Franz Liszt retratado por Richard
Lanchert en 1856 (detalle)
Cuando decimos
“genio creador”, entendemos
“iluminado”. Nos imaginamos —la mayoría de
las veces— a un artista privilegiado que obedece a una fiebre secreta, la
inspiración, que lo guía con irresistible clarividencia. Enemigo jurado del
convencionalismo, el artista solamente rinde cuentas a su arte.
Tal retrato romántico sigue vigente hasta hoy; pero no es un retrato fiel.
Además de su inspiración particular, los artistas vibran con su época; vibran
incluso más profundamente que el peatón laborioso y opaco, con quien comparten
mucho más de lo que aparentan. Es que... “la torre de marfil” también tiene
wi-fi; los artistas experimentan circunstancias comunes pero utilizan
aquello como combustible creativo. Van recolectando día a día pistas de nuevas
estéticas, rastros que otros pasan por alto. También estos hallazgos se les
antojan urgentes, clamorosos; los domina la convicción y se lanzan a divulgar
ante el mundo aquella obra, aquel artista rescatado del olvido. Uno de estos
“rescatistas”, de los más perseverantes y generosos, fue el gran creador húngaro
Franz Liszt.
Liszt fue no sólo un
pianista impresionante sino un fenómeno social equiparable a cualquier
rock-star. Enardecía a las audiencias y en particular a las mujeres,
enmudecía a sus asombrados colegas con virtuosismo apabullante, creó el
recital moderno de piano solista, cuidaba su atractivo físico, no le
intimidaban las alcurnias y opinaba con filosa elegancia sobre lo que
quisieran preguntarle.
Fue un apasionado que se zambulló en su época y abrió su corazón a un
amplio espectro de inquietudes.
Con esta brújula supo descubrir el valor de genios como
Schubert, Chopin, Berlioz, Wagner, Borodin, Albéniz, Grieg...
Combinando su magnetismo ante el público con su capacidad pianística
sobrehumana y sus variados entusiasmos musicales,
Liszt empujó adelante un género
musical muy versátil, como es la transcripción. Ingenió adaptaciones
pianísticas de cientos de obras ajenas —a veces obras que uno no creería
posibles en el teclado— y las ofreció a lo largo y ancho de Europa en sus
giras de concierto. Tenía olfato: combinaba selecciones de óperas famosas en
forma de popurrí (denominados paráfrasis) para ganarse al auditorio,
y luego ofrecía las novedades, fueran propias o ajenas.
Hoy los invito a un recital con este repertorio.
El pianista australiano-británico
Leslie Howard protagonizó
una histórica integral de la obra para piano de Liszt para el
sello Hyperion
(99 discos en total). Esa colección registra la fertilidad del genio húngaro
para producir suculentas transcripciones de obras ajenas, incluyendo todas
las versiones de un arreglo en particular, que a menudo podía ir variando
ligeramente con los años (como sucedió con varios
lieder de
Schubert).
En esta ocasión les comparto el disco dedicado a los arreglos de
compositores del ámbito francés, incluyendo a
Chopin que, como sabemos, desarrolló la
parte más brillante de su carrera en París como exiliado polaco. Los otros
compositores del disco son Saint-Saëns con
el arreglo de su Danza Macabra y el gran
Berlioz, a quien Liszt tuvo siempre
en muy alta estima.
¡Disfruten!