viernes, 30 de mayo de 2008

Barcarola


Aivazovksy - Gondolero en el mar nocturno' 1843
LA NOCHE AVANZA detrás de mi ventana, lenta como un viejo barquero, mientras un silencio sin orillas se extiende alrededor. El tiempo parece flotar a la deriva, hacia el encuentro aún lejano con el amanecer.

Si algunos ecos merodean aún, pronto se disipan. La ciudad se duerme. Y yo aquí, en un rincón de la madrugada, simplemente leo.

Es la hora en que el día y sus fatigas huyen a poblar recuerdos. Regateando al sueño un epílogo de lucidez, hojeo un libro sobre Baudelaire (biografía estupenda escrita por François Porché). Pero es más que leer.

Una lectura cautivadora y una hora imprecisa son como dos pedernales que chocan; de su encuentro brota la chispa que enciende la imaginación. Los umbrales se disuelven entre la realidad casi dormida y el mundo latente en el libro. Casi creo abandonar mi cama y caminar por el París antiguo, a la siga de Charles Baudelaire.

La hoja de esta noche me trae al momento en que el poeta es avisado de la muerte del gran pintor Delacroix, su amigo. Se dispone a partir al velatorio. Allá, se queda velándolo junto a la vieja ama de casa, rememorando juntos el alma ausente. El sueño de la muerte, la noche de la vida, fantasmas errantes en la penumbra de mi cuarto... Sé muy bien que todo no pasa de un artificio fabricado por mi imaginación. Pero es sólo el primer golpe de alas; instantes después, ocupado en evocaciones, uno persigue horizontes sin fin.

Esta misteriosa comunión con gentes y épocas pasadas constituye, quizá, uno de esos lazos inadvertidos del espíritu humano. ¿Sería posible la misma identidad cultural sin un fuerte lazo entre las generaciones, algo que evite la dispersión caótica y dé cabida a un cierto acuerdo de esfuerzos, de gustos, de ideas?

Tal vez. Es una intuición momentánea, una de tantas nacida en horas calladas de la alta noche.

Desde esta soledad tan resistida y poco valorada, desde los espacios vacíos y vaciados de otros seres, se abren senderos hacia otras experiencias, siempre nuevas, siempre fecundas.

Pero el sueño anuncia su llegada y no se me antoja demorarlo más. Termina el epílogo. Subo al regazo de la noche, sobre su barca, junto a las criaturas que habitan los sueños.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Repiqueteo

(Escrito en Agosto de otro año)

LLUVIA ... FRÍO ...

...la ciudad se encoge en la húmeda sombra invernal. Mi techo repiquetea. “No es tan malo”, pensaba en la madrugada, entre sueños; “la lluvia es buen arrullo...” Pero un tejado tamborilero sólo causa gracia cuando le pertenece a otro. Las filtraciones serpentean hasta reunirse en algún punto de la oscuridad, y luego encuentran la manera de seguir su camino.

Caen, pero sobre mi conciencia. “Es un asunto que debí resolver en otoño”, repiqueteo conmigo mismo. En vez de abandonar la cama, culpo a los gatos. “¡Todos los gatos del barrio vienen a mi tejado para sus correrías, justo aquí arriba!” Es verdad. Se persiguen y tropiezan. Luego se marchan, imágenes de la libertad en cuatro patas, y luego vuelven, siempre uno a la vez. Pero... me gusta verlos, inmóviles y superiores como estatuas de reyes, observando atentos (sin demostrarlo) cada movimiento de los humanos.

Y así fue como mi tejado se volvió primero un balcón y después un cómplice de la lluvia. Hoy por la mañana todo estaba bien, pero, ¡qué paradoja!, las goteras que suprimí en la realidad las traje aquí, a filtrarse de entre mis palabras...

* * *

Sigue la lluvia. A ratos es agradable, cuando menos para mí. Me complace replegarme sobre mí mismo, atesorar intuiciones, repasarlas y madurar ideas, ensayar teorías, transitando de un gusto al otro, descubriendo muchas veces auténticos mundos en la soledad, con deliciosa independencia de los ajetreos externos. Disfruto con eso. Luego vendrá el momento de regresar a la comunidad de los afectos; y llevaré algo nuevo que decir. El día frío y lluvioso se aviene con este carácter. El frío, que retira a las personas al interior de sus hogares cálidos. La lluvia, una cortina que cubre lo inmediato. Y luego, pronto, la primavera, que hará estallar la vida contenida.

martes, 27 de mayo de 2008

Primera Piedra

Baudelaire
Cedo con placer a la tentación de alojar en Internet algunos escritos salidos de mi mano en ratos de ocio. Creo que el ocio ha sido enlodado. En cambio, merece prestigio: ocio, dolce far niente, lejos de ser el sinónimo inevitable del desperdicio, es muchas veces el otro nombre de la fecundidad. Y no fecundo en vicios, como se suele salmodiar, sino en obras. Que sean buenas o malas dependerá del autor; la obra traduce el alma de su creador.

¿Qué traduciré? Ya veremos. ¿Para qué saberlo aún? No traigo un manifiesto ni un mapa. Quiero ser un punto de partida, no de llegada. Gastar el tiempo en uno mismo, con la mirada atornillada en el propio ombligo, me merece repudio...

Más bien pretendo abrir los ojos a todo lo demás, ser espectador de este amplio universo, reconociendo un símbolo en cada cosa, aprendiendo al observar, dando a cada cosa su importancia, encontrando un sendero en cada objeto. Hacerlo me parece fascinante, y un camino lleno de sorpresas prometidas.

Comenzaré por presentar cosas que ya escribí, y quizás vaya prolongando ese ocio con novedades. Dejemos eso para su momento, que cada día tiene su afán.

 
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