Entonar esa voz al unísono o, mejor, en polifonía, lo lleva a uno por la senda razonada y sugerente de la música. Razonada, reitero, porque las líneas maestras de una pieza coral son premeditadas. Pueden conducirnos por el claroscuro de las emociones humanas, pero vividas y estilizadas por un compositor, que las asoció (misterio del genio) con determinadas armonías para dotarlas con la fuerza de lo evidente. En muchos casos, estas “evidencias” son tan elusivas a las definiciones verbales como el límite entre los colores de un atardecer, pero inspiran el gozo rotundo de la belleza. Es una alegría envolvente, sin duda, que se distingue de otras: ordenadora, “reconstructiva”, capaz de infundirnos la armonía que cantamos. Pues no se trata de una contemplación pasiva ni exterior; recreamos la belleza nosotros mismos, le pasamos algo de nuestra vida y ella corresponde. ¿Atisbo fugaz del gozo del Creador en el séptimo día? Muy probablemente.
Esta alegría de cantar recorre la historia de nuestra humanidad, y se mezcla con la gloria de ser cantado. Pero de eso hablaremos después.
Ahora escuchen una brevísima selección de obras corales, que equivalen a alegrías musicales.
- SCHÜTZ: CORO FINAL DE LA 'HISTORIA DE NAVIDAD'
- PALESTRINA: 'SICUT CERVUS' (Fíjense cómo la música tiene una fluidez casi acuática, por la mención a las aguas que hace el texto)
- MÚSICA TRADICIONAL RUSA: 'SURCANDO LAS OLAS DEL VOLGA' (Diría que, salvo una excepción, es el mejor coro masculino que he escuchado)
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