
(En la imagen, Brahms con poco más de veinte años)
Brahms era un rústico genial.Dos conceptos que podrían huir uno del otro pero, justamente, quiero acuñar una paradoja. Brahms el hombre, un alemán del norte, dueño de un carácter temible, a veces agresivo y cruel, reacio a las convenciones sociales, llevaba consigo a Brahms el músico, un creador dubitativo y laborioso, artesano de obras ásperas y dulces a la vez, sin concesiones pero trascendentes. Obras de abundantes voces interiores, que uno aprende a escuchar bajo la superficie melódica, como si fueran reflejo de una fértil vida interior que pugnara por aflorar. Su sello como compositor evade la renovación estilística de Wagner, la clarividencia de Liszt, la inflamada elocuencia de Chaikovsky... pero ninguno de éstos, a su vez, alcanzó esa honestidad austera y conmovedora, esa fortaleza para mirar de frente o esa ternura escondida del músico de Hamburgo. Quizás sólo Mussorgskiy.
Lograr el equilibrio entre cualidades opuestas es, para mí, lo que retrata a un genio. Este mismo hombre escribió uno de los conciertos para piano más feroces que conoció el siglo XIX (el violento y vibrante Concierto para piano número 1 en Re menor) y también una de las canciones de cuna más célebres por su dulzura, ese Wiegenlied (Op.49 nº 4) cuya melodía ha sido y será, para innumerables criaturas, la propia voz del amor materno.
Este afecto hacia el alma popular originó una de las facetas rezagadas del paradojal arte brahmsiano: sus arreglos de melodías folklóricas alemanas. Brahms, tenido por “clásico” y “severo” en las salas de concierto, compartió hasta la médula el aliento romántico que empujó a los Hermanos Grimm en su rescate de la tradición oral. Así también, el autor del “Wiegenlied” dejó una larga lista de canciones tradicionales con acompañamiento de piano. En ellas redujo su fuerte carácter a lo indispensable para dar alas a la esencia de cada melodía; además se permitió revelar caudales de delicadeza y ternura como si, a la manera del “Gigante Egoísta” de Wilde, el “ogro” Brahms horadara el muro tras el cual había encerrado desde pequeño su corazón.