jueves, 4 de septiembre de 2014

Feliz cumpleaños 190, Professor Dr. BRUCKNER

Josef Anton BRUCKNER (1824-1896) / foto de la época

Hace 190 años, en un pueblecito austríaco llamado Ansfelden, sito entre lomas verdes, rumores de ganado y hábitos inmemoriales, nació ANTON BRUCKNER.

Primogénito de cinco hermanos, el futuro maestro del lenguaje sinfónico era de cuna humilde: su padre ejercía como profesor de escuela y organista de la iglesia de Ansfelden. Allí también, en el coro, cantaba su madre, que además trabajaba como criada para robustecer el sustento familiar. El pequeño Bruckner, que venía demostrando sus facultades desde los cuatro años, se sumó pronto a las labores para sostener el hogar: a partir de los siete años comenzó a asistir a su padre en las clases de música, con diez pudo ya tocar el órgano en la misa dominical y con doce, hacerse cargo de todo al enfermar y luego morir su progenitor.

Brueghel el Viejo

El apacible poblado de Ansfelden en algún momento del siglo XIX

La familia se muda a otro pueblo y él es enviado a la Abadía de San Florián, lugar que acabará convertido en su epicentro espiritual. La vida lo llevará lejos, dentro y fuera de Austria, y su existencia será larga; pero Bruckner siempre volverá a este remanso. Allí descansan hoy sus restos, bajo el gran órgano de tubos. Oportuno, ya que este instrumento grandioso será el vehículo donde brillará el talento del compositor para sus contemporáneos. A la posteridad, en cambio, nos ha quedado su obra, que bien resume el sitio «Musicalario»:
Sus sinfonías, incomprendidas en su tiempo, expresan el amor a la naturaleza y la profunda fe del compositor, al tiempo que constituyen una original síntesis entre la más atrevida armonía romántica y la tradición contrapuntística más severa.
Queda mucho que decir sobre este gran artista, que llegó a la gloria desde las aldeas. Su nombre está vinculado a Wagner, a Brahms, a Viena, a Mahler, a Hans Rott... Pero hoy brindemos en su honor, que bien se lo merece. ¡Feliz cumpleaños, maestro Bruckner!


Coda del movimiento final de la Sinfonía nº 4 / versión antológica del gran Sergiu Celibidache y la Filarmónica de Munich, 1993. Si no es la secuencia más sublime de la música sinfónica, le falta poco. En ese crescendo memorable, el campesino-genio de Ansfelden revela la «profundidad teológica» de sus ideas musicales.

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