sábado, 14 de febrero de 2009

Albatros


Más allá de la época y las convenciones que la foto capturó, subsiste en ella la mirada taladrante de Baudelaire. Los ojos oscuros, agudos, conservan toda su fuerza de interpelación. Él hizo del arte una forma de sacerdocio. Le dedicó todas sus fuerzas. Se consumió para engendrar su obra, que intuía con urgencia todos los días. Nunca se sintió derrotado pero sí lleno de cólera. Sacó de sus viejos bolsillos diamantes negros, brillantes y afilados, para crear con ellos lo que Víctor Hugo denominó “un estremecimiento nuevo”.

El primero de los “Poetas Malditos” creó, pues, una expresión nueva en la poesía; transformó las palabras en una alquimia de conceptos reversibles en sensaciones y emociones, alzando a la lengua francesa como la más brillante de la literatura occidental; un logro que pronto consagrarían Rimbaud y Verlaine, tan perseguidos como Baudelaire por el perro negro del infortunio.

A este fundador de la modernidad lo embarcaron de joven en un viaje a través del mar, para “reformarlo” lejos de París. Pero él, un contemplativo que veía el mundo como un repertorio de símbolos, sólo se encontró a sí mismo en una criatura del mar, el albatros. Regresó del viaje con un poema desafiante en que habla del poeta como de un grandioso incomprendido... dejando cabida en las líneas finales a todos los demás albatros que sobrevuelan la vida.



EL ALBATROS

Por divertirse, a veces, suelen los marineros

cazar albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
al barco en los acerbos abismos de los mares.

Pero sobre las tablas apenas los arrojan
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas míseramente aflojan
y las dejan cual remos caer a sus costados.

¡Qué torpe es y qué débil ese viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!
Con una pipa uno el pico le ha quemado,
otro imita, rengueando, del inválido el vuelo.

El Poeta es como ese príncipe de las nubes
que puede huir de las flechas y el rayo frecuentar;
en el suelo, entre ataques y burlas exiliado,
sus alas de gigante le impiden caminar.


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