
Resultado directo de lo anterior fue que su autor conoció al fin una posición pública de simpatía y reconocimiento, sin importar la terca oposición de Brahms y sobre todo del ácido crítico Hanslick. Dicho de forma un tanto melodramática: un día como hoy un genio obtenía justicia.
Para recordar al maestro, e imaginar un poco lo que pudo ser aquella velada histórica en Viena, les comparto el segmento final (Coda) de la Octava bajo la batuta de Sergiu Celibidache en Munich. Entre las muchas facetas de Anton Bruckner me cautiva en especial su sentido del desarrollo amplio, una especie de crescendo infinito en que no sólo aumenta el volumen sino la tensión progresiva de una larga frase, gracias al uso magistral de breves figuras musicales (ya en las cuerdas, ya en los bronces) relacionadas bajo una lógica intachable, una armonía audaz y una reiteración inexorable. El resultado es un clima de "expectación" que el director rumano traducía de modo perfecto: