martes, 31 de enero de 2012

prosa | ECKERMANN | Conversaciones con Goethe


Goethe dictándole a su secretario / lámina giclée de Schmeller, 1834



(fragmentos)


Lunes 6 de abril de 1829.

Egon EbertGoethe me dio una carta de Egon Ebert, que leí mientras comíamos, y que me agradó mucho. Hablamos con gran elogio de Egon Ebert y de Bohemia, y recordamos también afectuosamente al profesor Zauper.

“Bohemia es un país particular —dijo Goethe—. Siempre he estado allí con gusto. La formación de los literatos tiene todavía una pureza que empieza a ser rara en la Alemania del Norte, pues aquí puede escribir cualquier hampón, respecto del cual no quepa hablar de un fundamento moral ni una intención elevada”.

Goethe se refirió luego al último poema épico de Egon Ebert, de cuando le vio en Bohemia y del origen de la leyenda de las amazonas.

Esto llevó al conversación a la epopeya de otro poeta que había trabajado mucho para que los papeles públicos juzgasen favorablemente su obra. “Juicios tales se publicaron aquí y allá. Pero La Gaceta Literaria de Halle se ha dado cuenta de la cosa y ha expresado en forma directa su juicio sobre el valor del poema, con lo cual todas las frases laudatorias de los demás periódicos han quedado anuladas. Al que hoy no sigue el camino recto, pronto se le descubre. Ya ha pasado la época de burlarse del público, extraviándole”.

“Me asombra —dije— que por conseguir un poco de nombre haya quien pase por tales trances y llegue a emplear medios falsos”.

“Hijo mío —respondió Goethe—, un nombre no es pequeña cosa. Napoleón ha hecho pedazos casi medio mundo por un gran nombre”.

Hubo una pequeña pausa en la conversación. Luego, Goethe siguió hablando del nuevo libro acerca de Napoleón. “La fuerza de la verdad es grande —dijo—. Todo el nimbo, toda la ilusión con que periodistas, historiadores y poetas han adornado la figura de Napoleón, desaparece ante la terrible realidad de este libro. Mas no por eso se empequeñece el héroe; antes bien, crece a medida que aumenta en verdad”.

Napoleón“Napoleón —dije yo— debía de poseer un extraordinario poder de seducción en su personalidad, pues las gentes se colocaban inmediatamente a su lado con entusiasmo y se dejaban dirigir por él”.

“Sin duda —dijo Goethe— que su personalidad era superior. Pero lo decisivo era que los hombres estaban seguros de conseguir sus fines bajo su dirección. Por eso se le adherían como a todo aquel que les infunde una certidumbre análoga. Los actores se adhieren a un director nuevo cuando creen que les dará buenos papeles. Éste es un cuento viejo que se repite siempre; la naturaleza humana es así. Nadie sirve a otro porque sí; pero si cree que sirviéndole se sirve a sí mismo, entonces lo hace con gusto. Napoleón conocía demasiado bien a los hombres, y sabía hacer de sus debilidades el uso pertinente”.

La conversación recayó sobre Zelter. “Usted sabe que Zelter recibió la Orden prusiana. Pero no tenía escudo de nobleza y posee una larga descendencia, y, por tanto, la probabilidad de una familia que se prolongue mucho. Necesitaba, pues, un escudo sobre que basar la nobleza de su casa, y yo tuve la divertida ocurrencia de hacerle uno. Se lo propuse y aceptó; pero quería que tuviese un caballo. «Bien —dije yo—; tendrás un caballo, pero con alas». Y mire usted; ahí detrás hay un papel en el cual he hecho el boceto con lápiz”.

Cogí la hoja y contemplé el dibujo. Las armas tenían un aspecto imponente, y hube de alabar la invención. El campo inferior mostraba la torre de una muralla, para indicar que en otro tiempo Zelter había sido un buen albañil. Por detrás aparece un caballo alado que tiende el vuelo hacia más altas regiones, para indicar su genio y su impulso hacia arriba. En el cuartel superior había una lira sobre la cual lucía una estrella, simbolizando el arte en que este excelente amigo ha adquirido fama bajo la protección de astros favorables. Debajo del escudo colgaba la Orden con que su rey le había honrado, como señal de justo reconocimiento por sus altos méritos.

“Le he encargado a Facius que haga el grabado —dijo Goethe—, y ya verá usted una copia. ¿Pero no es una cosa simpática que un amigo le haga al otro las armas de su escudo, dándole así la nobleza?”. Nos recreamos en tan gratas ideas, y Goethe mandó que trajesen una copia de casa de Facius.

Johann Peter Eckermann


El rey de Thule
El influyente Carl Zelter, admirador de Bach y maestro de Mendelssohn, llevó al pautado numerosas poesías de su amigo Goethe. Una de ellas fue la balada «El rey de Thule», tomada de la primera parte del Fausto, que aquí escucharán en versión del tenor Peter Floch.

Johann Wolfgang von Goethe, 1774

Es war ein König in Thule
Gar treu bis an das Grab,
Dem sterbend seine Buhle
Einen goldnen Becher gab.

Es ging ihm nichts darüber,
Er leert' ihn jeden Schmaus;
Die Augen gingen ihm über,
So oft er trank daraus.

Und als er kam zu sterben,
Zählt' er seine Städt' im Reich,
Gönnt' alles seinem Erben,
Den Becher nicht zugleich.

Er saß beim Königsmahle,
Die Ritter um ihn her,
Auf hohem Vätersaale,
Dort auf dem Schloß am Meer.

Dort stand der alte Zecher,
Trank letzte Lebensglut,
Und warf den heil'gen Becher
Hinunter in die Flut.

Er sah ihn stürzen, trinken
Und sinken tief in's Meer.
Die Augen täten ihm sinken;
Trank nie einen Tropfen mehr.
Traducción

Había un rey en Thule,
muy fiel hasta la tumba.
Su amada, al morir,
le dejó una copa de oro.

Para él no había cosa de más valor;
vaciábala en cada festín;
los ojos se le arrasaban en lágrimas
cada vez que en ella bebía.

Y cuando estuvo próximo a morir,
contó las ciudades de su reino;
todo lo cedió a su heredero,
todo, excepto la copa.

Sentado estaba en el regio festín,
rodeado de caballeros,
en el gran salón de los antepasados,
allá en el castillo junto al mar.

Allí en pie estaba el anciano bebedor;
bebió la postrera chispa vital,
y arrojó la venerable copa abajo en las ondas.

La vio caer, llenarse de agua
y hundirse en el fondo del mar;
sus ojos se cerraron...
nunca bebió una gota más.

3 comentarios:

Elgatosierra dijo...

¡Precioso post, enhorabuena QUINOFF!
Un tal Schubert compuso también un lied sobre este poema. Las versiones de Fischer-Dieskau con Moore, y Goerne con Metzmacher son antológicas.
Salud, paz, sonrisas y cordiales saluditos para todo el fogón.
Elgatosierra

q u i n o ƒ ƒ dijo...

El de Schubert es todavía más bonito, sin duda alguna, pero este de Zelter me gusta mucho. Tanto Schubert como Zelter supieron representar muy bien el elemento arcaico que Goethe introduce en esta balada, para evocar tiempo antiguos.

Qué conversas eran esas! Casi me recuerdan otras por correo electrónico, no Gato? jajaja

Abrazo
J.

Elgatosierra dijo...

¿¡Así que tú conocías también el del tal Schubert!? JAJAJA

 
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