Josef Anton BRUCKNER (1824-1896) / foto de la épocaHace 190 años, en un pueblecito austríaco llamado Ansfelden, sito entre lomas verdes, rumores de ganado y hábitos inmemoriales, nació ANTON BRUCKNER.Primogénito de cinco hermanos, el futuro maestro del lenguaje sinfónico era de cuna humilde: su padre ejercía como profesor de escuela y organista de la iglesia de Ansfelden. Allí también, en el coro, cantaba su madre, que además trabajaba como criada para robustecer el sustento familiar. El pequeño Bruckner, que venía demostrando sus facultades desde los cuatro años, se sumó pronto a las labores para sostener el hogar: a partir de los siete años comenzó a asistir a su padre en las clases de música, con diez pudo ya tocar el órgano en la misa dominical y con doce, hacerse cargo de todo al enfermar y luego morir su progenitor.

El apacible poblado de Ansfelden en algún momento del siglo XIX
La familia se muda a otro pueblo y él es enviado a la Abadía de San Florián, lugar que acabará convertido en su epicentro espiritual. La vida lo llevará lejos, dentro y fuera de Austria, y su existencia será larga; pero Bruckner siempre volverá a este remanso. Allí descansan hoy sus restos, bajo el gran órgano de tubos. Oportuno, ya que este instrumento grandioso será el vehículo donde brillará el talento del compositor para sus contemporáneos. A la posteridad, en cambio, nos ha quedado su obra, que bien resume el sitio «Musicalario»:Sus sinfonías, incomprendidas en su tiempo, expresan el amor a la naturaleza y la profunda fe del compositor, al tiempo que constituyen una original síntesis entre la más atrevida armonía romántica y la tradición contrapuntística más severa.Queda mucho que decir sobre este gran artista, que llegó a la gloria desde las aldeas. Su nombre está vinculado a Wagner, a Brahms, a Viena, a Mahler, a Hans Rott... Pero hoy brindemos en su honor, que bien se lo merece. ¡Feliz cumpleaños, maestro Bruckner!
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