
Al parecer, toda una generación musical está partiendo. La noche del 25 de Febrero pasado ha fallecido en Bayona, con 78 años, el genial trompetista Maurice André.
Retirado de las lides musicales a contar del 2004, debido a su resquebrajada salud, seguía siendo motivo de inspiración para innumerables trompetistas noveles. De hecho, repartió con generosidad su consejo y apoyo a muchos colegas, porque Maurice André siempre se distinguió por su entrañable humanidad. Nunca fue amigo del alarde y el capricho, algo que probablemente deba a su origen modesto en Arlés. De muchacho trabajó como minero pero también estudió música, ingresó a una banda de bronces y logró una beca para el Conservatorio de París. Así comenzó una trayectoria que se encaminó a lo más alto. Virtuoso en un instrumento alejado hacía mucho tiempo de la primera línea, fue capaz de recordar al mundo por qué la gloria se celebra con fanfarrias. Dominó las virtudes técnicas al punto de asimilarse a la trompeta como Heifetz con el violín, pero hizo aún más: redefinió el sonido de su instrumento, generando un timbre inconfundible, inigualable, donde tuvo cabida no sólo el ímpetu guerrero o la pompa, sino la delicadeza, la picardía, la serenidad, la nostalgia, en fin, cuanto pueda expresar la música humana.