domingo, 28 de septiembre de 2008

Brahms, el Popular

Brahms joven

(En la imagen, Brahms con poco más de veinte años)

Brahms era un rústico genial.Dos conceptos que podrían huir uno del otro pero, justamente, quiero acuñar una paradoja. Brahms el hombre, un alemán del norte, dueño de un carácter temible, a veces agresivo y cruel, reacio a las convenciones sociales, llevaba consigo a Brahms el músico, un creador dubitativo y laborioso, artesano de obras ásperas y dulces a la vez, sin concesiones pero trascendentes. Obras de abundantes voces interiores, que uno aprende a escuchar bajo la superficie melódica, como si fueran reflejo de una fértil vida interior que pugnara por aflorar. Su sello como compositor evade la renovación estilística de Wagner, la clarividencia de Liszt, la inflamada elocuencia de Chaikovsky... pero ninguno de éstos, a su vez, alcanzó esa honestidad austera y conmovedora, esa fortaleza para mirar de frente o esa ternura escondida del músico de Hamburgo. Quizás sólo Mussorgskiy.

Lograr el equilibrio entre cualidades opuestas es, para mí, lo que retrata a un genio. Este mismo hombre escribió uno de los conciertos para piano más feroces que conoció el siglo XIX (el violento y vibrante
Concierto para piano número 1 en Re menor) y también una de las canciones de cuna más célebres por su dulzura, ese Wiegenlied (Op.49 nº 4) cuya melodía ha sido y será, para innumerables criaturas, la propia voz del amor materno.

Este afecto hacia el alma popular originó una de las facetas rezagadas del paradojal arte brahmsiano: sus arreglos de melodías folklóricas alemanas. Brahms, tenido por “clásico” y “severo” en las salas de concierto, compartió hasta la médula el aliento romántico que empujó a los Hermanos Grimm en su rescate de la tradición oral. Así también, el autor del “Wiegenlied” dejó una larga lista de canciones tradicionales con acompañamiento de piano. En ellas redujo su fuerte carácter a lo indispensable para dar alas a la esencia de cada melodía; además se permitió revelar caudales de delicadeza y ternura como si, a la manera del “Gigante Egoísta” de Wilde, el “ogro” Brahms horadara el muro tras el cual había encerrado desde pequeño su corazón.

Algunos de estos volkskinderlieder pasan de ser simples canciones infantiles a verdaderos Himnos a la Inocencia. Todo por obra y gracia de un solterón con pose de antisocial; digo “pose” pues, si al árbol se lo conoce por sus frutos, ¿cuál fue el Brahms genuino?

Háganse una idea escuchando los Volks-Kinderlieder WoO 31, que la soprano Edith Mathis y el pianista Karl Engel interpretarán para ustedes en la siguiente lista de reproducción:

1 comentario:

Petoulqui dijo...

Estimado Quinoff:

Primero, gracias por el aporte de los Volks-Kinderlieder. Los escucharé atentamente.

Y luego, me gustó mucho tu análisis de la personalidad de Brahms. Inevitables las comparaciones con otros compositores. No había pensado lo de Mussorgsky.

Tenés razón, ¿cuál era el Brahms auténtico? qué complicada personalidad, y además un inadaptado social con pose de antisocial, esto último lo comprendo muy bien. El amor a la niñez, el apasionamiento romántico, tantas cosas con las cuales identificarse.

Reitero, muy interesante tu análisis.

Sigo leyéndote.

Saludos,

Peto

 
Ir abajo Ir arriba