitación del productor Walter Legge. Qué decisión más acertada. Aquel director ya veterano —y para algunos desahuciado artísticamente— llevó la extraordinaria orquesta londinense a una nueva edad de oro.Legítimo sarmiento del período romántico, Klemperer concentró su actividad final en el gran repertorio centro-europeo. Y su Wagner es antológico. Majestuoso, acerado, inquietante, tan ominoso como esperanzador, Klemperer se regodea con la maravillosa orquesta que creó el gran compositor alemán para expresar lo más hondo de la naturaleza humana. Así, su grabación para el sello EMI de páginas orquestales wagnerianas con la Orquesta Philharmonia perdura hasta hoy en el catálogo de las referencias ineludibles. Ese magnífico registro les comparto hoy, confiando en que lo disfruten.
» D E S C A R G A
MP3 HD | 16 tracks | RAR 243,16 MB
Fragmento de la Obertura »Tannhäuser« en interpretación de Klemperer y la orquesta Philharmonia. Noten por favor la claridad conseguida por este gran director, manteniendo el equilibrio sonoro de las varias secciones instrumentales, las cuales pueden ser escuchadas sin confusión. Tomen por ejemplo la línea de la tuba (bajo), siempre audible cuando el coro de los peregrinos brilla en los metales, mientras los violines realizan el célebre adorno descendente y el redoble de timbal acrecienta la energía del conjunto.
3 comentarios:
Te agradezco infinitamente el esfuerzo que pones en cada entrada. Es una lastima que el de esta fuera borrado.
Hola Juan! Gracias por avisar, buscaré el archivo y repondré el enlace. Muchos saludos!
Enlace repuesto.
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