Son mis gustos musicales: algo hace que de tiempo en tiempo sean “magnetizados” por una fascinación. Ya se trate de un compositor, un(a) vocalista, un grupo, da igual; puedo haberlo oído mil veces, como se oye sin oír la música del supermercado, pero un día algo sucede en mi cabeza. Se produce como una “revelación”.
¿Por qué algo así ocurre en un momento dado, y no en otro? La razón, creo, es simple: debemos madurar un poco para sintonizar con ciertas músicas, recopilar un “vocabulario de experiencias” para comprender a qué se refiere la música que tanto habíamos oído antes sin entender.
Ése es el punto. Siento que “entiendo” lo que esa música “dice”. Su “voz” se impone, induciendo un diálogo que persuade, convence, arrastra. Así se inicia un período de obsesión. El nuevo gusto será como un centro de gravedad que concentrará mi interés y todos mis pensamientos. No se puede predecir cuánto tiempo seguiré en esa órbita , pero mientras dure oiré sin tregua los mismos temas, o la misma voz, o la misma inflexión en el mismo pasaje, o la misma obra en varias versiones, varias orquestas, examinando la variedad de los matices casi con el embeleso de un niño que no se aburre de su juego.
(Hay un buen amigo al que casi agoté la paciencia cuando me vino obsesión con Evanescence y la voz de Amy Lee; yo también, remontándome más atrás, podría enumerar otros episodios centrados en la Novena Sinfonía de Beethoven, Weber y su “Freischütz”, Sibelius, la música rusa...)
Esta hipnosis, sin embargo, terminará un día tan bruscamente como apareció. Recuperaré la “normalidad”... o casi, porque he aprendido un nuevo idioma y será parte de mí.
Raro, ¿no? ¡Toda una forma de apasionamiento! Viene de ese día cuando niño, cuando mi madre me llevó con reverencia a cierta escuela. Entramos a una salita pequeña, pacífica, donde había un instrumento de madera negra; un piano. Sobre él reinaba el busto de un desconocido llamado Beethoven. Luego una amable mujer se acercó al instrumento conmigo, llevó sus manos al teclado y lo que sonó entonces cambió para siempre mi enfoque de la belleza. Era música clásica.
Por ende, no me quejo de mis obsesiones: sólo son consecuencia lógica del camino que elegí ese día. Digo más: me alegra ser capaz de conectarme tan íntimamente con la música. Pero no deja de ser una rareza. Una más de esas que todos tenemos.