Recordando los 120 años cumplidos en abril pasado desde la muerte de Johannes Brahms, comparto dos registros de sendas sinfonías suyas, la primera y la última de su catálogo; es decir, la Primera en Do menor y la Cuarta, en Mi menor.
Acorde a los tiempos que vivimos, elegí dos versiones “modernas”... lo que quiere decir que realizan un especial esfuerzo por sonar tan antiguas como sea posible, empleando orquestas más bien reducidas y cuidando el estilo interpretativo de entonces. Pues sí; las tendencias en la Historia oscilan como un péndulo. Empero, el “regreso a las raíces” no sólo coincide con los gustos personales de Brahms —explorador de su pasado musical— sino también beneficia objetivamente su escritura musical, compleja en voces interiores y en arquitecturas sonoras, más que en llamaradas de color instrumental.
Con Brahms, como con Schumann, el director siempre sale ganando si atiende a la transparencia y el equilibrio de los componentes. Ninguno de ellos cultivó el fabuloso dominio que exhibía Wagner de la paleta instrumental; y en el verbo “exhibir” está la clave, porque este último, renovador de la ópera alemana, era un extrovertido fervoroso. En cambio, la belleza que desprende la música de Brahms pide que el auditor sepa buscarla, como quien invita a un jardín escondido que no se vislumbra por entero desde “la fachada” del edificio musical. Brahms, además, nunca “pierde la cabeza”; aun en medio del fragor y las llamaradas que frecuentan sus páginas, el compositor obedece un plan meditado al detalle.
En lo que me toca, fue así como disfruté las mejores audiciones de la obra brahmsiana: explorando bajo la superficie. Encontrar ese ángulo preciso, ese aleph, abre las puertas al mundo interior que es en Brahms la médula misma, el baúl del tesoro.
Pero el director finés fue también un dotado músico que abordó variado repertorio. El año 2000 grabó la integral sinfónica de nuestro músico de Hamburgo, dirigiendo a la Orquesta de Cámara de Europa. En aquella ocasión fraguó el sonido crudo y el estoicismo expresivo que siempre lo caracterizaron como intérprete. La crítica recibió esta integral con opiniones divididas, destacando la fuerza que siempre tuvo Berglund pero echando de menos el refinamiento en los detalles (transiciones, atmósferas, manejo de la tensión, claridad o planificación de la partitura). Coincido en parte, pero en el caso de la Primera Sinfonía nada de eso me parece cierto; en cambio, me siento obligado a celebrar su elocuencia y afinidad, su transparencia e inteligencia, y también la falta total de sensiblerías.
Por otra parte, el joven director inglés Daniel Harding viene desarrollando una carrera meteórica y admirable. Ha demostrado su entendimiento del repertorio centroeuropeo numerosas veces, y como su compatriota Charles Mackerras, recuperó muchas prácticas musicales históricamente informadas para mezclarlas con una lectura cálida y expresiva de las partituras.Así fue como grabó las sinfonías de Brahms al frente de la Filarmónica Alemana de Cámara de Bremen. Como mencioné en el artículo más arriba, la transparencia, tan valiosa en Brahms, fue muy tenida en cuenta por Harding; pero no como sinónimo de fragilidad sino como combustible de la expresividad, potencia y amplitud de la última sinfonía del gran Johannes.
Disfruten ambas sinfonías pinchando sobre la carátula correspondiente.
¡Un abrazo a todos!
5 comentarios:
HECHO!!!! GRACIAS !!
Que lo disfrutes, Laurita!
Gracias!
Un abrazo.
Gracias!
Un abrazo.
Con gusto, amigos
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